lunes, 16 de diciembre de 2013

Hostal Cartagena

                                                    Dibujo de Universo Pamp.

La noche era cerrada, no había estrellas en el cielo ni luces en la carretera. Hacía mucho que la ciudad desapareció del retrovisor. Ni siquiera el viento soplaba. Los faros del coche alumbraban la nada y en cualquier momento me dormiría sin tan siquiera saber a dónde iba. Avisté una luz brillante a lo lejos, que me atrajo ante un viejo motel. El letrero era tan luminoso que apenas pude leerlo. No había coches en el aparcamiento ni luces en las ventanas. Parecía estar cerrado, pero aún así entré.
El sitio olía a rancio. Las paredes estaban enmoquetadas en un rojo chillón bastante apagado y la recepcionista parecía una vieja gloria de Hollywood decrepita. Me dijo algo que no entendí. Yo le pedí una habitación para una noche. El polvoriento registro estaba lleno de garabatos y firmas extrañas. Solo quedaba una habitación, la 237. Firmé y cogí la llave, pero no recuerdo haber pagado. Le pregunté por el bar, si la cocina estaba abierta y si aún podría cenar algo. Ella señaló la puerta de la cafetería. Cuando iba a entrar la oí decir entre dientes:

–Bienvenido al Hostal Cartagena.

Aquello no era un bar de carretera, era una enorme cafetería a modo de discoteca antigua. Estaba desierta y no sonaba música alguna. La bola de espejos del techo no reflejaba la luz. El camarero, detrás de la barra, agitaba una coctelera. Parecía sacado de una película de los cincuenta.
¿Qué va a tomar? –preguntó sin ganas– ¿Whisky, Martini o champagne?
–No, gracias –contesté–, llevo diez meses sin probar el alcohol. Solo un café.
–Allá usted ¿Le echo un chorrito de coñac?
Le ignore. Le pregunté por la cocina, quería cenar. Me dijo que estaba cerrada desde el cuarenta y cuatro. No quise reírle la broma, me tomé el café y me fui a la habitación. Si en la entrada olía a rancio, la cafetería apestaba a ceniza.

El pasillo era oscuro y daba la impresión de ir cuesta abajo. El botones alumbraba con una ridícula vela. Aunque tenía la estatura de un niño, parecía más bien un anciano. Su mano temblaba, y la luz de la vela fluctuaba como si se fuera a apagar. Por un momento, me recordó a un actor de los de antes, pero al no recordar su nombre, dejé de pensar en ello. Estaba demasiado cansado y le seguí hasta la habitación, sin decir nada. Cuando me abrió la puerta, farfulló:

–Bienvenido al Hostal Cartagena.

La habitación era extraña de una manera que no sabría explicar. El espejo del techo me hizo pensar que era más un burdel que un hotel de carretera, pero no quise darle vueltas al asunto y me dormí. Me dormí con una inquietud que me hacía dar vueltas en la cama. Ignoro cuanto tiempo había pasado, pero el sonido de la puerta me alertó. Una mujer, pálida como la muerte, entró en la habitación. Su desnudez me paralizado, sus siniestros ojos me miraron durante un buen rato, y cuando menos me lo esperaba, se metió en mi cama. Me sentí incapaz de reaccionar. Ella me abrazó, me abrazó con fuerza, y el frío invadió mi alma.
Me desperté chillando, mirando a mi alrededor con desesperación. No había nadie. Todo estaba en su sitio. Por un momento intenté relajarme, pero en el fondo sentí que ella seguía allí.
Salí corriendo, sin tan siquiera saber a dónde iba. El pasillo parecía más largo que antes. El silencio era enfermizo. Cuando me di cuenta, me encontré en la cafetería, en calzoncillos y sin saber qué hacer. Aunque el sitio seguía vacío, me senté en un reservado para disimular mi desnudez. El olor a ceniza era mayor, como si una convención de fumadores hubiera estado allí recientemente. En la pared había antiguas fotos del lugar, en ellas salían celebridades de la época, nobles, actrices, toreros y periodistas.
¿A usted también le han echado?
Un tipo gordo y calvo se sentó frente a mí. Estaba en calzoncillos y camiseta.
–No se preocupe –dijo sonriendo–, aquí pasa muy a menudo.
Yo le miré, sin saber qué decir.
–Ya se acostumbrará –siguió hablando mientras miraba las fotos–, este sitio tiene más años de los que recuerdo.
Llegó el camarero, intentando sonreír.
¿Qué van a tomar, whisky, Martini o champagne?
–Ponme un cubata –contestó el hombre–, y a mi amigo...
¿Al caballero un café? –preguntó en un intento de burla.
–Sí, gracias –gruñí.
El tipo se puso a contarme batallitas del pasado, una tras otra, entre cubata y cubata, y cuando parecía que no lo iba a hacer, se calló. Se encendió un puro, y me miró muy serio.
–Bueno, ¿me lo va a contar?
¿Contarle el qué? –pregunté extrañado.
–Pues qué va ser, lo que le ha traído a este lugar.
¿A mí?, nada –dije sin convicción–, sólo estoy de paso.
Ahora su cara era de circunstancia, me miraba como si se apenara de mí. Entonces se bebió su octavo cubata de golpe, y se levantó. Me dio una palmada en el hombro antes de irse.
–Bueno, ya nos veremos. Me voy a matar a la bestia –dijo sin inmutarse, y salió de allí tarareando una antigua canción.
La escena era demasiado ridícula, no quería entenderla, y decidí volver a la habitación. La recepcionista me vio pasar y me preguntó algo, mientras fumaba como una vieja locomotora. Intenté ignorarla, pero cuando me alejaba pude oírle decir:

–Bienvenido al Hostal Cartagena.

El pasillo se veía más oscuro que antes. Eché en falta al niño/anciano de la vela. Ahora se oían susurros, pero no los quise escuchar. La habitación parecía tranquila, no había nada que temer, estaba cansado y todo aquello debía de ser una pesadilla. Solo necesitaba dormir.
Ella volvió a aparecer, desnuda, pálida y fría. Daba vueltas por la habitación, sin dejar de mirarme. Yo me acurruqué bajo las sábanas como un chiquillo asustado que esperaba que aquella horrible visión desapareciera. Pero no lo hizo, cuando la sentí meterse en la cama, salí corriendo de allí. Esta vez agarré la ropa y me la puse en algún momento, en ese tenebroso pasillo.
Aunque iba descalzo, entré en la cafetería y me senté junto a la barra. Al otro lado había un hombre raro, con cara de loco, que murmuraba algo sobre el amanecer. Quise preguntarle, pero el camarero apareció como de la nada, y preguntó:
¿Qué va a tomar el señor esta noche? ¿Otro café?
Y aunque el tipo era muy serio, tenía la impresión de que se burlaba de mí.
–Sí, claro –gruñí.
¿Seguro que no quiere que le eche un chorrito de Coñac?
Una vez más, le ignoré. Quería saber más sobre aquel extraño tipo que sostenía un cuchillo al otro lado de la barra, pero cuando me giré ya había desaparecido.
–Se ha ido a matar a la bestia –comentó el camarero.
La bestia, otra vez la bestia. Todo aquello era muy raro, pero no pregunté. Me fui sin tomarme el café. Estaba claro que tanta cafeína me había desvelado y me hacía ver cosas que no eran verdad.
Al pasar ante la recepcionista, me dijo con su agria voz:

–Bienvenido al Hostal Cartagena.

El pasillo parecía aún más oscuro. Se oían voces lejanas y extrañas pisadas. A cada paso que daba, más tenía la impresión de adentrarme en el infierno. Quise relajarme al entrar en la habitación, pero me puse a registrarla para asegurarme de que era un sitio seguro, y podía dormir tranquilo. La cama estaba vacía, pero la vi a ella en el espejo del techo. Estaba allí, retozando conmigo, y cuanto más me abrazaba, más veía mi cuerpo congelarse. Aquella visón me horrorizó, como si fuera verdad lo que estaba viendo. Sentí un escalofrío por todo mi cuerpo, y salí corriendo como alma que lleva el diablo, por ese interminable pasillo. Había un anciano tirado en el suelo, pidiendo ayuda, pero yo no paré hasta llegar a la salida. La recepcionista intentó decir algo, pero la ignoré. Crucé la puerta con decisión. Entonces me encontré de nuevo en la cafetería.
No podía ser.
Había gente sentada en los reservados que me miraban y murmuraban. En uno de ellos se encontraba el hombre de antes, saludándome con la mano. Ahora tenía puestos los pantalones, pero su camiseta, estaba manchada de sangre.
–Bueno, bueno –me sonrió–, cuanto tiempo. Me alegro de verle.
Me senté junto a él.
–Pero, ¿qué ha pasado aquí? –pregunté asombrado.
–Na, no se preocupe –dijo colocando un cuchillo ensangrentado en la mesa–, solo he matado a la bestia.
¿A la bestia?
Quise preguntarle por toda esa locura, pero el camarero me interrumpió con su sequedad habitual.
¿Qué van a tomar los señores? ¿Cubalibre? ¿Café?
–No, qué va –contestó–, ponme un chato de vino, y a mi amigo ponle otro.
Estaba muy cansado y cedí. Afirmé con la cabeza, dispuesto a tomarme un vino para calmar mis nervios.
–Lo siento, caballero –advirtió el camarero–, pero no tenemos vino desde el treinta y seis.
Por un momento sentí que no era una burla, que hablaba en serio.
–No importa, nos bastarán un par de cubatas –añadió mi amigo.
Me di cuenta de mi error y decidí salir de ahí antes de que volviera al agujero negro del alcohol, pero un muchacho pálido y delgado, se puso delante.
¿Es usted el nuevo? ¿El de la habitación 237? –pregunto sonriendo, mientras agitaba una copa de coñac.
Afirmé con la cabeza, mientras seguía en mi intento de levantarme.
¿Qué le traé por aquí? –continuó– ¡Pero no se vaya, hombre!
Le empujé. El coñac se estrelló contra el suelo mientras yo salía por la puerta. La recepcionista, al verme pasar, dijo:

–Bienvenido al Hostal Cartagena.

Intenté salir una vez más, pero me encontré corriendo, de nuevo, por ese profundo pasillo. No quería volver a la habitación, sólo quería salir de allí. Apenas podía respirar. El rojo apagado de la moqueta parecía estar bañado en sangre. Y aunque estaba agotado, no podía dejar de correr. Una anciana, vestida como una vulgar prostituta, me chistaba desde un rincón.
¿No pensarás abandonar el hostal sin probar sus placeres? –me dijo.
Yo corrí, corrí sin parar, mientras esa mujer intentaba mostrarme un pecho. Se empezaron a oír gritos y carcajadas, que atormentaban mi alma. Y cuando me paré ante la puerta de mi habitación, la 237, se me aparecieron dos niñas tenebrosas, manchadas de sangre, que decían sin parar:
–Ven a jugar con nosotras. Ven a jugar con nosotras.
Grité. Me derrumbé como un saco de patatas en el suelo. Yo sólo quería despertar de aquella horrenda pesadilla.

Por fin desperté. Tenía la sensación de haber pasado una eternidad en esa habitación. Pero todavía era de noche. Ahora estaba tranquilo, había descansado. Me di una ducha fría, porque por más que girase la llave no salía agua caliente. No me importaba, yo sólo quería salir de ahí. Mi ropa había desaparecido, sólo pude encontrar un elegante frac hecho a mi medida, en el armario. No me lo pensé dos veces y me lo puse. Cogí mi cartera, el reloj, y me calcé los zapatos. Ya era hora de salir de aquel sitio.
En el pasillo se escuchaban voces, cuchicheos y un continuo ir y venir de gente. Por muy extraño que pareciera, no me daba miedo, más bien parecía el ajetreo anterior a una fiesta. Aunque ahí no había nadie. Cuando llegué a la salida, la recepcionista estaba fumando con boquilla, se la veía más joven, como una estrella de Hollywood en todo su esplendor. Se levantó, y con una bonita sonrisa me dijo:
¿No va a desayunar? Le están esperando.
Por alguna razón no supe decirle que no. Supongo que era demasiado guapa. Entré una vez más en la cafetería, pero ahora todo era distinto. Había mucha gente vestida de gala. La bola de espejos relucía, y una orquesta tocaba en el escenario aquella canción de los años setenta. El hombre calvo estaba allí. También llevaba un frac, pero tenía una puñalada en el pecho.
–No se preocupe –dijo sonriendo–, es que mi mujer se pone hecha una furia cada vez que la mato. Pero no es nada. Llevamos así muchos años.
Ni siquiera me inmuté. Ya me daba igual. El camarero llegó sonriendo, y nos dio una copa de champagne a cada uno. Yo acepté gustoso. La gente bailaba alrededor. El anciano del suelo y la prostituta del pasillo parecían más jóvenes. Las dos niñas correteaban al otro lado del salón. El joven del coñac se acercó a nosotros. Yo me disculpé por lo de la noche anterior.
–No se preocupe –dijo sonriendo–, eso ya pertenece al pasado –y me ofreció un puro.
En el fondo sabía que eso no estaba bien, pero me dejé llevar y compartí con esa gente su felicidad, brindando y bebiendo champagne, y fumando habanos, uno tras otro.
Entonces la vi allí sentada en un reservado, con un vestido rojo escotado que la hacía muy sexy. Parecía ajena a la fiesta, mirando a ningún lado con sus ojos fríos. No sé por qué, pero me acerqué.
–Hola, ¿puedo invitarte a algo?
Ella no contestó.
Atontado como un adolescente, le solté las típicas frases, pero ni siquiera me miró. Me senté junto a ella y le ofrecí una copa de champagne.
¿Nos conocemos de algo? –pregunté.
Ella miró una foto de la pared, una mas grande y vieja que las demás. Era de la promoción del sesenta y siete, en ella estaban todas las celebridades de la época, y en el centro un tipo sonriente que, por alguna extraña razón, me parecía familiar. No lo pensé más y me decidí, la saqué a bailar. La orquesta tocaba una y otra vez la misma canción. Ella me abrazó. Me abrazó con tanta fuerza que sentí el frío de su cuerpo. Entonces escuché a la orquesta cantar el estribillo de la canción, que decía algo de matar a la bestia. Fue entonces cuando recordé de que canción se trataba. Fue cuando comprendí que no amanecería nunca, y que el tipo de la foto era yo.

Allí estaban todos, felices, alzando las copas en mi honor, gritando al unísono:

¡Bienvenido al Hostal Cartagena!

jueves, 5 de diciembre de 2013

¡El lobo ataca!

                                                   Dibujo de Universo Pamp.

El lobo saltó la valla del parque y uno tras otro, empezó a comerse a los niños. Ellos corrían chillando.
Miguel le ofreció caramelos para que no se lo comiera, pero él no quería caramelos, solo niños.
Julián intentó ser su amigo para poder razonar con él, pero no necesitaba amigos, solo comer.
Y Angelita lloraba mientras el lobo se la comia.
–No llores así, niña –se lamentaba–, ¿no ves que soy el lobo y te tengo que comer?

lunes, 18 de noviembre de 2013

La guitarra rosa

                                                 Dibujo de Universo Pamp.

Cuenta la leyenda que aquella noche antes del concierto, la guitarra empezó a temblar. El joven Billy, que pasaba por allí, se acercó sorprendido, a ver qué sucedía.
–¿Qué te pasa? –preguntó.
–Tengo miedo –contestó ella.
–¿Miedo?, ¿tú?, ¿de qué?
–De él.
–¿De él?, ¿de Jimi? –insistió.
–Sí, de él.
Billy no cabía en su asombro, aquello se salía de la lógica.
–¡Pero si Jimi es el mejor! ¡Es un honor trabajar con él!
–Ya, todas sabemos lo que hace con las guitarras –añadió ella con amargura.
–Bueno, puede que al principio te duela, pero luego verás cómo lo disfrutas. Ya te he dicho que Jimi es el mejor.
–Mientras no me haga lo de Monterey.
Cada vez temblaba más.
–Ah, claro, Monterey –por fin Billy comprendió–. Supongo que son los sacrificios del rock.
–¡Pero yo no necesito ningún sacrificio! –suplicó.
–Yo no puedo hacer nada –se lamentaba Billy.
–¡Sí, sí puedes, puedes sacarme de aquí, puedes llevarme contigo!
–No, no puedo –Billy desesperaba–, tú eres la guitarra de Jimi y yo solo soy un simple telonero.
–¡Pero no quiero que me prendan fuego!

Jimi entró en ese momento, encontrándose con aquella rocambolesca escena. Todos callaron. El concierto iba a empezar, y la tensión se mascaba. Jimi miró a la guitarra, miró a Billy, y volvió a mirar la guitarra. Sin pensárselo dos veces, la cogió y se la dio al telonero.
–Toma.
–¿Para mí? –preguntó sorprendido– Pero, Jimi, si es tu guitarra.
–No –contestó sonriendo–, es demasiado bonita para quemarla. Tú la usaras mejor.


El anciano Billy aún conserva la guitarra, y aunque nunca la ha tocado en público, aquella Fender Stratocaster rosa es la joya más preciada de su colección.

viernes, 1 de noviembre de 2013

La habitación de Tobías


                                                      Dibujo de Universo Pamp.

Cuando fuimos a vivir a la casa vieja, nos encontramos una habitación amueblada. Había una camita, un armarito, y un pequeño arcón con juguetes antiguos. A Marcos y a mí nos dio yu-yu y no la quisimos. Decidimos que era la habitación del fantasma. Por las noches se oían susurros en ella.

Cuando nació Keko, le asignaron la habitación. El pobre se pasaba las noches llorando. Con el tiempo empezó a decir que había un niño en su habitación, que se llamaba Tobías. A mi padre no le hacían gracia esas cosas, pero mi madre lo dejó pasar. Ahora les oíamos jugar por las noches.

Keko empezó a crecer y se cansó de jugar con Tobías. Decía que era un niño plasta y que no le soportaba. Mi padre pensó que lo del amigo invisible había llegado muy lejos. Por las noches se oía a Keko discutir, hasta que se hartó y echó a Tobías de la habitación.

El salón amaneció destrozado. Tobías estaba furioso. Por las noches se metía en las habitaciones y nos tiraba cosas. Estábamos asustados. Mi padre pensó en llamar al padre Jacobo para que bendijera la casa, pero mi madre no le dejó, porque le daba vergüenza el qué dirán.

Un buen día, los golpes cesaron y empezamos a oír al abuelo. Llevaba años postrado en la cama, sin hacer otra cosa que gruñir y lamentarse, y ahora se le oía hablar y reír. Había hecho buenas migas con Tobías. Ambos habían jugado a las tabas, y admiraban a Puskas. Por un momento nos sentimos malos nietos, había tenido que venir un fantasma para hacerle caso al abuelo.

Cuando el abuelo murió, tuvimos que dejar la casa. Nos daba miedo la reacción de Tobías.

sábado, 28 de septiembre de 2013

La madre de Bercebú

                                                  Dibujo de Universo Pamp.

Bercebú salió al patio, enfurecido como una bestia enjaulada.
–¿Has cogido tú mi pegamento? –arremetió contra Pipiolo.
–No, Bercebú, yo no he sido, te lo juro –suplicó el muchacho.
Pero su sinceridad no le salvó de una buena paliza.
–¿Has cogido tú mi pegamento?
–No, Bercebú, te juro que yo no he sido –contestó Palomanco, atemorizado.
Uno tras otro, fue interrogando a los presos. Ni siquiera respetó al temido Bocajarro.
–¡Qué no, coño, que yo no he sido! –respondió, malhumorado.
Él también se llevó una somanta de palos.
–¡Bercebú, Bercebú! ¡Ha sido Patachula! –gritó Sito el Moñas.
Su ración de golpes fue mayor, por chivato.
–¿Donde está ese pedazo de mierda? ¿Donde? –preguntaba, sin dejar de pegarle.
–En la lavandería, está en la lavandería –repetía, con la boca sangrando.

Cuando los guardias llegaron allí, se encontraron a Bercebú apuñalando el estómago de aquel pobre desgraciado, con un trozo de cristal.
–¡Te lo has esnifado todo, yonqui de mierda!
Hicieron falta más de diez hombres para reducir a esa mala bestia. Mientras se lo llevaban a la celda de castigo, gritó a uno de los guardias.
–¡Martínez, por favor, esta tarde viene mi madre, entrégale lo que hay en mi celda! ¡Por tus huevos, dáselo, que si no te los corto!

La sorpresa del guardia fue mayúscula, al encontrarse en la celda del asesino una casita de cartulina, como las que hacían en el colegio, con su jardincito y todo. En él estaba la figura de la madre y de sus tres hijos. Incluso había un orondo muñecajo en el que ponía "el cerdo de papá". Unas letras de colores coronaban la obra, clamando: "FELICIDADES, MAMÁ".
El hombre se emocionó. Cogió prestado un tubo de pegamento del despacho del alcaide, y terminó de pegar el tejado de la casa. Le pintó unas tejas, para que quedara más bonito.


La pobre mujer se había pasado la mañana en el hospital, y después en el cementerio. Cuando llegó a la cárcel, se enteró de que tampoco podría ver a su tercer hijo.
Un funcionario de la prisión le entregó el regalo, sonriendo como un crío. Ella se emocionó. Él se emocionó. Y dejándose llevar por la ilusión del momento, pues él ya formaba parte de aquello, exclamó:
–¡Felicidades!
La anciana le besó en la mejilla.
–Gracias, majo –sonrió–, cuando veas a mi hijo, se lo das de mi parte.

Martínez se secaba las lágrimas, mientras veía a la madre salir de ahí, con sus cansados pasos. Entonces se dijo para sus adentros:

–¡Y una leche, le voy a dar un beso a esa mala bestia!

lunes, 9 de septiembre de 2013

El hijo de la Luna

                                                        Dibujo de Universo Pamp.

Bajó del monte, con su pálida piel y sus ojos blancos. Afirmó llamarse Luzbel, y esa fue la gota que faltaba para que temiéramos al extranjero. Parecía buena gente, era muy educado, pero su enorme altura y sus largas manos no presagiaban nada bueno.
Cuenta la leyenda que fue engendrado por una hembra gitana, y abandonado en el bosque. Los lobos le criaron, bajo la protección de la Luna. Siempre se escucharon historias sobre el niño albino que habitaba en las montañas. Nunca las creí, hasta que se presentó a las puertas del pueblo, con esa melena gris, que hacía difícil calcular su edad. Para unos no llegaba a los veinte, para otros ya pasaba los cuarenta. Sea como fuere, aquel grandullón que apareció vestido con un simple taparrabos, pidiendo calma con aquella voz aguda, en tan solo dos días había conseguido trabajo. Le había contratado don Cristino, para que le ayudara en la biblioteca. Le dejó cobijarse en el almacén, y le ofreció un modesto sueldo. Aquel venerable anciano era el único del pueblo que disfrutaba de la presencia del muchacho, y de las miles de historias que podía contarle.
Así, vestido y con zapatos, y con la melena cortada, parecía otra cosa, pues tenía cara de buena persona, pero el padre Azrael afirmaba que era el mismísimo Diablo. El hecho de que no fuera nunca a la iglesia, ayudaba a pensarlo, pero él siempre dijo que no creía en esas cosas.
En más de una ocasión quise preguntarle si era verdad eso que decían de él, pero lo dejé pasar. Cuanto menos escuchara su aguda voz, era más fácil apreciarle. La gente murmuraba sobre él, y las viejas se santiguaban al pasar a su lado. Nunca le importó, él dijo que había bajado del monte en busca de contacto humano. La cosa empeoró cuando empezó a juntarse con la sobrina del párroco. Teresa era una buena chica que quiso ayudar a aquel hombre solitario, tal y como había aprendido de las enseñanzas de su tío y de la propia Biblia. Supongo que al pastor no le hizo gracia que su bella sobrina fuera con una oveja descarriada. Primero fue un rumor, luego un cotilleo, y al final terminó siendo un escándalo.
La chica apareció muerta en el molino de Sebas. Nadie se preguntó quién fue. Ni si quiera le dejaron explicarse. La policía no hizo ningún esfuerzo por detener a aquella muchedumbre que quería matar al extranjero. Al principio, él suplicó que le escucharan, pero al ver que era inútil, sacó toda la furia que llevaba en su interior.
Aquello fue un infierno. No tengo palabras para describirlo. Fuimos pocos los que quedamos para contarlo. Por las noches, aún me duelen las piernas que perdí aquel día. Nunca supimos quién mató a la chica, ni qué sucedió en verdad. En un abrir y cerrar de ojos, el fuego del infierno arrasó el pueblo. Al final pude ver como él se rasgó las vestiduras y volvió al monte del que salió.

Entonces supe que era el hijo de la Luna.

viernes, 16 de agosto de 2013

La señora gordinflona

                                                        Esta vez el dibujo es mío.

La señora gordinflona ha desaparecido, hace un momento estaba ahí y ahora no se la ve por ninguna parte.
–¿A dónde habrá ido, qué no se la ve? –exclama Pedrote.
–¿Estará detrás de esa farola? –se pregunta Chelito.
–No puede ser –contesta Chechu–, con lo gorda que está, se la vería.
–¿Se habrá escondido en los columpios del parque? –pregunta Carlota.
–Imposible –añade Andrés–, su enorme pandero asomaría por el tobogán.
–Pues vosotros me diréis, pero no puede desaparecer así como así –gruñe Pedrote.
–Pues yo sigo diciendo que está detrás de la farola –insiste Chelito.
–¡Qué no, Chelito, qué no puede ser! –refunfuña Chechu.
–Nosotras creemos que se oculta tras ese matorral –añaden las hermanas Milindre.
–Ese matorral es muy pequeño y no puede tapar sus rizos gigantescos –observa Marucha, alargando el cuello.
–¿Y dónde porras está? –grita Pedrote, desesperado.

–¡Tachán! ¡Aquí estoy!

–Señora Gloria, ¿dónde se había metido?, que no la veíamos –pregunta Carlota.
–Pues detrás de la farola –contesta la muy gordinflona.
–¿Lo ves, Chechu, lo ves? ¡Ya te lo dije! –sonríe Chelito.
–¿Pero cómo lo ha hecho? –pregunta Andrés.
–¡Chas cataplás, magia borragia! –contesta la señora.
–Ya sabía yo que era una bruja buena –le dice Carlota.

–Pero, ¿no se irá a comer todos esos caramelos que lleva? –interviene Bertín.
–No, bonito, no, estos caramelos son para vosotros.
–Señora Gloria, es usted un cielo –suspira Marucha, conmovida.

–Gracias, tesoro, pero que no me entere yo que aceptáis caramelos de los desconocidos.

–No se preocupe, señora Gloria –afirma Chechu, con altivez–, en el pueblo no hay desconocidos.

jueves, 8 de agosto de 2013

Un mechón de tu cabello

                                                   Dibujo de Universo Pamp.

Un mechón de tu cabello me he llevado a la tumba, y contra mi pecho lo aprieto para recordar lo que te hice. Sé que estuvo mal, pero no pude pedir perdón. Te abalanzaste sobre mí y solo me dio tiempo a agarrarme a tu pelo. Y aunque no te guardo rencor, el mechón conservo entre mis dedos, para no olvidar que fuiste tú la que me mató.

domingo, 21 de julio de 2013

El abuelo Alejandro

                                                  Dibujo de Universo Pamp.

–¡Alejandro, por Dios! ¿Qué haces ahí, enfurruñado en el rincón?
–¡Déjame, que estoy enfadado!
–Te parecerá bonito, a tu edad.
–¡Qué pasa! Yo quería un niño.
–¿Y qué quieres que le haga, si va a ser una niña?
– Pues que ya estoy harto de niñas. Yo quería un chaval para jugar al fútbol con él.
–Anda que… A la vejez viruelas.
–¡No te burles!
–Mamá, déjale en paz. Si cuando nazca va a ser la niña de sus ojos.
–¡Pues claro que sí, al igual que lo has sido tú! Pero yo quería un nieto.
–Anda, papá, acércate y toca, que está dando patadas.

lunes, 1 de julio de 2013

Jessie and the rock

                                                     Dibujo de Universo Pamp.

–¡Ay!
–¡Maldita piedra! ¿Quién narices la ha puesto ahí?
–Jo, qué dolor. Me sangra la rodilla.
–¡Tonta! ¿Como has podido tropezar con esa mierda de piedra?
–De buena gana le daría una patada.
–¡Te salvas porque llego tarde al cole!
–¡Estúpida piedra! ¡No vas a hacer que me pierda el examen!
–Para una vez que estudio, va y se me pone en medio.
–¡So tonta! ¡Toma patada! ¡Toma! ¡No huyas! ¡Toma!  ¡Toma!

sábado, 22 de junio de 2013

Las tribulaciones de Villa

                                                      Dibujo de Universo Pamp.

–Bien, señor Villa, empecemos por el principio.
–¿El Big-Bang, los dinosaurios?
–¿Se está burlando de mí?
–Oh, claro, que es usted católico. Entonces preferirá que empiece por lo del primer día, hágase la luz y todo eso.
–¡Por Dios, señor Villa, no se burle de mí!
–¡Por los santos sacramentos, inspector Lindo, es usted el que me ha detenido sin decirme por qué! ¿Qué quiere que le cuente?
–¡Maldita sea, Villa, quiero que me lo cuente todo!
–Pues no quisiera decepcionarle, pero solo puedo contar a partir del setenta y seis, que es cuando nací. Franco había muerto, llegaba la democracia, el destape…
–¡Señor Villa, déjese de tonterías!
–Pues dígame por qué principio quiere que empiece.
–Está bien, calmémonos. ¿Podría decirnos qué hizo la mañana del siete de julio del dosmil doce?
–Despertarme.
–Vale, conservemos la calma. ¿Y después?
–Ducharme, vestirme, desayunar…
–Vale, vale, tranquilidad, tranquilidad…  ¿Estaba su esposa con usted?
–¿Quién, Eva?, ¿en la ducha?, ¿y a usted que le importa mi vida privada?
–¡No, en la ducha no, en su casa!
–Es más, ni siquiera entra en la ducha, se tiene que lavar por partes…
–¡Señor Villa, céntrese! ¿Estaba su mujer en casa?
–No, no estaba.
–¿Por qué?
–Bueno, esto…, porque me ha dejado.
–¿Le ha dejado?
–¡Sí, me ha dejado! ¡Qué pasa!
–¿No será que la ha asesinado?
–¿Asesinar yo a Eva?, ¿está usted loco?, ¿acaso cree que ella se dejaría?
–¡Entonces confiesa haberlo intentado!
–¿Pero qué dice?, ¿como voy a matar yo a mi mujer?, ¿quién le ha dicho a usted que está muerta?, ¿acaso tienen el cuerpo?
–Bueno, esto…, no.
–¿Entonces qué hago yo aquí, encerrado, sometido a este estúpido interrogatorio?
–Bueno, no se sulfure, señor Villa, es que…
–No, no siga, inspector. ¿Puedo irme ya?
–Sí, sí, claro, señor Villa. Disculpe las molestias.
–¿No será, inspector Lindo, que tienen una muñeca hinchable en la morgue?
–No, por Dios, no, eso no. Pero en caso de que fuera así, ¿sabría usted algo al respecto?
–Mire, inspector, ya no podemos seguir así.

sábado, 15 de junio de 2013

La casa por los tejados

                                                      Dibujo de Universo Pamp.

–¿Se puede saber quién ha llenado el techo de pisadas?
–Mujer, no te pongas así, habrá sido la criada al limpiar la lámpara.
–No, querido, la criada no se sube al techo con los pies llenos de barro. ¡Esto han sido los niños!
–Bah, una travesura.
–No, les tengo dicho, miles y miles de veces, que no se suban al techo con los pies de barro.
–Bueno, mujer, lo limpiamos en un momento…
–Sí, ahora que están a punto de llegar los invitados.
–Bueno, tampoco pasa nada, nadie se va a fijar en cuatro pisadas en el techo.
–¿Cuatro pisadas? ¡Pero míralo, está todo lleno de pisadas de barro!
–Vale, pues límpialas en un momento.
–Ah no, yo no me subo ahí, que me da vértigo.
–Pues que suba la criada.
–¿La criada?, ¿estás tonto?, ¿no ves que está ocupada preparando la fiesta?
–Oye, te recuerdo que fuiste tú la que se empeñó en comprar este casón con los techos tan altos.
–¡A mí no me hables así!

Mamá, a lo mejor ha sido un ladrón el que ha dejado las pisadas.

–No, nene, no, los ladrones entran por la ventana, no por el techo.
Sí, los ladrones, los invitados y todo el que pretenda entrar por la puerta.
–No empecemos con eso, ya te dije que no pagué la entrada porque costaba mucho.
–Ya, ¿y por qué no pones la alfombra roja en la pared, en vez de en el suelo?
–¡Oye, qué buena idea, podríamos ponerla en el techo, para tapar las pisadas!
–Di que sí, a ver si algún despistado se da bruces con la lámpara.
–No tiene gracia, idiota.
–Sí sí, idiota, pero fuiste tú la lista que no tenía dinero para la entrada y se gastó un pastón en ese pedazo de lámpara.
–¡Eh, que la compré para darle clase al salón de baile!
–¿Clase?, ¿baile? ¡Si esta monstruosidad ocupa todo el salón!
–¡Pues ya verás como disfruta la gente bailando en nuestro suntuoso salón!
–Como no bailen con las bombillas de nuestra suntuosa lámpara…
–¡Se acabó, hasta aquí hemos llegado!

Papá, mamá, no discutáis, que la culpa es mía, si queréis yo me subo a limpiar las pisadas.

–No, cariño, no, no te preocupes y vete a la cama, que ya vienen los invitados. Eso sí, en cuanto acabe la fiesta, voy a echar a tu padre a la calle.
–Eso si no me voy yo antes. Qué duermas bien, hijo.

lunes, 27 de mayo de 2013

Untitled 5

                                                       Dibujo de Universo Pamp.

–Perdone, ¿este es el bibliobus que va a Móstoles?
–Sí, pero no puedes subir con tantos bultos.
–¿Bultos? Pero si solo llevo el prólogo original de la primera edición, el prólogo especial de la nueva edición, los comentarios extras del editor, y una entrevista al autor.
–Aparte de las mil setecientas páginas que tienes.
–Claro, soy una edición especial.
–Pues aquí no queremos libros como tú, abultas mucho y molestas a los pasajeros.
–¿Y qué voy a hacer a estas horas que no pasan los bibliotaxis?
–¡Habértelo pensado antes de ser tan exclusivo!

lunes, 25 de marzo de 2013

¡Cucarachas!

        Dibujo del genial Universo Pamp, cuyo blog os invito a visitar.

Pedro Bestia estaba furioso y fue a hablar con Jorge Jarras.
–¡Esto es una mierda, no aguanto más, dejo la banda!
–Bueno, hombre, cálmate, no sé qué decirte…
–Y que conste que te lo cuento a ti, que eres un tío legal, no como Pablo y Juan, ese par de idiotas pretenciosos, que no sé que se creen.
Juan Lanas se dio por aludido e intervino en la conversación.
–Oye, tú, que si no estás a gusto, ya te puedes ir cagando leches.
–¡Pues claro que me voy, pero porque yo quiero, no porque tu lo digas!
Pablo Macario quiso apaciguar el ambiente.
–Tranquilízate, hombre, podemos llegar a un acuerdo, pero si no estás dispuesto, será mejor que te marches.
–¿Pero qué dices tú? ¡Que eres el peor de todos! ¡Te las das de santurrón y solo eres un escarabajo pelotero! ¡A ver qué hacéis sin mí!
–¿Sin ti? –Juan Lanas le desafió–, cogeremos a Richar Tracas, que es mejor que tú.
–¡Os lo podéis comer con patatas! ¡Pero luego no me llaméis cuando la cosa falle! ¡Cucarachas, que sois unas cucarachas!

domingo, 10 de marzo de 2013

El ratón de Adelaida (homenaje a la gata loca)

                                Dibujo de Universo Pamp.

–Adelaida tiene un ratón.
–¿Un ratón chiquitín?
–Chiquitín, sí, pero mono.
–¿Y no se lo ha comido?
–Hija, qué va, se ha enamorado como una loca.
–Mujer, todas sabemos que Adelaida siempre estuvo un poco loca.
–¿Loca? ¡Loca de atar!
–¿Y nadie ha intentado comérselo?
–Uy, quita, si cada vez que lo intentamos, el muy cretino nos hace una reverencia y dice, pomposo:
–Ignacio el ratón, a sus pies, señora. De buena gana me dejaría comer por una bella gata como usted, pero yo pertenezco, solamente, a mi amada gata loca.
–¿Y ella no dice nada?
–¿Ella? Ella se ruboriza como una chiquilla y exclama:
–¿No es un encanto?

domingo, 24 de febrero de 2013

Se me olvidó que te olvidé

                                Dibujo de Universo Pamp.

–¿Miguel? … ¿No sabes quien soy?
–Esto… ¿Isabel?
–¿Ya no te acuerdas de mí?
–No, mujer, es que no me acordaba de tu nombre.
–Pero, ¿recuerdas mi cara?
–Sí, claro.
–¿Y todo lo demás?
–Que sí, mujer.
–¿Te acuerdas de aquella noche?
–Sí.
–Me dijiste "te quiero".
–Te dije "te amo".
–Bueno, ¿qué más da?
–Hombre, quererte es quererte, amarte es darlo todo por ti.
–¿Y por qué no lo hiciste?
–Se me olvidó.


lunes, 14 de enero de 2013

Fiesta en el camarote de los Cure

                                 Dibujo de Universo Pamp.

Iba a ser un homenaje a la banda más grande, y decidimos interpretar sus mejores canciones. El local era pequeño, y el escenario mucho más. Por primera vez, maldije el día que Roberto incluyó un tercer guitarrista en el grupo. Juantxo estaba arrinconado y le costaba aporrear la batería, Chimo se andaba con cuidado para no golpearnos con el mástil del bajo, y Pedrote no pudo hacer su solo de guitarra. La acústica del lugar era patética, pero la gente estaba encantada, lo único era que no podían alzar los brazos, pues nos tapaban la vista. Un gracioso del público quiso subir a preguntar por su tía Micaela, pero, por suerte, no había sitio en el escenario. Rogelio, escondido tras el teclado, pidió dos huevos duros.
No sé si la actuación estuvo bien, pero en aquel pequeño espacio nos sentimos grandes.
Al final, los chicos lloraron.

martes, 1 de enero de 2013

Untitled 4

                              Dibujo de Universo Pamp.

–Hola, ... me han dicho que hay que amar a los libros.
–Mmm ... vale, pero no me acaricies mucho, que se me pone dura la tapa.

Navidad, fin del mundo y navidad

                        Dibujo de Universo Pamp.

Mira, como ha puesto Pili la terraza llena de luces.
Claro, como para ella no hay crisis.
La jodía no se cansa de restregarnos por la cara lo bien que le va.
Como su jamón es de bellota y su salmón de Noruega.
Sus hijos son los mejores, con colegio bilingüe.
Y el marido ni te cuento, trabajando en el ministerio.
Seguro que esta navidad cenarán caviar iraní.
Ah, bueno, y esta es otra, la lotería la compra en el Barrio Salamanca.
Y seguro que le toca, como dinero llama a dinero.
Ya verás la cara de tonta que se le queda, cuando le toque el gordo y se acabe el mundo.