viernes, 19 de diciembre de 2014

Bajo el manzano

                                                  Dibujo de Universo Pamp.


–¡Vamos a escribir un libro! –gritaron todos al unísono.

Nos reunimos bajo el manzano blanco, con la pequeña Melinda. Laura llevó lápiz y papel, yo la llevé a ella, y ella trajo a Germán para que nos ayudara.
Miguel vino con sus medionovias y Paula con su melancolía. Cabrales trajo unos sacos para echar unas carreras. Carlos, viendo que había chicas en el grupo, prefirió jugar a “burro”, el muy pillo se puso su supermano.
José Luis llegó en bicicleta y José Antonio montando un andrajoso caballo. Isabel llegó con sus zapatitos de charol y Alberto trajo su camiseta, la de el, la de ella, bueno, esa camiseta tan especial. El otro Alberto apareció con un amigo que tenía muy malas pintas, pero aún así lo aceptamos en la fiesta.
A Miguel Ángel le perseguía un perro mal encarado, pero conseguimos calmar a la bestia dándole unas manzanas. Está claro que las manzanas blancas son las más sabrosas.
Empezaba refrescar y Lali se abrigó con una telaraña dorada que llevaba en el bolso. Era la hora de empezar y Mari-Carmen se puso sus enormes gafotas. Mari-Cruz lamentó haber ido con sandalias, porque iba a coger frío en los pies.
Pablo había traído una vieja Biblia, por si nos podía inspirar. Paco le explicó qué partes teníamos que tener en cuenta y cuales no. Manuel optó por llevar su cuaderno de matemáticas, que le inspiraba mucho más.

Una vez reunidos todos, comenzamos a escribir. A escribir todo tipo de relatos, de cuentos y de ensayos. Nos permitimos, incluso, el lujo de comentar las obras de los grandes autores, y de los pequeños también, aunque, claro, todos los autores son grandes. No podíamos parar.
María Teresa tocaba la trompeta para amenizar el ritual. Entonces apareció Amelia, ataviada de súper-héroe, con una considerable indignación porque no habíamos contado con ella.

–No, mujer, no, no te enojes –le dijimos–, aparca tu batmoto junto a la bici y únete a la fiesta.

Chema quiso aprovechar la ocasión para publicitar su último libro. Le mandamos a tomar viento fresco a la orilla de Portugal.

domingo, 16 de noviembre de 2014

Keka Deluxe

                                                Dibujo de Universo Pamp.


Keka Muñeca tiene una peca. Se la tapa con crema cuando va a la discoteca.

–¡Mamá, Keka se ha ido a la discoteca!
–¿Pero cómo se va a ir a la discoteca, si tan solo es una muñeca?
–¡Qué sí, que sí, que se ha traído a un noviete!
–¿Pero cómo se va a traer un noviete?

–Señora, un placer, me llamo Alfonsete.
–¡Pero, Keka! ¿Te has traído un muñeco extraño a casa?
–¡Sí, mamá, sí, dile algo!
–Nena, tú no te metas, que esto es cosa de mayores.
–¡Jo, mamá, pero es que es mi muñeca, y ha traído un extraño a casa!
–Qué no, señora, que ha dicho que se llama Alfonsete.
–¿Pero cómo se va a llamar Alfonsete? Si es Kent, yo tenía uno igual cuando era pequeña.
–Qué no, señora, que ya le he dicho que me llamo Alfonsete.
–¿Pero qué dices? ¡Si lo estoy leyendo en tu etiqueta! “Hola, soy Kent, soy el novio de Barbie”.
–¡Pero bueno! ¿Me has engañado? ¿Estás casado?
–Qué no, Keka, que te lo puedo explicar.
–¡Jo, mamá!
–Nena, te he dicho que no te metas en esto. Anda, abre la puerta, que están llamando.

–Mamá, es una señora que viene con una niña y una muñeca.
–¿No tendrán ustedes al marido de la muñeca de mi niña?
–¡Kent! ¿Qué haces con esa muñeca?
–¡Barbie! ¿Qué haces tú aquí?
–¿Y decías que no estabas casado?
–¡Jo, mamá, traeme a mi Kent!
–Nena, no te metas, vete a jugar con la otra nena.
–¡Kent, deja de tontear con esa muñeca boba y vuelve a nuestra casita!
–¡Oye! ¿A quién llamas tú boba? ¡Flacucha!
–¿Qué pasa? ¿Te gusta mi Kent? ¿Te ha contado lo suyo con la vaquera pelirroja?
–¿Pero qué dices? Si entre Jessie y yo no hay nada. ¿Por qué no le cuentas tú lo tuyo con el astronauta?

–¡Mamá, llaman al teléfono, es una tal Jessie!
–Hola, buenas, soy Jessie, del rodeo de Woody. Llamo porque me he dado por aludida.
–¿Pero cómo se ha enterado? ¿Y quién la ha dado mi teléfono?
–Llamo para decirles que no me metan ni a mí ni a mi amado Buzz en este embrollo con el que no tenemos nada que ver.

–¡Mamá, llaman por la otra linea, es Buzz Lightyear!
–¿Desde cuándo tenemos dos lineas de teléfono?
–Jessie, cariño, soy yo. Déjalo, no molestes a esta gente, ya he hablado con nuestros abogados y ellos se encargarán de todo.

–¡Mamá, llaman por la otra linea, es un señor de Disney!
–Buenas noches, soy el abogado de la empresa Disney y represento a los personajes de Pixar. Llamo para exigirles que acaben con este asunto, o nos veremos obligados a tomar medidas legales.
–¡Pero bueno! ¿Cuántas lineas tenemos?
–Mamá, dice que nos quiere llevar al juzgado.
–¡Bueno, se acabó! ¡Cuelga el teléfono! ¡Coge a Keka y vete a la cama! ¡Y devuélvele a la niña su Kent!
–¡Sí, eso! ¡Cariño, coge a tu Barbie y a tu Kent, y vámonos a casa! Señora, perdone por las molestias.
–No, mujer, no. No se preocupe, son cosas de niños. ¿Puedo ofrecerle un café?
–No, gracias, no queremos molestar más, pero… ¿ha pensado que podíamos ir a la tele a contar esto?
–Mmm…, no sé, deje que me lo piense.
–Mamá, ¿puedo ir yo?
–¡Nena! ¡A la cama!

jueves, 30 de octubre de 2014

Reencuentro

                                              Dibujo de Universo Pamp.


–¡Pero bueno! ¿Qué haces tú aquí?
–He venido a recibirte.
–A recibirme… ¿Se puede saber dónde te has metido todos estos años, que no has venido a verme?
–Mamá, estaba muerto. ¿No te lo dijeron?
–¡A mí qué me van a decir! Si yo preguntaba y preguntaba, y tus hermanos no me decían nada.
–Bueno, supongo que no querían que sufrieras, como estabas tan mal y olvidabas las cosas…
–Ya, bueno, pues mira por donde, al final te he encontrado.
–Sí. Te he echado de menos.
–Y yo a ti, hijo, y yo a ti. ¿Estás bien?
–Mamá, esto es el cielo, aquí estoy en la gloria. ¿Quieres que te presente a Dios? También anda por aquí Santa Gema.
–Anda, hijo, dale un abrazo a tu madre, que hace mucho que no te veo.

domingo, 28 de septiembre de 2014

La abuela Manuela

                                                             Dibujo de Universo Pamp.


A la abuela Manuela le duele una muela, pero no va al dentista porque le da miedo. No tiene problemas en sacar las croquetas de la sartén con las manos, y el dentista le da miedo. Ella es así.

Cuando se cansa, se sienta en la silla y se quita una pierna, nunca me acuerdo si es la izquierda o la derecha, y la deja aquí o allí, le da igual. A veces la deja en el cuarto de baño, guardándole el sitio. Cuando se la quita, en su lugar queda un muñón gracioso y regordete, que termina en una cicatriz que parece sonreír.

Si le pregunto por el abuelo, se enfada.
–¡A ese señor no me lo menciones! –grita.
Papá siempre me dice que el abuelo está en la luna, y yo me río porque sé que es mentira.

La abuela Manuela grita mucho, pero enseguida se le pasa el enfado y se pone a cantar. Cuando habla por teléfono, se la oye desde la Conchinchina.

Sus croquetas son enormes y me gustan un montón, pero cada vez que las hace se quema las manos. Siempre está echándose pomada. Huele muy bien.

Las gafas de la abuela son mágicas, con ellas se ve todo muy grande. Cuando me las pongo, todo da vueltas como si montara en la montaña rusa. El otro día llegué a ver el futuro con ellas.
–¡Nena, quítatelas, que te vas a marear! –me dice.
Yo le pido que me haga croquetas y ella me dice que me hará torrijas, que se quema menos con ellas. ¡Mmm, torrijas, qué ricas!

jueves, 14 de agosto de 2014

The dinosaur. Part VI

                                                          Dibujo de Universo Pamp.

Cuando el dinosaurio murió, empezó a echarlo de menos.

38 Velas

                                                   Dibujo de Universo Pamp.


38 Velas ha apagado la muerte por mí, las últimas 22, pensando en el día en que la conocí. Ignoro cuantas le quedan por soplar, pero no se lo pienso preguntar.
38 Velas negras han encendido por mí. Nunca pensé que pudiera tener enemigos, pero la vida es así. Lo que hice o lo que dejé de hacer ya no importa, se pueden unir a la fiesta.
38 Velas he puesto por los que se fueron, por los que aún siguen y por los que vendrán. En esta ceremonia sin tarta hay velas para todos.
38 Velas ya, ¿quién lo iba a decir? Si parece que fue ayer. Y una a una las voy mirando, recordando cada momento, cada soplido, cada deseo, cada decepción… Recordando que ni siquiera tengo un mechero con que encenderlas.

No importa, la próxima vez, en lugar de velas pondré 39 copazos.

jueves, 31 de julio de 2014

The dinosaur. Part V

                                                 Dibujo de Universo Pamp.

Cuando nació el bebé, no dejaron que el dinosaurio se acercara a él.

Una copa por un viejo amigo

                                                  Dibujo de Universo Pamp.


Aquella noche había un extraño olor en el ambiente del pub, algo pestoso pero familiar. Tardé un tiempo en darme cuenta, estaba preocupado por que aquel tufillo nos iba a amargar los cóckteles, pero Chema llamó mi atención sobre el tipejo que había sentado en una mesa frente a nosotros. Era un indigente zarrapastroso que desentonaba totalmente con el lugar. El maldito me miraba sonriendo.
–¿Le conoces? –preguntó Borja.
Sin contestarle, me acerqué al melenudo como si estuviera hipnotizado. Él soltaba una sonora risotada que se clavó en mi cabeza.
–¿José Carlos? ¿Eres tú? –pregunté.
–Joder Breñas, antes me llamabas Loco.
Los recuerdos explotaron como una bomba en mi memoria.
–Caramba, Loco, ¿qué haces aquí?
–Siéntate, Caperucita, que no voy a comerte –su sonrisa se volvió siniestra.
Borja se acercó preocupado.
–¿Algún problema, Rodrigo?
–No, no pasa nada –contesté avergonzado–, es un amigo.
–Un viejo amigo –añadió Loco con esa manera que tenía de mandar a la mierda a la gente.
–Y tan viejo –al final me senté–, con esas barbas y esas greñas pareces…, yo qué sé.
–¿Y tú qué pareces? –se burló– ¿Llevas peluquín o es implantado?
–No te metas con mi pelo.
–¿No te metas con mi pelo? ¿Es que no piensas soltar ni una puta palabrota?
–Vete a tomar por culo.
–¡Ese es mi Breñas!
Alzó el brazo en un gesto soez para llamar al camarero.
–Por favor, sírvame un Mayflower –intenté apaciguar la cosa–, y a mi amigo…
–A su amigo le traes una birra de verdad, no esta mierda con lima que me has dado antes –al camarero no le hizo gracia, pero aún así mantuvo el tipo–. No, mejor me traes un whisky con hielo, y a mi amigo otro en lugar de la mariconada que te ha pedido.
–Sigues siendo el mismo cabrón de siempre –le reproché.
–Y por muchos años –se terminó de beber su cerveza con lima–, al menos yo no he perdido el buen gusto.
–En serio, José Carlos, ¿qué haces aquí?
–Loco, Breñas, Loco –dijo enfadado.
El camarero trajo los whiskys con cara antipática. Loco se bebió el suyo de golpe y pidió otro.
–Ando buscándote desde hace un par de días –por un momento vi como los años habían hecho mella en sus ojos–, me dijeron que parabas por aquí con tus pijicoleguis.
–¿Qué quieres? –no podía creer que le hablase así a mi amigo.
Entonces sacó un paquete arrugado de la cazadora.
–Felicidades, cabrón –dijo sonriendo.
Aquello me desarmó.
–Pero…, si mi cumpleaños fue hace dos días…
–Y el mío, ¿te acuerdas?
Recordé entonces aquellos tiempos cuando éramos uña y carne, el Loco, el Breñas y el Bastardo. Cuando íbamos a comernos el mundo, así en crudo, sin ñoñerías ni mariconadas.
–¡Eh, que te amuermas! –me puso otro whisky en la cara.
Me acordé de cuando nos imaginábamos a nuestras madres gritando como posesas, el mismo día, a la misma hora, en el mismo hospital.
–¡Eh! –luego me arreó una colleja.
–¡Joder, Loco! ¿Se puede saber qué haces? –le grité.
–Que estás en la inopia, atontao –me espetó.
Recuperé la calma.
–Vale, vale… Felicidades a ti también.
–¡Coño, gracias! –exclamó golpeando la mesa con su tercer whisky.
–Treinta y ocho ya, cómo pasan los años –quise mantener una conversación cordial.
–Treinta y ocho yo, porque tú pareces tener cuarenta y siete, con esas pintas tan pijas –se volvió a burlar.
–Pero qué gilipollas eres.
–Y tu parienta qué tal, ¿sigue castrándote sin piedad? –Loco siempre tan tocacojones.
–Cuidado con lo que dices, que Pilar es una gran mujer.
–Sí, claro, debería pasarme a verla, a darle un par de besos –se burló una vez más.
–No fastidies, Loco, que ya sabes que no puede verte ni en pintura.
–Una mierda, una gran mujer –gruñó–, lo que es es una pilipilingui.
–¡Oye, a ver qué va a pasar! –eso me cabreó de verdad.
–No te enfades, hombre, si lo digo por no llamar puta a tu mujer delante de tus pijicoleguis.
No me había dado cuenta de que Borja, Chema y los demás ya se habían ido. Cada vez me costaba más mantener la compostura, a Loco siempre se le dio muy bien hincharme las narices.
–Está bien, tengamos la fiesta en paz. ¿Qué tal el viejo barrio?
–Pues cada vez más sucio y cochambroso.
–Ya, claro –me lamenté con condescendencia.
–Pero no te confundas, tú, que allí todos tenemos trabajo –contestó con su orgullo barriobajero.
–¿Aún sigues trabajando en la fábrica de condones?
–Ya te digo, aún soy el loco de las gomas.
–¿Pero no seguirás pinchándolas?
–No, coño, no, eso me lo tomo muy en serio, sobre todo después de lo del Bastardo.
–Pobre Bernardo –me acordé de él y de las que armaba.
–¡Por Bernardo el Bastardo! –brindamos con nuestro cuarto whisky.
–¿Os seguís juntando la banda en el club?
–Todos los viernes.
–Los Pollapeludas –recordé con simpatía aquellas histriónicas actuaciones y las broncas que se formaban.
–Ahora nos llamamos Crazy Bastards Blues Machine.
Eso me hizo reír.
–¡Sí señor, qué no muera el rock'n'roll! –volvimos a brindar.
–¿Y Bárbara?, ¿sigue estando tan bárbara? –pregunté.
–Bárbara está tremenda –contestó golpeando de nuevo la mesa.
Ahora no podía dejar de pensar en ella y en los sueños que se fueron a la porra cuando me marché.
–Dale un beso cuando la veas.
–Mejor aún –aseguró dándome una palmada–, me la follaré de tu parte.
Estaba claro que seguía siendo el mismo Loco de siempre al que todo se la sudaba.
–¿Y Raquel?
–¡Uy, Raquel! –dijo entusiasmado– Esa se casó con Simón.
–¿Simón el de la hormigonera? ¿Pero ese no era maricón?
–Y lo sigue siendo, pero ya sabes como es Raquel.
Entonces nos descojonamos de risa, armando una escandalera. La gente del pub nos miraba mal.
–¡Hormigón, mujeres y alcohol!
Loco quiso volver a brindar, pero yo ya estaba mareado e intenté disculparme.
–No tío, que ya no puedo más. Me alegro de verte, en serio, tenemos que repetirlo otro día, pero si no vuelvo ya a casa Pilar me la va a montar gorda.
–¡Bah, qué se joda tu mujer! ¿Es que no vas a abrir el regalo?
Me había olvidado por completo del paquete grasiento. Me quedé alucinado al descubrir que era la legendaria petaca del Bastardo.
–¿De dónde la has sacado? –pregunté asustado.
–¿De dónde crees que la he sacado?
No podía ser. No podía imaginarme al Loco profanando su tumba para quitársela al cadáver de Bernardo de las manos, pero aquella extraña calavera dibujada en la petaca era inconfundible.
–Él lo habría querido así –añadió con seriedad.
Eso me llegó al alma.
–Joder, Loco, no sé qué decir… La habrás lavado.
Él guiñó el ojo con picardía y me ofreció otro whisky.
–¿Por el puto Bastardo?
–¡Por el puto Bastardo!

Brindamos una y otra vez. Brindamos, bebimos, reímos y cantamos. Cantamos los viejos éxitos: “Vamos muy bien, borrachos como cubas”, “Eres una puta”, “Las manolas de Manola me hacen una gayola”…
Armamos una bronca como las de antes, recibiendo y repartiendo hostias. Cuando los pijos del local, los pocos que quedaban en pie, llamaron a la policía, Loco me sacó a hombros de allí, bueno, más bien a cuestas, porque yo ya no reconocía a nadie, y me dejó en la puerta de casa.
Lo último que recuerdo es haberle prometido que nos reuniríamos el mes que viene en la Tasca de Jaro para conmemorar el aniversario del Bastardo.
No sé si podré soportar los explosivos combinados del viejo Jaro, pero me conformo con que Pilar no me pida el divorcio.

domingo, 13 de julio de 2014

The dinosaur. Part IV

                                                Dibujo de Universo Pamp.

Cuando volvieron del viaje de novios, el dinosaurio no se había movido de allí.

Perros ladradores

                                               Dibujo de Universo Pamp.


La sesión del congreso empezó con unos cuantos ladridos, hasta que la vicepresidenta tomó la voz cantante.
–Guau –aseveró con un exceso de seguridad inusual en ella.
–Guau guau –respondió el presidente de la oposición, intentando no ser menos.
–Guau –volvió a decir con chulería desafiante.
–Guau guau guau.
Él contraatacó con más énfasis, pero ella argumentó sin perder la calma:
–Guau, guau, guau.
–¡Guau guau guau! –intervinieron indignados los del grupo independiente.
–¡Guau guau guau guau! –la ministra de empleo se dio por aludida.
–¡Guauguau guauguau! –cada vez eran más los diputados de la oposición que contestaban.
El ministro de defensa salió al ataque.
–¡Guauguauguauguauguauguau!
Los pacifistas se alzaron.
–¡Guau, guau, guau! ¡Guau, guau, guau!
–¡Grrr, guau guau, grrr! –el ministro de educación también quiso opinar.
Todos levantaban la voz, los ecologistas y los de acción social aullaban sin parar. El presidente no sabía qué hacer, se veía acorralado, quería poner orden, pero solo pudo decir:
–Miau…

domingo, 29 de junio de 2014

The dinosaur. Part III

                                                   Dibujo de Universo Pamp.

Cuando volvió de la facultad, el dinosaurio continuaba allí mismo.

Jeromín

                                                     Dibujo de Universo Pamp.


Hoy ha sido un día duro. Intento olvidarlo, intento sacarlo de mi cabeza, borrarlo como borro la pizarra, pero no puedo. Hoy, Jeromín ha hablado en clase. Sí, Jeromín, el muchacho cabizbajo que nunca levanta la voz, el que se pasa las tardes dibujando montañas. Nunca había dado problemas, nadie tenía queja de él, claro, que a nadie le importaba lo más mínimo. Su padre siempre estuvo ocupado, y su madre no le escuchaba.
En clase no es nadie, pero en su mundo es el león de la montaña, el malvado rey Jeromín que domina a las bestias. En sus dibujos alza los brazos, victorioso, bajo un sol amarillo limón.
¿Cómo poder olvidarlo? Parecía jodido, sin dolor, sin reacción ninguna. Quise ayudarle, ni siquiera recuerdo qué le pregunté, solo sé que se levantó y abrió la boca. Liberó al león que lleva dentro, sacó toda su ira.
Hoy, Jeromín ha hablado en clase, y todavía me duele. Sus palabras me golpearon con furia, con aquellos verbos afilados como los colmillos de una bestia. No pudimos reaccionar, nos quedamos paralizados, atónitos, al ver como salía corriendo. Corrió desesperado, por las calles, por los descampados, por el bosque. Corrió hasta sabe Dios donde, lanzando su grito de guerra.
La policía se lo ha encontrado encogido en una piscina vacía. Hundido en su propia miseria.

Aún no sé con qué cara le miraré mañana.

lunes, 23 de junio de 2014

The dinosaur. Part II

                                                       Dibujo de Universo Pamp.

Cuando regresó del instituto, el dinosaurio aún estaba allí.

sábado, 31 de mayo de 2014

30 Minutos

                                                 Dibujo de Universo Pamp.


Aún queda media hora para que la bomba explote. Media hora todavía y Lucía no acaba de llegar. El edificio ya ha sido evacuado y me sobra tiempo para huir, pero claro, si suelto el cable ya no será media hora sino 30 segundos. La suerte está echada, la policía no me dejará salir con vida, y me niego a morir sin decirle que la quiero. ¡Maldita bomba sensible a las ondas que no me permite llamarla! Bueno, mejor así, por fin podré decírselo a la cara.
El contador marca 25 minutos. En verdad no es tanto tiempo, pues también le tengo que pedir perdón. Perdón por todo lo que le hice, por los escándalos, por las detenciones, por los embargos del banco, y por lo de su padre. Yo nunca quise matarle, era un buen hombre, y un honrado policía. Era una cuestión de muerte, era él o yo. En verdad fue un accidente. ¡Como lo de esta bomba!
¡Maldita sea, 17 minutos! ¿Pero donde está?
A lo mejor no quiere venir, quizá deseé verme muerto. Así se haría justicia, el asesino habría caído. Puede que así por fin acepte el dinero del atraco, si no por ella, por nuestro hijo. El pobre no tiene culpa de nada.
12 Minutos. Si se decide a venir no tendrá tiempo suficiente para huir, no podré decirle todo lo que siento.
¡Mierda! Se me está durmiendo la mano, no voy a aguantar mucho tiempo así. ¡Vamos, imbécil, que aún quedan 6 minutos! Debería desistir y reventar de una vez, pero no puedo renunciar a estos 4 minutos que me quedan para verla. Aunque me pegara, aunque me escupiera en la cara y me llamara idiota. Es lo que merezco, soy un mal marido y un mal padre, soy un pésimo criminal. Nunca supe llevar una vida honrada, nunca supe manipular explosivos.
50 Segundos. Ya no vale la pena que venga. Mejor así, que viva su vida y sea feliz.

¿Lucía? ¿Qué haces? ¿Por qué me miras así? Por favor, no digas nada.
¿Pero qué haces? ¡No, no vengas! ¡Vete! ¡No, no me abraces!
¡Joder, que se me escapa el cable!

sábado, 3 de mayo de 2014

El día de la madre

 
Dibujo de Universo Pamp.

Dolores se levantó esa mañana temprano, ignorando los achaques, y limpió la casa de cabo a rabo, hasta dejarla como una patena. Podía reflejarse en los azulejos del baño, pero no quería verse vieja y arrugada, todavía no. Se puso lo primero que encontró y bajó al mercado. Compró lo justo para preparar una mala comida y una gran cena, discreta pero buena, para cuatro invitados. Pasó por la pastelería de Gallardo y cogió una tarta de albaricoques, la que tanto gustaba a Rufino.
De vuelta en casa, descansó un rato su dolorida espalda y se puso a cocinar. Preparó un caldo para comer y unas truchas encebolladas para la cena. Les añadió patatas al estilo campero, como le gustaban a Teófilo. Sabía que de ahí a la noche se quedarían frías, pero tampoco importaba mucho.
Se echó una siestecilla viendo la telenovela, y después se dio un buen baño caliente, nada de duchas frías, le puso sales aromáticas de la Toja. Estuvo un buen rato en el agua, a riesgo de arrugarse más, disfrutando el momento de paz antes de la fiesta.
Dejó los vestidos negros en el armario y se planchó la falda azul marino. La combinó con su camisa estampada. Se maquilló la cara para estar guapa, pero no se puso sombra de ojos en deferencia a su madre, ella siempre pensó que eso era de fulanas. Sus pulmones hicieron un esfuerzo especial por soportar la cantidad de laca necesaria que echarse para que su pelo quedara curioso.
Cuando sacó el mantel de los domingos y la cubertería buena, los gatos salieron de la casa, porque sabían qué día era.
Colocó la mesa en mitad del salón, con sus cinco sillas, sus cinco cubiertos y sus cinco platos de trucha con patatas. En las cinco copas sirvió vino tinto del bueno, de Valdepeñas, que trajo de la bodega de Damián. Sabía que Hipólito no podía tomar alcohol, pero qué porras, un día era un día.
Colocó las fotos de sus cuatro hijos, cada una en su sitio, y la tarta de albaricoques en el centro de la mesa, adornada con cuatro velas. Se sentó y esperó con la copa en la mano.
Cuando se apagó la primera vela, sabía que era Rufi, él siempre era el primero en llegar a ver si su madre necesitaba algo. Tras su hermano, Poli no tardó en aparecer, el pobre siempre necesitando la ayuda de mamá. Inmediatamente, la tercera vela se apagó cuando Teo acudió al olor de las patatas camperas. La cuarta vela tardó un rato en apagarse, pero la forma violenta en que lo hizo anunciaba claramente la llegada de Juanra. Su madre no se lo tuvo en cuenta, hacía tiempo que le perdonó todo aquello.
Pletórica de felicidad, alzó la copa y se dijo a sí misma:

–¡Feliz día, mamá!

domingo, 20 de abril de 2014

El cadáver iluminado

                                                 Dibujo de Universo Pamp.


Cuando de la Cruz sacó aquel cuerpo del depósito, se maravilló ante tanta belleza imposible de describir. Nunca había visto otra mujer así y perdió la noción del tiempo que estuvo admirando el cadáver, hasta que una voz le sacó de su trance.
–La jodía era guapa, ¿eh?
–Si, es preciosa –contestó embelesado, incapaz de reaccionar ante el desconocido–, pero, ¿quién es usted?
–Subinspector Tomás –le enseñó la placa–, ¿es usted el doctor de la Cruz?
El forense afirmó con la cabeza, mientras recuperaba la cordura.
–¿Qué le ha pasado a esta chica?
–¿Es que no ha leído el informe? –preguntó el subinspector con indignación.
De la Cruz, avergonzado como el niño al que pillan sin haber hecho los deberes, negó con la cabeza.
–Se llamaba Magda, Magda nosequé –comenzó a explicar el policía–, no llevaba documentación, pero la han reconocido las putas del calabozo. Unas dicen que era kosovar, otras que era rusa, da igual, la cuestión es que era de Europa del este.
El forense se fijó en sus facciones, y en efecto, parecía rusa-kosovar. Su piel pálida, su cabello rubio, y esos ojos azules que parecían mirarle.
–Se la encontraron ayer –prosiguió el subinspector–, muerta, en mitad de la plaza de la Pasión.
–¿Ayer?
–Sí, ayer.
–No puede ser –de la Cruz estaba asombrado–, el cuerpo no presenta rigor mortis, su piel está tersa, como si aún viviese.
–Pues le aseguro que está muerta –bromeó Tomás–, palpe, palpe, a ver si le late el corazón.
–¡Subinspector, no se burle! –le increpó– ¿No ve que el cuerpo está incorrupto?
–De incorrupto nada, doctor, que se la encontraron llena de cortes y moratones. ¡Lea, lea el informe! –ya no le hacía gracia el tema.
–¿Es que no lo ve? Si parece más bien una virgen o una santa.
–¡Vamos, doctor, no me haga reír, si era más puta que las pesetas!
–Pero fíjese, ni su delicado cuerpo ni sus delgados brazos presentan mancha alguna.
–Pues era una puta yonqui.
–Pero mírelo, subinspector, ni siquiera hay pinchazos en sus preciosos píes.
De la Cruz se estaba poniendo muy pesado, y el policía ya no aguantaba aquella absurda discusión.
–Doctor –intentó bromear–, ¿no se estará enamorando de la muchacha? No me gustaría encontrarle haciendo cosas raras con el cadáver…
–¡Subinspector, por favor, qué soy un profesional!
–¿Sí? Pues por ahí comentan cosas sobre usted…
–¡Maldita sea, Tomás! ¿No se lo habrá creído? –parecía que iba a echar espuma por la boca– ¡Eso son falacias, mentiras puñeteras! ¡Habría que oír lo que dicen de usted!
–Tranquilícese, hombre, tranquilícese –intentó apaciguarle–. Vamos a hacer una cosa, yo me voy a seguir con la investigación, y volveré en un par de horas, a ver cómo va con la autopsia. Sólo le pido que se dé prisa, necesito el informe antes de que amanezca.

De la Cruz estaba indignado. El imbécil de Tomás había conseguido que le temblaran las manos. Necesitaba un trago, pero llevaba treinta días sin probar el alcohol. Entonces comprendió que era ella la que le ponía nervioso. Se sentía incapaz de corromper aquel cuerpo con su bisturí. Sus ojos sin vida no dejaban de mirarle, y su boca insinuaba una sonrisa que parecía ocultar un secreto. Se preguntaba qué le había sucedido. Se preguntaba por qué le habían sacado de casa, a esas horas, en domingo, estando suspendido de empleo, que no tenía necesidad de manipular ningún cuerpo muerto; y lo que es peor, ¿por qué le había llamado el subinspector Tomás con tanto secretismo y tanta urgencia? ¡Si ni siquiera se conocían! ¿Por qué a él y no a otro? Sospechaba que no habían contado, en ningún momento, con la aprobación del comisario Ponce, porque él nunca aceptaría su implicación en el caso, sobre todo después del escándalo de la niña de Monteolivar. Le habría preguntado directamente a él, pero tenía un miedo atroz al comisario y sus posibles reacciones.
La chica seguía mirando y sonriendo. Sus manos dejaron de temblar, y decidió que tenía que desentrañar ese misterio, él mismo.

El primer paso lógico era acudir a los calabozos y preguntar a las prostitutas. Ellas sabrían algo sobre el tema, pero se burlaron de él, sólo era un simple forense y no tenía madera para los interrogatorios. Le dijeron que si quería un numerito morboso con ellas le harían un buen precio. Pensó en el impoluto cuerpo desnudo que se postraba en la mesa de autopsias, y despreció a aquellas sucias rameras. Le dolió pensar que la hermosa Magda tenía algo que ver con ellas. Vio que tendría que pagarlas para sacarles alguna información, pero estaba sin blanca, así que bajó al bar de la esquina y le pidió a Nazario unos cuscurros de pan y una botella de vino.
–A ver que va a hacer con el vino, doctor –le dijo el camarero–, que el comisario me tiene prohibido darle de beber.
Entró con mucho cuidado de que no le vieran de esa guisa. Le costó convencer al agente Longinés para que le volviera dejar pasar a los calabozos, el muchacho era un buen policía cumplidor del reglamento, pero el vino lo puede todo. Las mujeres se pusieron contentas y empezaron a contar rumores absurdos sobre la difunta, ninguna de ellas la conocía en persona, la única que podía decirle algo sobre ella era una tal Mariet, pero ya no estaba allí, el subinspector Tomás la había sacado, hacía un par de horas.
–¿Y para qué la ha sacado? –preguntó, tonto de él.
–Pues, hijo –se burlaron–, tú me dirás para qué quiere Tomás a una chica como nosotras.
No tenía mucho tiempo, las carcajadas se oirían por toda la comisaría, y el subinspector Tomás llegaría en cualquier momento. Pensó que no tenía por qué meterse en ese lío, que ya estaba suspendido de empleo y sueldo, y no necesitaba más problemas. Sólo tenía que realizar esa autopsia y volver a su retiro. Pero en su cabeza, ella seguía mirándole.
Con la promesa de más pan y más vino, consiguió que le dieran la dirección de un tal Judath, el chulo de Mariet, un tipo muy peligroso. De la Cruz sabía que no tenía que ir, le advirtieron que Tomás no era trigo limpio, pero él fue.

La noche era cerrada como en las novelas baratas de misterio. Las calles del Calvario estaban desiertas, no había yonquis, ni fulanas, ni rateros. El silencio le asustaba aún más que la fama de aquel barrio de mala muerte. No podía imaginarse a la bella Magda ofreciendo su cuerpo por ahí. En los callejones brillaban ojos amenazantes. Se le hizo eterno hasta que encontró el domicilio del tal Judath. La puerta estaba abierta. El aspecto de la casa era terrorífico: polvo, suciedad, manchas de sangre, el mobiliario destrozado… Había una jeringuilla en el suelo, y un par de botellas de vodka vacías. Las manos le volvieron a temblar. Una lámpara medio rota alumbraba levemente a aquel enorme rumano que permanecía acurrucado en un rincón, desnudo, tiritando como un crío asustado, murmurando algo en su idioma.
A pesar del miedo, de la Cruz se acercó a él.
–¿Judath, Judath Proski? ¿Es usted Judath? –preguntó al gigantón.
–Yo soy –contestó con un siniestro acento, que le hizo estremecer.
–¿Mariet, está aquí?
–No está –contestó sin siquiera levantar la vista–, déjenla en paz, no tiene nada que ver con esto.
El forense no sabía cómo enfrentarse a aquella situación, no era un agente de campo, sólo habría cuerpos difuntos.
–¿Magda? ¿La conocía? ¿Trabajaba para usted? –por fin se decidió a preguntar.
El rumano afirmó con la cabeza.
–¿La mató? ¿La mató usted? –estaba tan enfadado como asustado, sentía el impulso de abalanzarse sobre aquel criminal, y el de salir corriendo.
El rumano alzó su insegura mirada. Estaba llorando.
–Sí, yo lo hice.
Entonces de la Cruz descubrió que aquel gigantesco hombre estaba aún más asustado que él. Por un momento, hasta le dio pena.
–¿Pero por qué? ¿Por qué la mató, Judath?
–Eso no importa ya.
El pobre estaba totalmente derrumbado.
La ira del forense explotó.
–¡Maldita sea, Judath! ¡Sí importa! ¿Por qué la mató?
–Déjeme en paz, ya he dicho no importa, pregunte a Tom…
Tres disparos impactaron en su pecho, haciéndolo caer. De la Cruz, asustado, volteó por el suelo, hasta ver que Tomás estaba allí, apuntando con la pistola.
–¡Joder, doctor! ¿Se puede saber qué hace aquí? ¿No se podía haber quedado quieto en la morgue, haciendo su trabajo?
Empezó a entender lo que pasaba.
–Subinspector, ha sido usted, es verdad lo que dicen por ahí.
–¡No empecemos con el tema de los rumores, doctor! ¡No tiene ni idea de lo que ha pasado!
Ahora eran las manos del policía las que temblaban, en cualquier momento podría disparar.
–Ya entiendo, maldito corrupto, usted estaba metido en los negocios sucios de esta gente, por eso me llamó a mí para que hiciese la autopsia. Necesitaba a alguien desacreditado como yo para poder archivar el caso sin levantar sospechas.
–¡Ah, cállese, doctor! ¡Ya le he dicho que no tiene ni pajolera idea de qué va esto! ¡Estúpido necrófilo!
–¡Pues dígamelo usted! ¿Por qué mataron a la chica? ¿Por drogas, por dinero, o por algo más?
–Como ya le ha dicho ese gilipollas, ya no importa. ¡Él mató a golpes a la chica! ¡Merecía morir!
–¡Y usted merece la cárcel! ¡Por corrupto y asesino!

–Déjelo, doctor, da igual –susurró la moribunda voz de Judath–, le perdono.
–¡Qué me perdonas, hijo de la gran puta! –el subinspector enfureció–, ¿Por qué? ¿Quién eres tú para perdonarme?
–Te perdono porque ella me perdonó, antes de morir.
La luz del sol entró por la ventana, iluminando la sucia estancia, en el momento en que ese enorme asesino espiró.
Los dos hombres se miraron, callados durante un buen rato, como si hubiera pasado un ángel.
–Descanse en paz –dijo el forense.
Tomás guardó el arma y se santiguó.

–Y ahora qué, subinspector, ¿me va a matar para que no hable?
–No, de la Cruz, no. No voy a matarle, estoy cansado, y nadie le iba a creer.
–¿Y entonces?
–Entonces volveremos a la comisaría, doctor. Usted hará la autopsia y se olvidará del caso. Yo lo archivaré y me olvidaré de lo que pasó con el cuerpo de la chica de Monteolivar.
–¿Y Judath? ¿Y los disparos?
–No se preocupe, doctor, alguien se lo encontrará y llamará a la policía. Ya me encargaré de eso, confíe en mí.

El día despertaba en el barrio, las tiendas del mercado abrían como si no hubiera pasado nada, mientras los dos hombres paseaban como sin nada. Ya habría tiempo por la noche para que volvieran los camellos y las putas.

Cuando llegaron a la comisaría, se encontraron con que el cadáver de la mujer había desaparecido.
Más de un testigo la vio salir, vestida con una bata blanca, al amanecer. Dijeron que se despidió, sonriendo, con unas extrañas palabras que sonaban a arameo.
–Era rumano –intervino la agente Paulov–, significa “benditos seáis”.

lunes, 17 de marzo de 2014

Preparando su llegada

                                                Dibujo de Universo Pamp.

–¿Es usted la señora Aurora?
–Sí, soy yo, ¿nos conocemos?
–Soy Vicente, Vicente Salvado.
–Vaya, así que es usted don Vicente. Por fin nos conocemos.
–Veo que a oído hablar de mí.
–Sí, y sepa que no estoy contenta con su hijo.
–Lo sé, no se portó bien con su hija. Pero no sea cruel con él. El pobre tuvo una infancia muy dura. No se lo puse fácil.
–Ya, por lo poco que sé, usted no fue un buen padre.
–¿Le habló él de mí?
–No, qué va, él nunca hablaba de usted. Lo deduje con el tiempo, charlando con su esposa.
–Ah, claro, supongo que tampoco me porté bien con ella.
–Pero no se crea, ella no me habló de usted.
–Veo que es muy suspicaz, doña Aurora.
–Sí, lo que no entiendo es qué hace usted aquí.
–Bueno, al final él me perdonó.
–No, si lo que digo es por qué viene a contarme esto ahora.
–Verá, él está a punto de llegar.
–¡Válgame el cielo! ¿Y cómo ha sido?
–El cáncer, señora mía, el cáncer.
–Vaya por Dios, no sabe cómo lo siento. Si en el fondo era un pobre hombre.
–En el fondo todos lo somos.
–¿Y cómo es que viene aquí?
–El perdón, doña Aurora, el perdón. Sus hijos, mis nietos, bueno y también suyos, le han perdonado.
–Son buenos chicos, a pesar de lo mucho que me enfadaban.
–Su hija también le ha perdonado, bueno a su manera. Tiene que estar orgullosa de ella.
–Lo estoy, don Vicente, lo estoy. De ella y de su hermana.
–Espero que les vaya bien, y también espero que no le resulte violento tenerle a él aquí.
–Bueno, tendré que hablar con mi marido, él tampoco le guarda mucho aprecio.
–Se lo agradezco, señora, solo les pido que cuando llegue, me dejen unos minutos a solas con él. Tiene muchas cosas que perdonarme.
–No se preocupe, don Vicente, aquí todos estamos para perdonar.

lunes, 24 de febrero de 2014

Pérez y Ondina

                                       www.perez-ondina.es / info@perez-ondina.es.


En el centro de fisioterapia de Pérez y Ondina te dan un trato muy especial, ya seas basurero, transportista o escritor.
–¿Ah, sí? ¿Y eso donde está?
–Está en Móstoles, en la calle Empecinado, nº 58.
–¿En Móstoles?
–Sí, en Móstoles, ¿tienes algo en contra de Móstoles?
–No, no, en absoluto.
–Ah, bueno, creía…

Ondina va por las tardes, y te trata todo tipo de contracturas y lesiones musculares.
–Ay, chica, qué bien me has dejado, qué manitas tienes…
–Pues deberías probar con Pérez, él tiene las manos más grandes y abarca más espalda.
–Ah, pues habrá que probar.
–No, no, no se confunda, yo soy Pérez y Ondina, osea, Pérez-Ondina. Pero me puede llamar Jorge.
–Caramba, qué confusión. ¿Y es verdad lo de las manos?
Tanto que a la pequeña Lola le alisó el pelo.
–Pero, hombre de Dios, ¿qué ha hecho con los rizos de mi niña?
–Perdóneme, se me ha ido la mano. Como la pobre tiene tan poquita espalda… ¿Pero a que ya no se queja de la bronquiolitis?
–No, que va, ahora me duerme toda la noche del tirón, sin llantos ni dolores.
–Lo ve, buena mujer, si aquí lo tratamos todo, mucho y bien.
–Pues sí, sí, va a ser que sí.
Y tanto que sí. Si hasta llegó a tratar la tendinitis de la pierna de un famoso futbolista.
–¿Cual? ¿Ese que coló aquel gol tan espectacular?
–No, el otro, el que se pasó todo el partido corriendo detrás de él.
–Ah, pues fue una buena carrera. Se ve que le trató la pierna a conciencia.
Pues claro que sí.
En una ocasión, le llamaron de una funeraria. Por lo visto, el difunto tenía los músculos tan contraídos, por el rigor mortis, que cuando lo metieron en el ataúd, se levantó en mitad del velatorio. El bueno de Jorge le dio un buen masaje, hasta relajar esos músculos tan tensos, y la ceremonia pudo seguir sin más problemas.
–¡Ja, qué bueno! Ahora si se podía decir que el hombre descansaba en paz.
–Amén a eso, hermano, amén.

viernes, 17 de enero de 2014

El ascensor

                                                     Dibujo de Universo Pamp.

El ascensor se paró, la luz se fue, y tú me abrazaste. Me abrazaste con fuerza, y aunque sé que fue más miedo que amor, o pasión, yo te besé. Te besé por todas las veces que fui incapaz de decirte nada. Tú tampoco hablaste, ni hiciste nada por apartarme. No sé cuanto tiempo estuvimos así, pero para mí fue una dulce eternidad. Cuando la puerta se abrió, me empujaste, asustada como si aquello no fuera contigo. Entonces apareció él, como un bombero de película que venía a tu rescate, y te lanzaste a sus brazos. Pero no fue igual, a él no le abrazaste con la fuerza con que me abrazaste a mí. Ahora, cada vez que subimos o bajamos, deseo con fuerza que la luz se apague, para amarte una y mil veces, cuando el ascensor se vuelva a parar.

lunes, 6 de enero de 2014

Paco y el monstruo

                                                   Esta vez el dibujo es mío.


Paco tiene un monstruo en su habitación, que por las noches le atormenta, riendo y agitando los brazos. El pobre grita y grita sin parar, hasta que su madre enciende la luz y se lo encuentra sentado en la cama, temblando de miedo.
–Hijo, ¿qué te pasa?
–¡Mamá, un monstruo, un monstruo! –repite una y otra vez, señalando al perchero.
Ella le abraza para calmarle.
–No, cariño, no, sólo es tu abrigo en el perchero, cálmate.
Pero él lo sigue viendo, y sigue gritando.
–¡Un monstruo, un monstruo!
Ella le abraza más fuerte hasta que logra calmarle.
–No te preocupes, cielo, solo ha sido un sueño.
Y se lo lleva a dormir a su cama.
A su padre no le hace ninguna gracia.

Y así noche tras noche.

–¡Mamá, un monstruo, un monstruo!
–Pero, hijo, ¿no ves que es el perchero? Tranquilízate.
–Mamá, ¿puedo dormir con vosotros?
–Vale, pero no te acostumbres.
Y aunque Papá refunfuña, a Paco no le importa. Sabe que estando allí sus padres, el monstruo no se atreverá a entrar.

Su padre se hartó y aprovechó la hora del desayuno para decírselo.
–Paquito, ya eres mayor y tienes que dormir en tu cama. Ya sabes que los monstruos no existen.
El pobre niño no supo qué contestar. Tenía la boca llena de chococrispis.

Pero el monstruo seguía apareciendo.

–Mamá, ¿puedo dormir con vosotros?
–No, hijo, no, tienes que ser valiente –ella le acarició–, duerme tranquilo.
–¿Me puedes dejar encendida la luz del pasillo? –preguntó.
Ella negó con la cabeza, apagó la luz y cerró la puerta.

Paco se acurrucó bajo la funda nórdica. Dentro hacía mucho calor, pero él no quería salir. Intentaba tranquilizarse, pero tenía miedo. Cuando empezó a oír la siniestra risa del monstruo, cerró con fuerza los ojos, apretando los dientes, y se tapó las orejas. Aguantó un buen rato así, hasta que no pudo más y asomó la cabeza para respirar. Entonces lo vio, agitando los brazos, con los ojos rojos y los dientes afilados.

–¡Mamá!
La puerta se abrió y la luz se encendió. Esta vez era Papá, y estaba enfadado.
–¿Se puede saber qué pasa?
–¡Papá, un monstruo, un monstruo! –gritaba señalando.
–¿No ves que solo es un abrigo colgado en el perchero?
Paco estaba aterrado, quería pedirle que le llevara a su cama, pero sabía que él no le dejaría. Al final, el padre se apiadó.
–Vamos, hijo, –dijo acariciándole la cabeza– no lo pienses más y duérmete.
Paco le miraba con los ojos llorosos.
–¿Si te doy esta linterna te quedas más tranquilo?
El niño afirmó con la cabeza.
Le dio la linterna, le arropó y le besó en la frente. Apagó la luz y cerró la puerta.

Cada vez que el monstruo se reía, Paco le enchufaba con la linterna, para asegurarse de que solo era un perchero. Y así se pasó un par de horas, hasta que se acabaron las pilas. Entonces, se volvió a meter bajo el nórdico, asustado, repitiendo una y otra vez:
–Eres un perchero, eres un perchero…

El padre se quedó mirando como su hijo mojaba tristemente, una magdalena en el colacao.
–Paco, ¿qué te pasa?
–Que soy un cobarde –contestó.
El padre se emocionó.
–No, hijo, no.
–Sí, Papá, yo quiero ser como los valientes que no tienen miedo, pero soy un cobarde.
Él le puso la mano en el hombro y le miró de esa manera que tenía de mirar cuando iba a decir algo importante.
–No, hijo, no, los valientes también tienen miedo, pero se enfrentan a él. Por eso son valientes – le guiñó el ojo, sonriendo–. Además, tu y yo sabemos que los monstruos no existen.
Paco se quedó pensando, viendo a su padre irse a trabajar.

Una noche más, el monstruo acudió, con su siniestra risa. Paco, asustado bajo la funda nórdica, se decía a sí mismo:
–Tienes que ser valiente, tienes que ser valiente…
Pero el monstruo seguía riéndose. Él repetía una y otra vez:
–Tienes que ser valiente, tienes que ser valiente…
Paco pensó que si atrapaba al monstruo, sus padres verían que es verdad, y se decidió a tenderle una trampa. Apretó los dientes y, sin salirse del nórdico, se escurrió debajo de la cama.
–Soy valiente, soy valiente –se repetía.
Su plan era salir por el otro lado de la cama y pillar al malvado despistado. Allí abajo estaba muy oscuro. Al fondo se veía algo brillar.
–Soy valiente, soy valiente…
Cada vez tenía más miedo, pero era ese miedo el que le empujaba a seguir adelante. Pensó que sería algún juguete brillante que había perdido allí, e intentó ignorarlo.
–Soy valiente, soy valiente…
Cuando salió al otro lado, estaba muy nervioso y temblaba sin parar. A pesar de la oscuridad, entraba luz de la calle y podía ver la silueta del monstruo agitando los brazos. Estaba de espaldas. Era el momento de atacarle.
–Soy valiente, soy valiente…
Apretó los puños y tomó carrerilla, saltó sobre el arcón de los juguetes, y desde ahí arremetió contra el cruel monstruo.
–¡Aaah! –gritaba con los ojos cerrados.
El perchero, al caer, soltó un estrepitoso ruido. La luz se encendió. Era Mamá, estaba muy enfadada.
–¡Por el amor de Dios! ¿Se puede saber qué haces?
Paco se encontraba en el suelo, agarrando el perchero y mordiendo el abrigo.
–¡Ya estoy harta –gritaba la madre–, te vas a dormir de una vez, y no quiero volver a oír nada de la historia del monstruo!
Metió al niño en la cama, levantó el perchero, colgó el abrigo, apagó la luz, y se fue dando un portazo.

Paco estaba furioso, su madre se había enfadado con él por culpa de aquel estúpido monstruo que no le dejaba dormir. Apretó los dientes, e intentando no gritar, miró fijamente a sus ojos rojos.
–Maldito monstruo, ya no te tengo miedo, ya no te tengo miedo…

Y así estuvo toda la noche, hasta que se quedó dormido y el monstruo desapareció.



Algunas noches, el monstruo vuelve con su risa tenebrosa y sus ojos rojos, pero Paco ya no le escucha, y aunque él sigue allí, el miedo se fue. Ahora Paco duerme feliz.