jueves, 23 de junio de 2016

¡Sinvergüenzas!

                                                   Dibujo de Universo Pamp.


–¡Oiga! ¿Qué hace?

–Señora, iba a hacerme una foto con su hijo.

–¡Ay, quite, quite! ¡Suelte a mi niño!

–Pero, señora, ¿no sabe quién soy?

–¡Sí, usted es el que sale en televisión!

–Señora, yo soy el candidato a la presidencia del gobierno.

–¡Un sinvergüenza es lo que es!

–No me pegue con el bolso, mujer, que no le voy a hacer nada al chiquillo.

–Pues mire, para empezar, ha dejado a su padre sin trabajo. ¡Suelte al niño!

–Pero deje de pegarme, que yo no he sido, que ha sido el otro…

–Usted, el otro… ¿Qué importa? ¡Si sois todos unos sinvergüenzas! ¿Quiere soltar a mi hijo?

–Señora, pare ya. Que yo no tengo la culpa de que el país vaya tan mal.

–¡A mí no me llame señora! ¡Sinvergüenza! ¿Es que cree que soy una tía loca a la que pueda engañar?

–No diga eso, mujer, que yo pienso hacerlo bien. ¿No irá usted a votar al otro?

–¡No, que es otro sinvergüenza como usted! ¡Que ha hundido el país! ¡Y suelte a mi niño, de una vez! ¡Y usted, aparte esa cámara!

–¡Señora, no toque la cámara! ¡Que estoy trabajando!

–¡Policía, policía! ¡Qué me roban a mi hijo!

–¡Pero deje de pegarme!

–¿Qué pasa aquí?

–Tranquilo, agente, sólo iba a sacarme una foto con el crío.

–¡Deténgales, deténgales, que quieren secuestrar a mi hijo!

–¿Es eso cierto?

–¿Es que no sabe quién soy?

–¡Un sinvergüenza es lo que es! ¡Y un secuestrador!

–¡Ala, venga, se acabó! Devuélvale el niño a su madre, que se va a venir detenido a comisaría.

–¡Pero, oiga!

–Y usted también. ¡Apague esa cámara!

–¿Y yo por qué? ¡Sólo estoy haciendo mi trabajo!

–¡Cierre la boca! ¿Le gusta hacer fotos a los niños? ¡Póngase las esposas, maldito pervertido!

–¡Esto no es justo! ¡No es justo!

–¡Por favor, vótenme el domingo! ¡No se dejen influenciar por esto!


–Ea, ea, mi niño, vente con mamá… Ea, ea, cálmate…

–Ea, ya me le han hecho llorar…

–¡Sinvergüenzas! ¡Qué sois unos sinvergüenzas!

jueves, 16 de junio de 2016

Las bragas de Raquel

                                                     Dibujo de Universo Pamp.


En aquellos tiempos, todos hablaban de Raquel. De lo guapa que era, de lo buena que estaba, de las cosas que hacía… Nosotros no lo entendíamos, pero tampoco queríamos ser menos.

Todavía recuerdo la tarde en que el bocazas de Rafita apareció, con los ojos fuera de sus órbitas, diciendo que le había visto las bragas. Ya ves tú, unas bragas. Como si yo no estuviera harto de ver las de mi hermana, en el cesto de la ropa.

–¡Tú eres idiota! ¿Cómo va ser lo mismo verlas tiradas, que vérselas puestas?

Nos enzarzamos en una discusión. Nos llamamos ingenuos, ignorantes, inmaduros, y no sé cuantas tonterías más. Carmelo preguntó de qué color eran.

–¡Rosas, tío, son rosas!

Entonces llegó Aitor, el Brasas, encendiéndose un cigarrillo.

–¿El qué son rosas? ¿El color de tus pelotas?

Él siempre se estaba burlando de nosotros.

–¡No, tío, no! ¡Las bragas de Raquel! –dijo Carmelo.

–Pero qué vais a saber vosotros, si sois unos mocosos.

–¡Pues que sepas que éste le ha visto las bragas!

–Ya ves tú, las bragas –contestó, echándonos el humo del cigarro–, esas se las hemos visto todo el barrio. Pero a ver quién es el guapo que se las quita.

Los chicos se enfadaron, y empezaron a gritarle. Él les llamó niñatos. Ellos le llamaron gilipó. Yo recordé lo que el abuelo me había dicho un montón de veces.


–Si verdaderamente quieres algo, tienes que pedirlo con educación.

Entonces empezaron a reírse.

–Pues ala, valiente, pídeselas por favor.

–Eso, eso, valiente.

Me sentí traicionado. Hasta mis amigos se reían de mí. A Rafita se le estaban empañando las gafas, de la risa. Apreté los dientes, para no llorar, y me fui a buscar a Raquel.

–¡Valiente, valiente! –se burlaban.

La encontré en el parque, sentada en un banco, mirando yo qué sé en el cielo, con las manos entrelazadas. Estaba guapísima. Cuando me acerqué, me miró con dulzura.

–Hola, guapo. ¿Qué quieres?

Yo me puse colorado, al ver como sonreía.

–¿Qué puedo hacer por ti? –insistió.

Cuando se lo dije, me arreó un bofetón. Me llamó marrano, me dijo que era un canijo sinvergüenza.

Las risas sonaban tras los arbustos. El humo de un cigarrillo delataba la presencia del Brasas.

–¡Marrano! ¡Sinvergüenza!

Los que gritaban eran mis amigos.

Raquel se dio cuenta, en seguida, de lo que pasaba, pero hizo como si no les oyera, y me volvió a sonreír.

–Oye, si quieres mis bragas, tendrás que ofrecerme algo a cambio –dijo–. Entrégame tus calzoncillos.

–¿Qué? ¿Aquí? ¿Ahora?

Yo estaba muerto de vergüenza.

–¡Vamos, marranete, dáselos! –se seguían burlando.

Ella seguía mirándome.

–No tengo todo el día.

La cremallera se me atascó, tardé en desabrochar el cinturón, y el botón salió disparado. Las carcajadas eran cada vez más fuertes. Los pantalones no salían, y me tuve que quitar los zapatos, de mala manera, quedándose un calcetín metido en uno de ellos. Cuando me quité los calzoncillos, oí a más de uno llamarme pichulín. Entonces Raquel, en un abrir y cerrar de ojos, se quitó las bragas, sin tener que subirse la falda, ni quitarse los zapatos. En efecto, eran rosas.

Las risas y las burlas pararon.

Ella, besándome en la mejilla, me dijo:

–Toma, machote, te las has ganado.

Cogió mis calzones y se fue tarareando una canción de Radio Futura.

Todo estaba en silencio. Yo me quedé ahí, pasmado, sin saber que decir, hasta que Aitor, el Brasas, salió de detrás del matorral, aplaudiendo.

–Bravo, valiente. Eres un machote.

–¡Bravo, bravo! –coreaban los otros– ¡Machote, machote!

Rápidamente, me puse los pantalones y me até los cordones de los zapatos, como buenamente pude, y me fui corriendo a casa, agitando con orgullo la rosada bandera de mi triunfo.

Mi madre me soltó un tortazo, y me llamó pervertido. Me castigó una semana sin salir. Fueron siete días en los que no se dejó de contar mi hazaña, por todo el barrio.