lunes, 26 de octubre de 2009

Lobo apaleado

Dibujo de Pamp.

- ¡Adiós Lobo - gritó el carcelero socarrón - te guardo la cuchara para cuando vuelvas!
Lobo gruñó entre dientes.
El sonido de la verja al cerrarse le estremeció. Llevaba tanto tiempo queriendo salir que ahora tenia miedo.
Nadie le esperaba, tampoco contaba con ello.
Arrastró los pies hasta la parada y en el autobús, se sentó acurrucado en un rincón, evitando las miradas de la gente.
Caminando por las calles del barrio todo había cambiado, pero seguía siendo el viejo barrio.
Al llegar a la plaza la vio a lo lejos, tan guapa como siempre, se había hecho una mujer pero seguía teniendo esa cara de niña que la hacía tan adorable. Lamentaba lo que le hizo. Tan joven e inocente. ¡Bien caro lo pagó!
Ella se giró y él se escondió temeroso.
"Espero que no me haya visto".

Cuando llegó a la casa, la señora Engracia estaba barriendo el portal, no se molestó en levantar la cabeza, ni siquiera para echarle una mirada de desprecio.
Estaba claro que nadie le quería ahí.
El piso de su madre estaba muy sucio, llevaba mucho tiempo vacío y olía a cerrado. El papel de las paredes era deprimente y las fotos le traían recuerdos. Aun así era preferible a aquella celda gris.
Abrió las ventanas y se puso a limpiar, no se molestó en quitar las fotos ni los tapetes descoloridos. Tampoco cambió las sábanas y cuando terminó se acostó en su antigua cama.

Llegó del trabajo por la tarde y se metió en la ducha para quitarse el pestazo a taller.
Por alguna razón la gente creía que todos los expresidiarios sabían arreglar coches.
Se puso cómodo, llevaba tanto tiempo en chandal que no sabía vestir de otra manera, de hecho, si le hubieran dejado ir al entierro de su madre, habría ido así.

Llamaron a la puerta, era ella, con sus hermosos ojos azules, llevaba un ceñido vestido rojo y coletas como una niña. Estaba preciosa.
- Hola Lobo, me enteré que habías salido ¿no me dejas entrar?
- Si,si- se apartó timidamente para dejarla pasar. No sabía que decir.
-Siento lo de tu madre- dijo ella mientras miraba la casa sin interés.
-Si, gracias, yo siento lo de tu abuela- dijo con tristeza- no hay un día que no me arrepienta.
- No te preocupes Lobo, eso pertenece al pasado.- contestó con dulzura.
Paseaba por el salón intentando romper el hielo. Él no podía reaccionar.
- ¿No me ofreces una cerveza?
- Ya no bebo pero creo que me queda una coca cola.- Murmuró.

Cuando salió de la cocina, ella no estaba. La encontró en el dormitorio, con una caperuza roja y una cesta en el brazo. En la cama había un viejo camisón, era de su abuela.
Lobo quedó paralizado, el refresco se le cayó al suelo.
- Abuelita, abuelita, que ojos más grandes tienes- se le acercó sensualmente y le besó en los ojos.
- ¿Son para verme mejor?
Estaba aterrorizado, todo volvía a suceder.
- Abuelita, abuelita, que nariz más grande tienes- le dio un lametazo- ¿es para olerme mejor?
- No, por favor, otra vez no- suplicaba.
-Abuelita, abuelita, que orejas más grandes tienes- le mordió el lóbulo- ¿son para oirme mejor?
Ya no sabía si tiritaba de miedo o de excitación, no se la podía quitar de encima.
- Abuelita, abuelita, que manos más grandes tienes- le puso las manos sobre sus pechos - ¿Son para cogerme mejor?
Él intentó apartarlas.
-Abuelita, abuelita- su voz era cada vez más sensual- que boca más grande tienes ¿es para comerme mejor?
Al besarle de esa manera, supo que ya no podía resistirse, pero cuando ella puso su mano en la entrepierna, retrocedió asustada.
-¡Lobo! ¿que te ha pasado?
Se sentó cabizbajo en la cama.
- Tu no sabes lo que le hacen en la carcel a la gente como yo.
Después de un rato de silencio, se recuperó del susto y volvió al ataque. Le tumbó y se sento encima.
- No te preocupes- dijo con dulzura- ya somos mayorcitos para cuentos.- y empezó a quitarle la ropa.
Él la empujó violentamente.
-¡No, no, lo que hicimos estuvo mal!
Ella le miró enfadada, con los ojos llorando.
- Ya no eres el lobo de antes.
Tiró la caperuza al suelo y se fue dando un portazo.
Pudo ver por la ventana como se iba calle abajo y al mirar a la luna llena, soltó un aullido.

jueves, 8 de octubre de 2009

Muerte ven

Dibujo de Pamp, de nuevo con nos.

Esta oscureciendo.
Muerte ven.

Ya no quería vivir. Ni siquiera era mi guerra. Ellos me trajeron a la fuerza.
La vida en la trinchera era tan solo un preludio a la muerte.
Hice lo único que podía hacer, colocarme en primera linea de ataque, con la esperanza de que alguien me matase.
Valientes nos llamaban, cuando huíamos de la vida.
Corría gritando, disparando sin mirar.
La gente moría a mi alrededor, las bombas explotaban frente a mi, pero yo seguía en pie.
Por fin, un chico se acercaba a mi, era todavía mas joven que yo, lo cual lo convertía en un crio. Gritaba con fuerza y agarraba el arma dispuesto a matarme pero, instintivamente, disparé antes que él.
- ¡No, idiota, no!
Tras un rato de confusión, una bala me acertó en el pecho y me desplomé.
Todo quedó oscuro.
¡Por fin!

La batalla terminó.
Muerte ven.

Estoy tirado en el campo de batalla. El humo y el hedor a muerte lo cubre todo.
No siento mi cuerpo y sin embargo siento frío.
Se oyen lamentos y jadeos que, de repente callan.
Ella está aquí.
A mi lado está el muchacho al que disparé, está completamente muerto.
- ¿Por que él si y yo no?

Está anocheciendo.
Muerte ven.

Hay luna llena, se puede ver con claridad.
El cuerpo del muchacho sigue aquí.
Ella está sentada frente a mi, inmóvil, parece como si me mirase fijamente, esperando a que llegue mi hora.
- ¡A que esperas, coge la guadaña y acaba de una vez!
Ahora el frío lo siento en el alma.
Todo se vuelve negro.
¡Ya era hora!

Amanece.
Ella sigue aquí.
Unas voces me han despertado. Me han visto y vienen a socorrerme.
Ella se sobresalta y se va corriendo.
- ¡No, maldita, no te vayas, ven aquí y acaba tu trabajo!

Estoy postrado en una cama del hospital.
Me han concedido la medalla al valor.
¡Por no morir!
Me dicen que la guerra ha terminado para mi.
¡Que me importa, si ya no podré moverme!
Soy un héroe por matar a un chico que fue mas lento en disparar.

Está oscureciendo.
Muerte ven.