sábado, 15 de agosto de 2015

Viajes de papel

                                                   Dibujo de Universo Pamp.


Mi primer viaje fue con el superzorro, por los enormes túneles que cavó para robarle manzanas a los tres granjeros huraños. ¡Qué ricas estaban! A partir de ahí todo fue pan comido. Surqué los mares con el pirata Garrapata, escalé la montaña con Kimazi, me enfrenté al ejército de Napoleón, con el húsar húngaro que vendió su alma al diablo, descubrí el secreto de la arboleda, y resolví un asesinato en el Canadian Express…

Pero nunca olvidé esos túneles, en ellos escapé, tiempo después, de los trípodes marcianos, con H.G. Wells. Fueron días difíciles, no habría podido soportarlo sin su ayuda. Pero eso fue a final de siglo, cuando Vargas Llosa me contó cómo el ejército se movilizó en un pequeño pueblo de Brasil, cuando Lord Jim hizo lo imposible por recuperar el honor que abandonó en el barco naufragado. En esos túneles podría haberse escondido Gregorio, si las depresiones de Kafka no le hubieran matado. En esos túneles en los que habitaba Drizzt Do'Urden, el elfo oscuro. En los mismos donde conocí al señor Barlow, el terrible vampiro que asoló Salem's lot. Los mismos túneles por los que huí de la policía, con John Rambo. Él me enseñó que una novela sencilla podía dar mucho de sí.

Y después de viajar con don Quijote y padecer con Fray Luis de León, cayó en mis manos el libro de Stepan Zabrel. Entonces descubrí que lo que quería era rescatar al abuelo Tomás, de la residencia. De nuevo volví a ser un niño, volando con aquella nave que hice con un colchón y un ventilador. Con ella me llevé al abuelo lejos, muy lejos, entre las lunas de Júpiter. Cuando él vio el enorme monolito que se aproximaba, exclamó:

–¡Dios mío, está lleno de estrellas!