viernes, 28 de septiembre de 2018

Monstruos en el armario

                                                   Dibujo de Universo Pamp.

Manoli tiene un monstruo en el armario.
–A ver, hijo, a mi edad se tienen muchos.
Pero este es un monstruo muy puñetero.
Cuando era pequeña, no le tenía miedo. Nunca se lo tuvo. Incluso en alguna ocasión llegó a jugar con él, pero cuando se llevó a su padre, supo que no podía confiar en él. Cerró el armario a cal y canto, y se olvidó del maldito monstruo. La vida se le había complicado mucho y ya no tenía tiempo para esas cosas.
Los años habían pasado cuando él volvió para llevarse a su madre.
–¡Maldita sea!
La pilló por sorpresa.
Después fue a por sus hijos. Primero a por uno, luego a por otro, a por el otro, y al por el otro más. Pero ella no se lo permitió.
–¡Estaría bueno! ¡No iba a dejar que tocara a mis niños!
Al ver que no podía ser, decidió ir directamente a por ella. En aquella ocasión llegó a quitarle una pierna. Pero ella no se daba por vencida.
–¡Que no se piense ese idiota que puede conmigo!
El monstruo insistió e insistió, pero Manoli nunca dio su brazo a torcer.
–¡Que no, que no y que no!
Después de dejarla viuda, lo intentó con su hermana.
–¡Ah, no, eso sí que no!
No pudo ser. El monstruo se volvió al armario, con el rabo entre las piernas.
Han pasado los años y hoy, Manoli cumple 74. Lo celebra con sus hijos y sus nietas. Todos los que la quieren la felicitan y le desean larga vida.
–Pues no sé qué decir. El jodío monstruo es muy persistente y sigue acechando desde lo profundo del armario. Ahora se ha encaprichado de mis pulmones, y no sé yo si lo conseguirá.
Vamos, mujer, no seas así. No digas eso. Disfruta el día y apaga las velas. Y si el monstruo sigue ahí, dale un trozo de tarta, a ver si así se le pasa la mala leche.
–¡Y una mierda! ¡A ése no le doy ni agua!

lunes, 30 de julio de 2018

Violeta claroscuro

                                                     Dibujo de universo.pamp.es.


Violeta está confusa. Se ha enamorado de Rosa. A su lado le entran sudores, siente mariposas. Siente erecciones.
–Hija, pues no te entiendo.
–¡Que me la quiero follar, mamá, me la quiero follar!
–Ay, hija, tampoco tienes que ser tan explícita.
–¡Oye, a tu madre no le hables así!
–Jesús, por favor, no le grites a la niña.
–¿Que no le grite? ¿Pero tú has visto con lo que nos viene ahora?
–Joe, papá, que me he enamorado.
–Pero, hija, ¿de una mujer?
–¿Y qué le voy a hacer si cuando la veo me pongo palote?
–¡Pero cómo te vas a poner palote si no tienes pene!
–¡Jesús, por Dios!
–¿Acaso no recuerdas lo que nos costó quitártelo?
–¡Por Dios, Jesús!
–¿Ya no te acuerdas de la que tuvimos que armar en la tele para poder poder pagar tu operación?
–Joe, papá…
–Porque decías que eras una mujer atrapada en un cuerpo de hombre.
–Ya…, bueno…, es que entonces…
–¡Entonces tenías pene y quisiste vulva!
–¡Y yo qué sé, si solo era un crío y no sabía ni lo que quería!
–¿Y ahora sabes lo que quieres?
–Ya…, bueno…, lo que pasa es que ahora…
–¿Ahora qué? ¿Ahora te vuelvo a llamar hijo? ¿Te vuelvo a llamar Víctor? ¡Porque te recuerdo que ya eres legalmente Violeta!
–¡Joe, papá!
–¡Ni joé ni joá, que nos gastamos el dinero para tu universidad!
–Bueno, tampoco te pases, que lo querías para un chalet en la sierra.
–¿Cómo? ¿Qué no me ibais a pagar los estudios?
–¡Pero qué estudios ni que na, si nos lo gastamos todo en la maldita operación y en el puñetero papeleo, para que ahora nos vengas con esta!
–¡Jesús!
–¿Y ahora qué? ¿Volvemos a llamar a la clínica a ver si guardaron tu pitorro, para volvértelo a poner?
–¡Papá!
–¿Que te quiten las tetas y te pongan pelo en el pecho?
–¡Bueno, basta ya! Hijo, digo…, hija, esto no puede ser. ¿No entiendes lo que intenta decirte tu padre? Piensa en lo que diría la gente del colectivo, si se enterara.
–Mamá…
–¿Y no puedes hablar con esa chica…?
–Rosa, mamá, se llama Rosa.
–Bueno, pues eso. ¿No puedes hablar con Rosa, y explicárselo todo?
–Es que me da vergüenza. Ella no es de esas.
–¡Pues te jodes y te haces lesbiana!
–¡Jesús, por favor! ¿No ves que al niño, digo a la niña le da vergüenza?
–¿Vergüenza? ¿Todo este tiempo exponiéndose en la fiesta del orgullo y ahora le da vergüenza?
–Joe, papá…
–¡De joé na! ¿Y el año que hiciste que tu madre, con lo facha que es, te acompañara en la carroza?
–Papá…
–¡Oye, que yo con mi hija voy a donde tenga que ir! ¡Además, que la culpa es tuya, por ir de progre por la vida! Tanta tolerancia, tanta igualdad, tanto “…mujer, si el niño se siente mujer, algo habrá que hacer…”. ¡Pues mira la que habéis liado tus amigos comunistas y tú!
–Mamá…
–Pues mira, mujer, nunca pensé que lo diría, pero, ¿Sabes lo que te digo? ¡Que con Franco no pasaban estas cosas!

jueves, 3 de mayo de 2018

La vida por el retrete

                                                  Dibujo de Universo Pamp.


 Todo empezó con el váter. Hacía tiempo que la cisterna se atascó y tenían que meter la mano y tirar a lo bestia. Ella quería que el casero pagara el arreglo, pero él no le quería llamar. Con la suerte que tenía, terminaría echándoles del piso.
Él no fue siempre así, pero seis años en el paro acaban con la moral de cualquiera. A su edad ya no estaba para corretear de un empleo a otro, como un jovenzuelo.
Ella le dijo que no se preocupara, que saldrían adelante, pero el tiempo pasó y el chico empezó a mirarle por encima del hombro, cuando consiguió un puesto en la fábrica de alpargatas.
La niña, por alguna razón que nunca llegó a entender, dejó de hablarle.
Cuando llegó a casa y se encontró el retrete arreglado, sintió una puñalada en su orgullo. Ella había pagado al fontanero con su pensión de invalidez.
–¡Maldita sea!
Cada vez que sacaba dinero de más de la cuenta, se veía más culpable de todo.
–¡Ya era hora! –exclamaron los chicos.
–No te enfades –dijo ella–, sabes que no podíamos seguir así. Anda, relájate, siéntate y haz tus cosas.
Pero él no se podía relajar, hacía tiempo que su vientre no funcionaba como debía. Cuando tiró de la cadena, empezó a escuchar algo. Un extraño goteo que sonaba despacito, casi en silencio.
Plic, plic, plic…
Apretó bien fuerte la llave del grifo, la de la ducha, y se aseguró de que no goteara por ningún lado. Pero el sonido continuaba.
Informó a su mujer de aquello. Le preguntó que qué chapuza había hecho el fontanero, que cuánto le había cobrado.
–Yo no oigo nada –dijo ella.
–¡Aquí no suena nada! –gruñó el chico.
La niña se encogió de hombros y negó con la cabeza.
A lo largo de la semana, él siguió insistiendo, pues el ruido no paraba.
Plic, plic, plic…
Pero ellos no escuchaban.
–¿Estás seguro? Yo no oigo nada.
–¡Que no! ¡Que no suena nada!
Ella le decía que no se preocupara, que todo estaba bien, pero el baño daba pared con pared con el dormitorio, y no le dejaba dormir.
Plic, plic, plic…
–Cariño, ¿de verdad que no lo oyes?
–Que no, cielo, duérmete.
A la una, a las dos, a las tres… El goteo no paraba y él rondaba por la casa, como un fantasma atormentado.
Buscaba algo que comer, pero no había mucho en la nevera. Pensó en tomarse algún calmante, pero hacía tiempo que se acabaron. Se puso unos algodones en las orejas, pero el ruido no cesaba.
Plic, plic plic…
–¿Es que nadie lo oye?
–¿Te quieres callar? ¡Algunos trabajamos mañana!
El sonido parecía burlarse de él, y cada gota que caía, le recordaba su fracaso, como padre, como marido, como hombre.
–Papá, estás loco –le dijo la niña.
Una mañana se levantó temprano, no quería molestar, y salió por la terraza de la cocina. Tardaron horas en encontrarlo, muerto en el patio.
Unas vecinas chillaban, otras murmuraban.
–Se veía venir –comentaban sus maridos.
El funeral fue discreto. La mujer, los hijos y un par de primos. Sus cenizas se quedaron allí, la vida seguía y no pensaban cargar con ellas.
–¿Por qué lo hiciste? –se preguntó la pobre viuda.
Cuando llegó la factura del agua, se dieron cuenta de que habían gastado más del doble.
–¿Por qué?
–¡No puede ser!
Gritaron, se indignaron, se atacaron unos a otros. Llamaron al fontanero, revisaron la caldera, los grifos y las cañerías. Nunca se les ocurrió pensar que la cisterna goteaba.