viernes, 16 de diciembre de 2011

Mientras el cuerpo aguante

Dibujo de Universo Pamp.

Marisa nunca pensó que sería capaz de fugarse con el primer camión que parara.
Ella no se consideraba una princesa, por lo que no contaba con un príncipe que la rescatase. Se conformaba con aquel bruto peludo que la poseyó como un troglodita en celo. Por lo menos alguien la deseaba.
Como era de esperar, la dejó tirada en una gasolinera. Siempre era mejor que los desprecios que le hacía su marido.
Allí conoció a Manuel. Se le veía tan galán. Aunque todo el mundo sabe que los caballeros no paran en las gasolineras.
Se la llevó a la ciudad, donde las luces de fiesta iluminan la noche.
Para ella era un consuelo emborracharse con champagne en lugar de la botella de chinchón que escondía en el fregadero.
Bailó toda la noche, bailó sin parar, rodeada de pulpos sobones. Por una vez era el centro de atención. Hasta el cantante de la orquesta le guiñó el ojo. Seguro que se lo hace a todas, pero a ella le hizo sentirse guapa.

El gallo cantó y todo se esfumó, la noche, la ciudad, el cantante y el camionero. Solo quedaba aquella casa, perdida en la frontera, y aquel viejo exigiendo su desayuno a gritos.

Marisa barría la cocina esperando encontrar algún resto de confeti. Cada vez sus sueños eran más reales, y por eso sabía que algún día se escaparía.

martes, 29 de noviembre de 2011

Pequeño patito

Dibujo de Universo Pamp.

El pequeño patito tiene hambre. Pide a su madre un pedazo de tarta.
–Cuac –dice ella.
–La de fresa, mismamente –contesta él.
La madre suspira.
–Este chico va a acabar conmigo, ¿por qué no puede comer como los demás patitos?

domingo, 20 de noviembre de 2011

Desahucio

Dibujo de Universo Pamp.

–Abra, por favor, soy policía.
La puerta chirrió y el funcionario entró como si no pasara nada.
–¿Está usted ahí?
Los trastos empezaron a moverse.
–No se preocupe –dijo el policía–, me consta que en su condición de fantasma no puede hablarnos, pero hemos traído una vidente con nosotros.
La mujer entró y oteó cada rincón del desván.
–Si estás ahí, manifiéstate.
–¡Pues claro que me manifiesto! –gruñó– ¿Les parece que son horas de molestar a un espíritu que descansa en paz?
–¿Está ahí? –intervino el policía– pregúntele su nombre.
–Soy don Faustino Ripollez del Pozo –contestó.
–Dice que se llama Faustino.
–Don Faustino, si no le importa –increpó.
–Pídale el D.N.I.
–¿Con quien se cree que está hablando?
Faustino se estaba enfadando y la medium intentó calmar el ambiente.
–Oficial, comprenda usted que este hombre está muerto y no tiene ningún documento.
–¿Entonces no tiene escrituras de la casa?
Entró un hombre trajeado.
–¿Y este tío quien coño es?
–Faustino pregunta quién es usted –aclaró la mujer.
–¡Don Faustino, si no le importa!
El hombre se puso digno.
–Soy Gurriato Lebrel, abogado de la familia Pascual, que vive en esta casa. ¿Tiene usted algún derecho a ocupar esta buhardilla?
–Pero ¿que dice? ¡yo vivo aquí desde antes de la república!
–Dice que vive aquí desde hace mucho –tradujo la medium.
–Ya, ya, pero no tiene ningún papel que lo acredite, sin embargo mis clientes son los propietarios legales del inmueble.
Las paredes temblaron.
–Vamos a ver, don Faustino –intervino el policía-, no saque las cosas de quicio, los dueños de la casa se han quejado de usted, y tienen derecho a echarle de aquí.
–¡Pero si son ellos los que me fastidian con esa música infernal que ponen a todas horas!
–Faustino dice que son ellos los que molestan.
–¡Y dale, don Faustino, joder, don Faustino!
–Ya, pero él, como difunto, no tiene ningún derecho.
Faustino empezó a arrojar objetos contra la pared.
El policía quiso acabar con el asunto.
–A ver, don Faustino, le ruego que cese las actividades paranormales y abandone la casa. No me obligue a esposarle. Tengo aquí una orden de desahucio y un permiso del juez de traer un exorcista si es necesario.
–Pero ¿a donde voy a ir yo a estas alturas de la vida? –exclamó Faustino, desesperado.
–Ve a la luz, Faustino, ve a la luz –invocó la medium.
–¡A la mierda es a donde voy a ir!

domingo, 30 de octubre de 2011

Simón

Dibujo de Universo Pamp (esta vez repito dibujo).

–Simón, ven.
–¿Sabes quien soy?
–Claro, he venido a por ti.

–¡Hala! ¿Qué ha sido eso?
–Eso ha sido una mina anti persona, y tu la has pisado.
–Entonces, ¿estoy muerto?
–Me temo que sí.
–¿Iré al cielo o al infierno?
–No lo sé, ¿has sido bueno?
–Bueno, a veces le robábamos manzanas al señor Josué.
–Bah, eso no importa.

–¡Uala! ¿Qué es esa luz?
–Allí es a donde vamos.

–¡Como mola ese palo que llevas!
–No es un palo, es una guadaña.
–El padre de Samuel tenía uno como ese, era para segar el trigo.
–Yo también segaba trigo. Hace mucho tiempo.
–¿Y qué pasó?
–Que los hombres quitaron el trigo y pusieron minas como la que has pisado. Ahora siego vidas.

–¿Sabes que Samuel también pisó una mina? Pero él no murió, solo le quitaron la pierna.
–Lo sé, yo me la llevé.
–Pobrecito, a veces le pica y no se la puede rascar.
–Vaya, eso no lo sabía.
–Él lo llama el fantasma del dolor.

–Bueno, ya hemos llegado, a partir de aquí sigues tu solo.
–¿Veré a mis padres?
–No lo sé.
–Murieron en la guerra.
–Lo sé. Bueno, a lo mejor los ves.
–Gracias. ¿Te volveré a ver?
–No, no creo.
–Bueno, entonces adiós.
–Adiós Simón, me alegro de haberte conocido.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Muerta de cansancio

Dibujo de Universo Pamp.

Llegó a casa, dejó la guadaña en la entrada y se sentó un momento. Estaba agotada y le dolían los huesos. Entre las guerras y el cáncer, no había tenido ni un respiro.
Decidió darse un baño relajante. Sabía que dentro de un rato tendría que volver al trabajo.
Puso el agua caliente y sales de aromáticas, para quitarse el hedor a muerte.
Cuando se metió, su esquelético pie resbaló y se golpeó en la base del cráneo.

Despertó.
Estaba tirada en la bañera y el agua se había quedado helada. El teléfono no dejaba de sonar.
Le entró la risa tonta.
–Habría sido gracioso que...

lunes, 15 de agosto de 2011

El abuelo Timoteo

Esta vez el dibujo es mio.

–¡El abuelo se droga! –Dice siempre papá.
Mi madre le da un codazo y nos mira sonriendo.
–No hagáis caso, lo que pasa es que el abuelo está enfermo y toma cosas malas, –entonces se pone seria– tenéis que vigilarle y evitar que lo haga.

Para ellos es fácil, se van a trabajar todo el día y nos dejan solos con él. Pero no está enfermo, ni se droga, lo que pasa es que le gustan las pastillas, rojas, verdes y amarillas. Mamá dirá lo que quiera, pero a mi no me parecen malas, tienen unos dibujos muy bonitos. Él dice que le dan vidilla, y debe ser verdad, porqué todos los abuelos gruñen y critican, mientras que el mio canta y baila. Ellos tienen los ojos apagados y huelen a pasas secas, él huele a hiervas aromáticas y sus ojos son coloraos como un tomate.

El abuelo Timoteo es el hombre más divertido del mundo y de parte del universo explorado. Siempre está dispuesto a jugar con nosotros. Los días de lluvia, cuando no podemos ir al parque, convierte la bañera en un barco pirata y el sofá en una nave espacial, el pasillo en una caverna y el perchero en la bestia que lo habita.
Sus historias son las mejores. ¡Mucho mejor que las batallitas del abuelo de Puri! Mi favorita es la de la Reina María, cada vez que la cuenta mola más.

Papá dice que es un "pato yanki", pero eso es mentira, cuando jugamos, él se pide ser indio pies negros y no hay manera de capturarle. ¡Jo! Siempre nos gana y al final se fuma la pipa de la paz.

Mi hermano Chema tampoco cree que las pastillas del abuelo sean malas. Una vez le pidió una de las de Pikachu y él le contestó:
–Cuando seas viejo como yo y no tengas nada que perder.
Los dos nos quedamos flipados, el abuelo se dio cuenta y preguntó:
–¿Que llevas en los bolsillos?
–Mis canicas. –Contestó Chemita, y al meter las manos en los bolsillos, para enseñárselas, se le cayeron todas, pues los tenía llenos.
El abuelo se sacó los bolsillos para afuera, los tenía agujereados.
Entonces los dos comprendimos lo que decía, yo más que mi hermano.
¡Ya podrían los padres explicar las cosas así de bien!

–¡Papá! ¿Te das cuenta del mal ejemplo que estás dando a los niños? –Le gritaba mi madre.
–¡Marisa, esto no puede seguir así! –Chillaba mi padre.
Siempre berreando, siempre discutiendo. Hasta que se hartaron y llevaron al abuelo a una residencia.

–Martita, ya eres mayor y tienes que cuidar de tu hermano mientras nosotros nos vamos a trabajar. –Me dijo mi madre.
Para ellos es fácil, se pasan todo el día fuera, pero nosotros ya no tenemos al abuelo Timoteo.

Vinieron a casa Alicia, Carlitos y Puri, preguntando por el abuelo. Todos le echábamos de menos. Ya no es lo mismo jugar si él.

Al final, papá accedió a llevarnos a ver al abuelo.
La residencia era muy triste y las ventanas tenían rejas. Los abuelos estaban aburridos, en una sala que olía a agua oxigenada. Encontramos al abuelo Timoteo sentado en una silla, sus ojos estaban apagados y solo se alegró un poquito de vernos. Le dimos un caramelo para que se animara, pero una enfermera gruñona se lo quitó gritando:
–¡Nada de azúcar, que es malo!
La tía bruja le trajo sus medicinas, eran unas pastillas blancas, sin ningún dibujo.
El abuelo se quedó muy triste cuando nos fuimos.

En casa, mi hermano y yo decidimos escaparnos para ir a rescatar al abuelo. Cogimos una manta, una linterna y un montón de llaves de todo tipo.
–Llevemos una cuerda, –dijo Chema– nunca se sabe cuando la necesitaremos.

Salir de casa fue fácil, una vez que se duermen mis padres no hay manera de despertarles. Nos pasamos toda la noche buscando la residencia, no sabíamos que la ciudad era tan grande y el mapa que llevaba Chemita era del parque de atracciones. Cuando la encontramos ya estaba amaneciendo. No nos costó entrar, pues los mayores nunca hacen caso a los niños y no nos vieron. Una vez en la sala que olía a agua oxigenada nos quedamos alucinados. No había nadie, las habitaciones estaban vacías y las ventanas abiertas, habían arrancado los barrotes.
Saltó la alarma, las enfermeras llegaron corriendo, también llegaron los médicos, después la policía y al final mis padres. Estaban tan impresionados que ni siquiera nos regañaron.

Parece ser que esa tarde al abuelo le sentó mal el pollo sin sal de la cena y le dieron una pastilla para el estómago, era roja y amarilla. Solo con verla se le encendieron los ojos y volvió a sentir vidilla en su cuerpo, le entraron ganas de volar y liberar a sus compañeros.

El caso salió en los periódicos: "Fuga de ancianos en una residencia".

Mi madre llora desesperada, piensa que los encontrarán muertos en un hospital.
Papá dice que en cualquier momento aparecerán tirados en una gasolinera.
Chema cree que se han ido volando al aeropuerto y han robado un avión para hacerse piratas del aire.
A mí me gusta pensar que están en una isla paradisíaca con la Reina María.

Bueno, sea como sea, yo sé que ahora el abuelo Timoteo y los demás son libres.



lunes, 18 de julio de 2011

La hermana muerta

Dibujo de Universo Pamp.

Mi vida fue muy corta, pues nací muerta.
Al sexto mes dejé de dar patadas y aun así, mis padres siguieron esperando. Ya habían comprado mi cuna, la ropa y los juguetes. Compraron incluso una camita en cuya cabecera ponía "Angélica".

En la lápida me pusieron un ángel.
Mi madre venía todas las semanas a cambiarme las flores. Yo intentaba abrazarla y solo conseguía que llorase entre escalofríos.

Con el tiempo dejó de venir.
Habían tenido otra hija a la que dieron mi nombre, mi ropa y mis juguetes. Era la niña de sus ojos y todos la adoraban. Para mi solo era Angélica 2.
No iba a permitir que aquella usurpadora se quedase con lo mio y la visité todas las noches.

¡Maldita niña estúpida!

Lloraba asustada y no sabía por qué. Noche tras noche, día tras día, quise demostrarle quien era la auténtica Angélica, pero solo conseguí que creciera asustada.

¡Niña tonta!

Todo le daba miedo y las niñas se reían de ella, sobre todo la pija del cuarto. La llamaba "cagona llorona".
Al principio me hacía gracia, hasta que se pasó de la raya.

Aquel día la empujaba y escupía sin parar, la muy boba se quedaba acurrucada, llorando. La pija gritaba con crueldad:
–¡Cagona llorona, cagona llorona!
Ya no pude más y le di un empujón que la mandó al otro lado del parque. Asustada, se fue llorando, como alma que lleva el diablo.
Angélica se levantó, ya no tenía miedo, solo buscaba a quién darle las gracias. Entonces comprendí que era su hermana mayor y que cuidaría de ella siempre.

martes, 28 de junio de 2011

Tren de altos vuelos

Dibujo de Universo Pamp.

El tren partió de la playa.
Por la ventana se podía ver a un hombre en el mar, persiguiendo a unas páginas que volaban como gaviotas.
–Pobre Emilio, –dijo la mujer que se sentaba a mi lado– no se da cuenta de qué esos poemas tan grandes que compone han de volar libres.
A pesar de la edad que debía tener, aquella sonrisa le hacía parecer una niña, escribiendo en su cuaderno con estrellas.
–Hola, soy Esther, soy la cronista del tren ¿a donde vas tu?
–No lo sé –contesté, observando aquel vagón multicolor– ¿a donde va este tren?
Ella me sonrió, extrañada.

La azafata pasó, más guapa que nunca, repartiendo mantas y almohadas. Yo me agaché para que no me viera.
–Ay, ay, ay, –dijo la cronista– tu estás aquí por ella.
Afirmé con la cabeza.
–Pues no quiero fastidiarte la fiesta, pero ella está con el piloto.
–Lo sé –dije con la cabeza gacha.

Frente a nosotros había un hombre, con el brazo escayolado, que miraba furioso.
–Ese es Alejandro, es un gran escritor, –dijo Esther, sin dejar de escribir– está enfadado por lo de la mano, pero en este tren solo puede haber una cronista y esa soy yo.
Lo dijo así, como si nada.

Dejamos atrás el mar y nos adentramos en el desierto.
El tren se paró entre las dunas. Subieron una mujer y una niña cargando un enorme baúl.
–Esa es la pequeña Lali con su niñera, –la jodía se los conocía a todos– fue una de las grandes en el Folies Bergeré de París.
–¡Jo! –Exclamé– Pues mas que una niñera parece una...
La mujer me hizo callar con una sonrisa de las que matan.

La azafata entró para ayudarlas con el baúl. Yo me volví a esconder.
–Así no vas a conseguir nada, –me reprochó Esther– estas perdiendo la ocasión de portarte como un hombre.
El de la escayola me miraba, negando con la cabeza.
Ella se fue, después de colocar el baúl, tras mucho esfuerzo y sin la ayuda de ningún caballero.
–Ya te puedes levantar, Casanova. –Se burló la cronista.

Pasamos el desierto y el tren comenzó a subir por la ladera del monte.
Una lechuga salió rodando por el pasillo. Un hombre corría tras ella.
–¡Estate quieta, puñeta!
–Ese es Jose Antonio, –Esther se reía– siempre le pasa lo mismo.
Al llegar a la cima, el tren empezó a bajar. Ahora la lechuga rodaba para el otro lado, y su dueño detrás.
–¡Para ya, maldita!
La niña también se reía, todos lo hacían, todos menos yo, qué me veía a mi mismo, incapaz de perseguir a mi amada.

El proceso se repitió unas cuantas veces, hasta que el tren paró en el bosque.
Subió una niña, vestida de comunión, y un gnomo con chapela.
–Esa es Candi. –Dijo la cronista, haciendo una vez más, gala de su profesión.
–Si, y esa es su niñera. –Bromeé.
Ella me dio un cachete y me llamó idiota.
La pequeña parecía triste con ese atuendo. El gnomo le puso una corona de princesa, para disimular lo viejo y amarillo que estaba el vestido.
Por fin la vimos sonreir.

Apareció la azafata y yo me volví a esconder.
Alejandro me miraba, negando con la cabeza.
–Atención, señores pasajeros, en unos momentos despegaremos, mantengan sus cinturones abrochados, gracias.
–No te despistes, –Esther me dio otro cachete– vamos a hacer una cosa, yo te dibujo una estrella de mar y cuando ella vuelva se la das y le dices lo que sientes, de una vez, que me tienes harta.

El tren alzó el vuelo y la lechuga fue a parar a los pies de la pequeña princesa. Jose Antonio tropezó y cayó de rodillas. La niña le miraba asombrada. Entonces él, cortesmente le ofreció el rebelde vegetal.
–Alteza, le ruego acepte este presente.
El gnomo, siguiendo la broma, se quitó la chapela, dejando la calva a la vista, y se arrodilló, arrancándole una sonrisa a la princesa.
La pequeña Lali y su niñera se pusieron gorros de hadas y agitaron sus varitas mágicas, llenándolo todo de estrellas.
Alejandro, harto ya, rompió la escayola contra una butaca y se puso a tocar el laud. Una escena así lo merecía.

La azafata entró para ver qué era esa escandalera.
La cronista me empujó, y sin pensármelo tres veces, le entregué el dibujo.
–Pero ¿Qué haces aquí? –Preguntó sorprendida.
Solo me dio tiempo de decir "te amo", cuando apareció el piloto.
–Pero ¿Qué hace este tío aquí? ¿Tienes billete? ¡Fuera, fuera!
Mientras me echaba a patadas del tren, pude ver como ella se guardaba la estrella junto al corazón. Habría sido el momento más feliz de mi vida si no estuviera cayendo al vacío.

–¡Socorro!

Unas manos me agarraron, salvándome de la muerte.
Era un tipo raro qué iba con su hija, en una especie de globo. Estaban pintando las nubes de colores.
–¿Tienes por costumbre saltar de los trenes en marcha? –Bromeó.
Me levanté, sin tan siquiera dar las gracias y señalé más allá de las nubes.
–¡Rápido, tenemos que seguir a ese tren!
–Tranquilo, muchacho, –dijo sonriendo– no persigas nunca a los trenes ni a las mujeres, porque los perderás a ambos.
Desesperado, intenté explicarle su forma de mirarme, su manera de ignorarme, y como bailaba cuando estaba borracha. Le conté de aquella vez que me besó en la mejilla y dijo "qué voy a hacer contigo".
–¡Madre mía, que mujer! –Gritó alterado– ¡Haber empezado por ahí! ¡Chiqui, a toda máquina, tenemos que alcanzar a ese tren!

miércoles, 1 de junio de 2011

Ella me dejó

Dibujo de Universo Pamp.

Ella me dejó, y bien por lástima o por educación, no me lo dijo.
Todavía no sé que vio en mi. Todo eran reproches.
"No sirves para nada, eres un sinsangre, nunca haces nada."
Intentó cambiarme, pero uno es como es.
No es bueno guardar las discusiones en la nevera, con el tiempo pierden el sabor y solo queda la rabia.
Aunque aquello no fue una discusión, fue una ejecución.
"Porque tu... , porque tu... , porque tu... , cuando yo..."
–Vives en el pasado –me dijo– como aquella vez que...
Eso me dolió.
La mandé a la mierda y me marché.
Al final fui yo quien la dejó.
–Ya estás huyendo otra vez ¡cobarde!

lunes, 25 de abril de 2011

Viejo mastín

Dibujo de Universo Pamp.

Cuando el chico del vecino entró a robar, no me asustó, a pesar de que venía con una cadena, amenazando.
Yo siempre llevo una navaja en el monedero.
Se la quité al último gamberro que intentó atracarme. Cuando le sacudí con el bolso, sin piedad, Pongo se sintió ofendido. Era mi mastín protector y esa era su misión.
Esta vez no la iba a fastidiar y me puse a chillar como una histérica.
Fue maravilloso ver al pobrecillo, al rescate como en los viejos tiempos.
De buena gana le habría dado un navajazo a aquel niñato, pero el mordisco que le soltó mi perro no estuvo nada mal.

martes, 15 de marzo de 2011

¡A que no te atreves!

Dibujo de Universo Pamp.

–¿Puta, me llamas puta? ¡A que no te atreves a decírmelo a la cara!
–Te lo he dicho a la cara.
–¡No, pero ven aquí a decírmelo, valiente!
–Si voy allí va a ser para otra cosa.
–Ah ¿Que me vas a pegar? ¡No tienes huevos!
–Lo que ya no tengo es paciencia.
–¡Pues ven aquí, pégame, dime lo puta que soy! ¡Vamos, machito de tres al cuarto!
–A mi no me hables así, que yo no te he faltado el respeto.
–¿Pero como que no? ¡Si me has llamado puta! ¿Por qué no me llamas vaca?
–Yo no te he dicho eso.
–¡Ahora no te eches atrás, cobarde!
–No me llames cobarde.
–¡Si lo eres, y un inútil, que no sirves ni para regañar a tu mujer!
–Que conste que eres tu la que me has engañado.
–¡Pues ven aquí, pégame! ¡Si lo que te jode es que la gorda de tu mujer tenga alguien que la desee!
–Pero, si yo te quiero.
–¡Pues ven aquí, ámame, fóllame! ¡Demuestra lo que vales!
–Atrévete entonces a aguantarme tal y como soy.

jueves, 24 de febrero de 2011

El ídolo caido

Dibujo de Universo Pamp.

De todas las estancias de aquella mansión sin muebles, le encontré en el sótano.
Era patético ver a ese ídolo dorado perder su brillo, tirado en un rincón.
Por un momento, habría sentido lástima si no fuera porque no tengo corazón.
–¿Eres la muerte? ¿Vienes a por mi? –Preguntó asustado.
Estaba drogado hasta las cejas y apenas se le entendía.
–No, –le contesté –no soy la muerte, pero vengo a por ti.
–¿Qué es lo que quieres? –Intentó gritar.
–No quiero nada, solo te traigo la gloria.
El pobre no soportaba la incertidumbre.
–¿De qué estás hablando? ¿Quién eres? ¿Te manda la discográfica?
–No, –le dije –no me manda la discográfica, pero deberían pagarme por lo que voy a hacer.
Cuando le apunté con la pistola se estremeció y empezó a vomitar como un poseso.
Al final se calmó y me enseñó un frasco de píldoras vacío.
–Si vienes a matarme, llegas tarde. –Dijo con los ojos llorosos.
–No, –le contesté –así solo serías un yonki más que no pudo soportar la fama. Yo vengo a elevarte a la categoría de dios.
De repente, despertó de su letargo y me miró con esa cara con la que se comía el mundo desde lo alto del escenario y me dijo:
–Dispárame a los huevos, eso dará que hablar.
Por un momento, me hizo sonreír.
–¡Ese es mi chico!

lunes, 7 de febrero de 2011

Mi vampiro favorito

Dibujo de Universo Pamp.

Supongo que fue amor a primera vista.
La primera vez que le vi le estaba chupando la sangre a un gato, o al menos intentándolo. Menudo destrozo le estaba haciendo en el cuello. Tuve que ayudarle a desangrar al animal, porque si no se tiraría toda la noche.
Supongo que me dio pena, se le veía tan solo.
Le ofrecí mi cuello para que se saciara, pero lo rechazó. Tenía un miedo atroz a la sangre humana, los contagios y todo eso.
Sufría una una obsesión enfermiza por la higiene bucal y era adicto al Oraldine.
Supongo que era un buen chico.
No me puso la mano encima hasta que cumplí los dieciocho, el pobrecito no sabía por donde empezar. Siempre con miedo de hacerme daño.
En una ocasión vio dos perros sodomizando y le entró un yu-yu muy raro, estuvo una semana sin comer. Casi se me muere, intenté explicarle un par de cositas sobre el tema, pero el pobre era un cagao.
No soportaba que fuera de gótica, el maquillaje, las cadenas, los piercings, decía que le daban grima.
Cuando estaba en esos momentos que tenemos las mujeres, él se asustaba y huía de mi. Yo me ponía violenta, le llamaba maricón y le decía que me mordiera de una vez.
En fin, vosotras sabéis lo que es eso.
Aun así, yo le quería.

Entonces llegó Victor, tan guapo, tan macho, tan vampiro.
Lo primero que hizo fue ponerme mirando a Cuenca, después me mordió, y no en el cuello precisamente. Nunca me sentí igual, por fin alguien me daba lo que yo quería.
Como era de esperar, caí en sus brazos.
Yo sé que cuando me fui con él le partí el corazón al otro pobre, pero lo nuestro ya no podía durar más y era hora de que espabilase.

Todavía me acuerdo de él cuando le chupo la sangre a algún pringao.
Era tan sensible.
Respecto a Victor, bueno, fue uno más, fue uno menos.
Pero esa es otra historia.