domingo, 26 de febrero de 2017

El mensaje

                                                Dibujo de Universo Pamp.


Rosario llevaba horas esperando cuando la sala de visitas se quedó vacía. Ya se estaba imaginando lo peor al ver que un funcionario de la prisión la llamó.
–¿La señora Morales? Me temo que su marido no va a poder venir.
–¿Dónde está? ¿Le ha pasado algo? –preguntó inquieta.
–No, mujer, no le ha pasado nada –intentó calmarla–, es que se lo han llevado a la celda de castigo.
–¿Por qué? ¿Ya ha liado alguna?
–No, no, por Dios, no. Solo ha sido una pelea.
–¡Lo sabía! ¿Es que este hombre no puede pasar sin armarla?
–Bueno, en fin, tranquilícese, que son cosas entre presos –se explicó torpemente.
–¡Si es que no se puede con él!
–Mujer, que no es para tanto. Que yo sepa ha sido porque otro preso le quitó una foto de su hija y empezó a soltar improperios.
–Sí, bueno –se tranquilizó–, la niña siempre fue su debilidad.
–No se preocupe, que la celda de castigo no es tan terrible como la pintan en las películas.
–Ya –se resignó.
–Váyase tranquila, ya verá como sale en unos días.
La mujer se levantó, recogió el bolso y el abrigo, y antes de salir por la puerta, se giró.
–Agente, ¿querría hacerme un favor?
–Usted dirá.
Ella sacó una libreta y un boli del bolso, y escribió algo.
–¿Le daría este mensaje a mi marido?
–¡Uy, no, quite, quite! –el hombre se estremeció- ¡Yo no quiero cuentas con su marido!
–Es que es algo muy importante.
–Además, yo no puedo pasar al bloque donde está.
–Por favor, agente, es de vital importancia. Es que… –le enseñó la nota.
–Bueno, bueno, tratándose de eso –cogió el papel–, haré todo lo que esté en mi mano para que le llegue el mensaje.
Ella sonrió.
–Muchas gracias.
El funcionario acudió a su compañero.
–Carcabilla, ¿cuánto te queda para terminar el turno?
–Ya mismo termino –contestó alegre–. ¿Por qué?
–¿Me harías un favor, por favor?
–Tú dirás.
–¿Podrías ir a las celdas de castigo a darle un mensaje a Cachoperro?
–¿A Cachoperro? –se exaltó– ¡Ni de coña! ¡Yo no quiero tener nada que ver con esa mala bestia!
–Vamos, no seas así. Es por su mujer.
–¡Que no, que no! ¡Como si es por el Papa!
–Vamos, hombre, es que resulta que… –le enseñó la nota.
–Ah, bueno –se calmó y cogió el papel–, si se trata de eso, veré qué puedo hacer.
Cuando Carcabilla llegó al Bloque C, se acercó al compañero de la puerta, con timidez.
–Oye, Solís, ¿en qué celda tenéis encerrado a Cachoperro?
–¿A Cachoperro? En la siete. ¿Por qué? ¿Quieres hacerle una visita? –bromeo.
–No, bueno, esto… ¿Podrías tú, darle un mensaje?
–¿A Cachoperro? ¡Ni de coña! ¡Yo no quiero vérmelas con ese, que está de una leche que muerde!
–Jo, tío, que es importante, que es de su mujer.
–¡Que no! ¡Como si es del Papa! ¡Que le hemos tenido que dar una paliza para poder meterle ahí, y aún está despotricando entre dientes!
–Que de verdad es importante. Es que resulta que… –le enseñó el mensaje.
–¡Vaya, pues sí que lo es! Está bien, está bien –cogió la nota–, se lo daré. Pero me debes una.
Aquella mole de carne magullada por los golpes, se esforzó por no exaltarse cuando el guardia golpeó la puerta de la celda. Le pasó el papel por debajo.
–¡Cachoperro, me dicen que tu niña ha aprobado la selectividad! ¡Enhorabuena!
–Gracias –contestó la ronca voz del preso que le daba la espalda para que no le viera llorar.