viernes, 24 de diciembre de 2010

Terrible

Dibujo del genial Pamp, a ver cuando hace más.

–¿Quien le ha puesto purpurina a las cabezas de la pared?
La voz de Araña Peluda sonó en mitad de la tormenta. Llevaba muchos años infundiendo terror y ya no soportaba esas tonterías.
Terrible, esa noche estaba más sensible de lo habitual, y Colmillos no paraba de chincharle.
–¡Papa, ha sido Terrible, ha sido Terrible, y le ha puesto adornos de colores a las telarañas, y lucecitas a las tumbas del jardín!
Araña Peluda odiaba a los chivatos, pero le gustaba menos que le tomaran por el pito del sereno.
–¡Además, tiene una rata enorme en su cuarto y no la quiere compartir! –Continuó el acusica.
–¡No la toques, que es mía!
Horror, tampoco aguantaba las discusiones de sus hermanos pequeños, y sin decir nada, se fue a la fiesta de la morgue.
Araña Peluda corrió hacia la puerta.
–¡Hijo, no me dejes solo con estos dos!
Terrible, apareció con un gorro rojo en la cabeza y una enorme rata, con un lazo, en las manos.
–Toma, papa, esto es para ti, feliz navidad.
El padre, sonriendo y meneando la cabeza, abrazó al hijo.
–Pero mira que eres cursi.

jueves, 16 de diciembre de 2010

La barca de Carente

Dibujo de Universo Pamp.

Hipólito era el barquero del pueblo y solo cobraba dos monedas por cruzar a la gente al otro lado del río. Era un hombre honrado y todos le apreciaban, pero era una aldea pobre y mas de uno no podía pagarle.
–No importa, otra vez será.–Decía siempre.
Le daban pan, fruta, o lo que buenamente podían.
–Así nunca llegarás a rico.–Le regañaba su mujer.
El pobre era tan pobre que le llamaban Carente el barquero.

Cuando estalló la guerra la cosa empeoró, solo había hambre y miseria.
Los soldados, o bien porque luchaban por la patria o por la libertad, nunca le pagaban.
–No importa, otra vez será.–Repetía aun sabiendo que muchos de ellos no volverían.
Nunca se posicionó, le daba igual remar a una orilla que a la otra. Nunca se preguntó de que lado tronaban los cañones, solo le preocupaban aquellos chiquillos, con sus fusiles, que entregaban su vida por no se qué ideales, cuando ni siquiera podían pagar un viaje en barca.

Nunca había faltado a su trabajo, a pesar de la guerra, a pesar de la niebla, a pesar del invierno. Pero aquel día sintió frío por primera vez en su vida.
La muerte estaba esperando en la orilla. Los animales habían callado y los disparos dejaron de sonar. El miedo recorrió todo su cuerpo, pero Hipólito empezó a remar.
–¿Has venido a por mi? –Preguntó.
Ella afirmó con la cabeza.
–¿Por qué? yo no he hecho nada malo.
–Yo no juzgo.–Contestó la siniestra voz.
–Soy un hombre bueno –empezó a suplicar –he llevado a unos y a otros sin importarme su condición, y si no han podido pagar se lo he perdonado.
–Lo sé –contestó –todos me hablaron muy bien de ti.
Hipólito no paraba de remar, el río parecía más grande que nunca.
–Pero ¿por qué yo? no, por favor.
Los lamentos de aquel pobre hombre no le conmovían.
–Con la vida que llevas ¿que más te da? no tienes nada que perder.
El barquero se sosegó un poco. Toda su vida pasó ante sus ojos, se la había pasado remando.
–Supongo que tengo miedo a morir.
La muerte se mantuvo callada.
Cuando llegaron a la orilla, se levantó y alzó la guadaña.
Él, tembloroso y con los ojos cerrados, alargó el brazo y acertó a decir.
–Son dos monedas.
La siniestra figura, quedó paralizada por un momento, asombrada, soltó la guadaña y buscó en los bolsillos.
–No tengo dinero.–Afirmó.
El barquero se mordió la lengua para no soltar la frase de siempre y mantuvo la postura.
Ella cogió la guadaña, meneó la cabeza y dijo:
–Haremos una cosa, yo paso por alto esto y tu te olvidas del viaje.
El barquero se encogió de hombros.

La muerte desapareció entre la niebla.
Los cañonazos volvieron a tronar.
Hipólito se sacudió la cabeza para espabilarse y empezó a remar, había gente esperando en la otra orilla.