domingo, 9 de septiembre de 2012

Maldito coche

                       Dibujo de Universo Pamp.

–¡Hijo, hijo!
Mi madre estaba gritando más de lo habitual, debía ser una emergencia. Me desperté como pude y corrí a socorrerla.
–¡Levanta a tu hermano, tenemos que ir a urgencias!
Se había puesto peor de lo suyo y empezaba a sangrar.
No encontraba la forma de despertar al muy cretino y eran las doce de la mañana.
–Vamos a hacer una cosa, yo voy vistiéndome, mientras tú le sacas de la cama.
Al cabo de una hora, estábamos listos en el coche. Tuvimos que sacar los trastos del maletero, para meter la silla de ruedas.
–Mamá, necesito dinero para gasolina –dijo el cabrito.
–Anda –me dijo ella–, sube a mi cuarto y coge el monedero rojo, del segundo cajón de la mesilla de la derecha. ¡Y date prisa, que estoy manchando el asiento!

El coche tardó en arrancar, pero llegamos a la gasolinera sin problemas, hasta que ella empezó a quejarse.
–¡Ag, qué asco, qué peste, date prisa, que me mareo, y compra clinex, que se me están acabando!
Tras mucho callejear, llegamos al hospital. Ella protestó.
–Hijo, a este no, al de Alcorcón, que es allí donde me operaron.
–Pero mamá –dijo mi hermano–, yo no puedo salir a la carretera, no tengo seguro. ¿No te importa que nos quedemos en este?
–¡Sí, claro, dejad a vuestra madre aquí como un perro!
–¿Qué quieres, que me pille la policía y me pongan un multazo?
–¡Si tuvieras trabajo tendrías seguro!
–¿Acaso es culpa mía?

Después de un rato de discusión, fuimos hacia Alcorcón.
Íbamos agachados para que no nos pillara la policía, aún no sé por qué.
–Qué vergüenza –refunfuñaba ella–, escondidos como vulgares ladrones.
–Grrr –gruñía él.
Un policía miraba extrañado, desde la moto, pero no nos dijo nada.
–Mamá, ¿qué tal estás? –le pregunté.
–Parece que ya no sangra, pero me estoy mareando. ¡Qué mal huele este coche! ¿Seguro que vamos bien a Alcorcón?
Él volvió a gruñir.

Tardamos media hora para aparcar en el hospital y mi hermano se puso nervioso. Cuando entramos, vomitó. Las enfermeras fueron corriendo a atenderle. Mi madre se levantó de la silla, enfadada.
–¡Eh, que la enferma soy yo!
Empezaron a discutir a gritos, mientras un policía les pedía calma. Al final, los metieron a los dos.

Yo me quedé esperando, sin que nadie me diera noticias.
Pasaron un par de horas y salió mi hermano. Le habían dado un Primperan y estaba más tranquilo.
–¿Te han dicho algo? –pregunté.
–Que era de los nervios.
–No, idiota, de mamá.
–Ah, no sé –contestó como si nada–, no la he visto.

Me pidió dinero para sacarse una Coca cola de la máquina, y después para un sandwich. Más tarde fue una bolsa de Cheetos, luego un Bollycao. Cuando vació la máquina se empezó a preocupar.
–¿Qué pasa con mamá, que no sale? Está anocheciendo y mi coche no tiene faros.
No quise contestarle.

Al final salió mi madre, en la silla de ruedas. Estaba cansada y no quería discutir.
–¿Qué ha pasado, qué te han dicho? –pregunté.
–Na –dijo sin ganas–, me han curado y me han dicho que lo mío va bien, que habrá sido del riego.

Cuando salimos ya era muy tarde y no podíamos ir en el coche. Tuvimos que coger un taxi hasta casa, y una vez allí, resultó que no teníamos dinero. Me tocó subir a por el monedero blanco, del tercer cajón de la mesilla de la izquierda, mientras ella se quedaba abajo, de garantía.
El otro se fue corriendo al baño, que no aguantaba más.

Ni siquiera cenamos, nos metimos en la cama sin decir nada.
Mi madre se lamentaba frente a la foto de la abuela.
–¡Ay mama, vaya par de nietos te he dado!