jueves, 3 de mayo de 2018

La vida por el retrete

                                                  Dibujo de Universo Pamp.


 Todo empezó con el váter. Hacía tiempo que la cisterna se atascó y tenían que meter la mano y tirar a lo bestia. Ella quería que el casero pagara el arreglo, pero él no le quería llamar. Con la suerte que tenía, terminaría echándoles del piso.
Él no fue siempre así, pero seis años en el paro acaban con la moral de cualquiera. A su edad ya no estaba para corretear de un empleo a otro, como un jovenzuelo.
Ella le dijo que no se preocupara, que saldrían adelante, pero el tiempo pasó y el chico empezó a mirarle por encima del hombro, cuando consiguió un puesto en la fábrica de alpargatas.
La niña, por alguna razón que nunca llegó a entender, dejó de hablarle.
Cuando llegó a casa y se encontró el retrete arreglado, sintió una puñalada en su orgullo. Ella había pagado al fontanero con su pensión de invalidez.
–¡Maldita sea!
Cada vez que sacaba dinero de más de la cuenta, se veía más culpable de todo.
–¡Ya era hora! –exclamaron los chicos.
–No te enfades –dijo ella–, sabes que no podíamos seguir así. Anda, relájate, siéntate y haz tus cosas.
Pero él no se podía relajar, hacía tiempo que su vientre no funcionaba como debía. Cuando tiró de la cadena, empezó a escuchar algo. Un extraño goteo que sonaba despacito, casi en silencio.
Plic, plic, plic…
Apretó bien fuerte la llave del grifo, la de la ducha, y se aseguró de que no goteara por ningún lado. Pero el sonido continuaba.
Informó a su mujer de aquello. Le preguntó que qué chapuza había hecho el fontanero, que cuánto le había cobrado.
–Yo no oigo nada –dijo ella.
–¡Aquí no suena nada! –gruñó el chico.
La niña se encogió de hombros y negó con la cabeza.
A lo largo de la semana, él siguió insistiendo, pues el ruido no paraba.
Plic, plic, plic…
Pero ellos no escuchaban.
–¿Estás seguro? Yo no oigo nada.
–¡Que no! ¡Que no suena nada!
Ella le decía que no se preocupara, que todo estaba bien, pero el baño daba pared con pared con el dormitorio, y no le dejaba dormir.
Plic, plic, plic…
–Cariño, ¿de verdad que no lo oyes?
–Que no, cielo, duérmete.
A la una, a las dos, a las tres… El goteo no paraba y él rondaba por la casa, como un fantasma atormentado.
Buscaba algo que comer, pero no había mucho en la nevera. Pensó en tomarse algún calmante, pero hacía tiempo que se acabaron. Se puso unos algodones en las orejas, pero el ruido no cesaba.
Plic, plic plic…
–¿Es que nadie lo oye?
–¿Te quieres callar? ¡Algunos trabajamos mañana!
El sonido parecía burlarse de él, y cada gota que caía, le recordaba su fracaso, como padre, como marido, como hombre.
–Papá, estás loco –le dijo la niña.
Una mañana se levantó temprano, no quería molestar, y salió por la terraza de la cocina. Tardaron horas en encontrarlo, muerto en el patio.
Unas vecinas chillaban, otras murmuraban.
–Se veía venir –comentaban sus maridos.
El funeral fue discreto. La mujer, los hijos y un par de primos. Sus cenizas se quedaron allí, la vida seguía y no pensaban cargar con ellas.
–¿Por qué lo hiciste? –se preguntó la pobre viuda.
Cuando llegó la factura del agua, se dieron cuenta de que habían gastado más del doble.
–¿Por qué?
–¡No puede ser!
Gritaron, se indignaron, se atacaron unos a otros. Llamaron al fontanero, revisaron la caldera, los grifos y las cañerías. Nunca se les ocurrió pensar que la cisterna goteaba.

5 comentarios:

  1. Perdonar la tristeza del relato, pero últimamente estoy muy hundido, y necesitaba exortizar mis demonios.
    A ver si lo consigo con esto.

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  2. Nada, David. Con lo bien que escribes, tú nunca dejarás de ver que la cisterna gotea. Levanta ese ánimo y sigue escribiendo. Mira por la ventana, fíjate en lo que más te guste, inspírate en ello y descríbelo. Seguro que te ayuda. Y si no, piensa en lo muchos amigos que te admiramos. Un abrazo.

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