domingo, 28 de junio de 2009

Casa pequeña

Foto de Fefe

La casa de Paco y Carmen era pequeña pero a ellos les parecía grande y libre de pagos e hipotecas.
Comenzaron su proyecto familiar con un perro, Torivio, una mezcla de razas que, aunque le llamaban "mil polvos", se sentía de raza noble.
Le costó mucho aprender, "no te mees en la alfombra, no te subas al sofá, no pases a la habitación...", pero al cabo de los años y a golpe de zapatilla aprendió y se sentía el rey de la casa.

Hasta que llegó Matilde, la gata, tan coqueta y presumida.
Hacía lo que quería por toda la casa, se subía al sofá, pasaba a la habitación..., Torivio no lo aguantaba e intentó regañarla, pero sus amos creyeron que la quería atacar.
- ¡No, no, perro malo, perro malo, fuera!
Tras un par de zapatillazos, le echaron de la casa y sus dominios se limitaron al garaje y al pequeño jardín.
Por la ventana podía ver a la gata campar como Pedro por su casa y se sintió abandonado ¡como un perro cualquiera!

Después llegó Quillo, el canario, con su estridente canto.
Pusieron su jaula junto a la ventana, tapándole el sol al rincón donde Matilde se acurrucaba, esta se enojó con el pequeño invasor e intentó mover la jaula.
- ¡No, gata mala, no te comas al pájaro! el pájaro es bueno, el pájaro es tu amigo.
Quillo se burlaba de ella con su canto.

Más tarde llegaron Nemo y Ariel, los peces de colores, con su enorme pecera que ocupaba tanto espacio.
Se dedicaban tanto a cuidarlos que descuidaban a sus otras mascotas y Matilde intentaba, de vez en cuando, comerse los peces.
- ¡Gata mala, gata mala!
Y Quillo se ponía nervioso cuando le miraban fijamente con sus ojos saltones.
- ¡Ah, callate, maldito pájaro!

Los siguientes en llegar fueron Pixie y Dixie, los hurones, tan inquietos e irresponsables.
Correteaban por toda la casa, poniendo nerviosos a los demás animales y defecaban en cualquier parte.
- ¡Malditos bichos, sois unos guarros, eso no se hace, eso no se hace!

Cuando llegó Ramona, la tortuga, la casa era un caos. Hacia lo que quería por la casa pues los otros estaban ocupados discutiendo.

La última en llegar fue Alejandra, la boa, con su voráz apetito.
Fue la gota que colmó el vaso.
- ¡Tu serpiente se ha comido a uno de mis hurones!
- ¡Tus hurones se han comido mis informes del trabajo!
- ¡Tu gata se ha comido uno de mis peces!
- ¡Tu canario me levanta dolor de cabeza!
- ¡La culpa es tuya por meter tantos animales en casa!
- ¡Nicolas tiene más animales y no tiene problemas!
- ¡Nicolas tiene una finca grande y no esta mierda de adosado!
...
Torivio, indignado, desde la ventana, no pudo contenerse y ladró lo que sentía.
- ¡Os jodeis, cabrones!

domingo, 14 de junio de 2009

La princesa y la sirena

Foto de Pamp (para variar).

Rosafofa, la princesa, estaba triste porque era gorda y fea, y no conseguía marido.
Se le pasaba la edad casadera y las cortesanas se burlaban, decían que se quedaría para vestir santos.
El rey sufría al verla así, pues era su don más preciado, e hizo un trato con el rey vecino para casarla con el príncipe Fermoso, al que todas las mujeres querian.
Tan grande era el amor que sentía por su hija que estaba dispuesto a dejar su reino en manos de un patán.
Todo por su felicidad.
Fermoso no quería casarse con semejante esperpento y para evitar la boda se apuntaba a todas las guerras. Daba igual por que pais o facción, el motivo o el botín. Él siempre en primera linea, que le daba menos miedo que su fea prometida.
Todos le tenían por un valiente, especialmente Rosafofa, que tras cada batalla estaba más enamorada de él, pero en verdad era un cobarde, pues lo que hacía al enfrentarse a la muerte era huir del compromiso nupcial.
Pero, un buen día, ocurrió lo inpensable. Se declaró la paz, ya no habia más guerras a las que acudir. La celebración de semejante evento culminaría con la esperada boda real.
El príncipe, al no tener donde esconderse, le echó valor y le contó la verdad a su padre.
El rey, que tambien fué joven y golfo como su hijo, le comprendió, pues a él tambien le obligaron a casarse con una prima suya, claro que esta no era gorda ni fea.
Le concedió seis meses para que corriera tantas aventuras y conociera tantas mujeres como pudiese. Pero, al pasar ese tiempo, volvería y cumpliría el trato, convirtiéndose en el rey más poderoso de la tierra, tras casarse con la horrenda princesa.
Fermoso partió y recorrió los confines de la tierra, amando a todas las mujeres que encontró, ya fueran nobles o vasallas, humildes o ambiciosas, fulanas o posaderas. Cualquiera era más bella que su oronda prometida.

La tierra se acabó, llegó a la orilla del mar y alli vió a Selene, la más hermosa de todos los mares y la más embaucadora entre las sirenas.
Ésta, al verle, hizo uso de sus artes seduciendo al joven príncipe y llevándole a la perdición.

Los meses pasaron y Rosafofa se angustiaba al ver que su amado no volvia. Su padre iba a declarar la guerra por la afrenta acaecida, pero la princesa le paró, no queria más guerras y ella misma buscaria a su príncipe.
Recorrió los confines de la tierra preguntando por Fermoso y la gente se reia y preguntaba qué pretendía una princesa tan gorda y fea de un príncipe tan guapo y esbelto.
Una posadera sintió lástima por ella y le dijo:
- Mi señora, vos sois una buena mujer y él es un rufian que no os merece, olvidadle y volved a casa. Buscaos un buen hombre que os corresponda.
Rosafofa, aunque conmovida por sus palabras, hizo caso omiso y siguió buscando a su prometido hasta que la tierra se acabó.

Por la orilla del mar nadaba Selene y al ver a la princesa, se enamoró al instante, por primera vez en su vida, pues nunca habia visto criatura tan bella, sin maldad ni codicia, solo bondad y amor.
-Buenos dias bella princesa- dijo con voz melódica- ¿puedo ayudarte en algo?
Rosafofa quedó sorprendida por la hermosura de la sirena.
- Busco a mi amado que hace meses partió y aún le espero para celebrar nuestra boda.
Selene le ofreció la mano -Ven conmigo y juntas le buscaremos.
La princesa aceptó dándole la mano y las dos emprendieron la búsqueda por el mar.

Llegado el momento, Selene, le declaró abiertamente su amor y Rosafofa, abrumada pues nunca nadie la habia amado tal y como era, le correspondió.
Surcaron los mares disfrutando de su amor, pero la princesa seguia mirando al horizonte buscando a su príncipe.
Selene se dió cuenta y, corroida por los celos, preguntó:
-Rosafofa ¿tu me quieres?
-Claro que sí, mi amor- Contestó con lagrimas en los ojos- pero has de entender que debo encontrar a Fermoso y casarme con él.
La sirena se enfadó.
- ¡Olvidale! es un rufian y no te merece.
-Entonces ¿sabes donde está?- Preguntó sorprendida.
- Sí, lo sé, pero no vale la pena, déjalo pasar.-Su enfado pasó a ser súplica.
- ¡No, no! es mi prometido y nos tenemos que casar.
-El no te quería- contestó despechada- vino a mi huyendo de ti, no se queria casar.
El semblante de la princesa se volvió serio.
-¿Que hiciste con él?
- Le llevé a la perdición, como hago con todos los hombres que pretenden tenerme como una posesión suya.
El aspecto de Rosafofa era cada vez más sombrio.
- ¿Donde está?
Selene sufria de verdad y por primera vez en su vida, sus ojos lloraron.
- Olvidale, está muerto, él no te queria, pero yo te amo de verdad, ven conmigo y te mostraré las maravillas del oceano.
- Llevame con él- Dijo tajantemente.
La sirena desistió, no estaba acostumbrada a sufrir. Cogió la mano de su amada y resignándose, la condujo a las profundidades del mar, donde guardaba su coloección de amantes que podrian ser cienes o miles. Estaban alli reunidos pescadores, poetas, soldados y marineros; inmóviles, conservándose jovenes y bellos como el dia que murieron.
La pieza más valiosa de la colección era Fermoso, tan guapo como siempre, o más, pues la muerte le sentaba muy bien, con su porte de galan y su sonrisa de truhan.
Cuando Rosafofa le vió soltó la mano de Selene y se abrazó a su príncipe. Por fin estaban solos, nadie más los separaria y se quedaría con él para siempre.

Desde entonces , la sirena recorre los oceanos, sola y triste, ya no seduce a los marineros y se pasa las noches mirando a la luna, pues por una vez que amó de verdad su corazón quedó partido en mil pedazos.