sábado, 28 de septiembre de 2013

La madre de Bercebú

                                                  Dibujo de Universo Pamp.

Bercebú salió al patio, enfurecido como una bestia enjaulada.
–¿Has cogido tú mi pegamento? –arremetió contra Pipiolo.
–No, Bercebú, yo no he sido, te lo juro –suplicó el muchacho.
Pero su sinceridad no le salvó de una buena paliza.
–¿Has cogido tú mi pegamento?
–No, Bercebú, te juro que yo no he sido –contestó Palomanco, atemorizado.
Uno tras otro, fue interrogando a los presos. Ni siquiera respetó al temido Bocajarro.
–¡Qué no, coño, que yo no he sido! –respondió, malhumorado.
Él también se llevó una somanta de palos.
–¡Bercebú, Bercebú! ¡Ha sido Patachula! –gritó Sito el Moñas.
Su ración de golpes fue mayor, por chivato.
–¿Donde está ese pedazo de mierda? ¿Donde? –preguntaba, sin dejar de pegarle.
–En la lavandería, está en la lavandería –repetía, con la boca sangrando.

Cuando los guardias llegaron allí, se encontraron a Bercebú apuñalando el estómago de aquel pobre desgraciado, con un trozo de cristal.
–¡Te lo has esnifado todo, yonqui de mierda!
Hicieron falta más de diez hombres para reducir a esa mala bestia. Mientras se lo llevaban a la celda de castigo, gritó a uno de los guardias.
–¡Martínez, por favor, esta tarde viene mi madre, entrégale lo que hay en mi celda! ¡Por tus huevos, dáselo, que si no te los corto!

La sorpresa del guardia fue mayúscula, al encontrarse en la celda del asesino una casita de cartulina, como las que hacían en el colegio, con su jardincito y todo. En él estaba la figura de la madre y de sus tres hijos. Incluso había un orondo muñecajo en el que ponía "el cerdo de papá". Unas letras de colores coronaban la obra, clamando: "FELICIDADES, MAMÁ".
El hombre se emocionó. Cogió prestado un tubo de pegamento del despacho del alcaide, y terminó de pegar el tejado de la casa. Le pintó unas tejas, para que quedara más bonito.


La pobre mujer se había pasado la mañana en el hospital, y después en el cementerio. Cuando llegó a la cárcel, se enteró de que tampoco podría ver a su tercer hijo.
Un funcionario de la prisión le entregó el regalo, sonriendo como un crío. Ella se emocionó. Él se emocionó. Y dejándose llevar por la ilusión del momento, pues él ya formaba parte de aquello, exclamó:
–¡Felicidades!
La anciana le besó en la mejilla.
–Gracias, majo –sonrió–, cuando veas a mi hijo, se lo das de mi parte.

Martínez se secaba las lágrimas, mientras veía a la madre salir de ahí, con sus cansados pasos. Entonces se dijo para sus adentros:

–¡Y una leche, le voy a dar un beso a esa mala bestia!

lunes, 9 de septiembre de 2013

El hijo de la Luna

                                                        Dibujo de Universo Pamp.

Bajó del monte, con su pálida piel y sus ojos blancos. Afirmó llamarse Luzbel, y esa fue la gota que faltaba para que temiéramos al extranjero. Parecía buena gente, era muy educado, pero su enorme altura y sus largas manos no presagiaban nada bueno.
Cuenta la leyenda que fue engendrado por una hembra gitana, y abandonado en el bosque. Los lobos le criaron, bajo la protección de la Luna. Siempre se escucharon historias sobre el niño albino que habitaba en las montañas. Nunca las creí, hasta que se presentó a las puertas del pueblo, con esa melena gris, que hacía difícil calcular su edad. Para unos no llegaba a los veinte, para otros ya pasaba los cuarenta. Sea como fuere, aquel grandullón que apareció vestido con un simple taparrabos, pidiendo calma con aquella voz aguda, en tan solo dos días había conseguido trabajo. Le había contratado don Cristino, para que le ayudara en la biblioteca. Le dejó cobijarse en el almacén, y le ofreció un modesto sueldo. Aquel venerable anciano era el único del pueblo que disfrutaba de la presencia del muchacho, y de las miles de historias que podía contarle.
Así, vestido y con zapatos, y con la melena cortada, parecía otra cosa, pues tenía cara de buena persona, pero el padre Azrael afirmaba que era el mismísimo Diablo. El hecho de que no fuera nunca a la iglesia, ayudaba a pensarlo, pero él siempre dijo que no creía en esas cosas.
En más de una ocasión quise preguntarle si era verdad eso que decían de él, pero lo dejé pasar. Cuanto menos escuchara su aguda voz, era más fácil apreciarle. La gente murmuraba sobre él, y las viejas se santiguaban al pasar a su lado. Nunca le importó, él dijo que había bajado del monte en busca de contacto humano. La cosa empeoró cuando empezó a juntarse con la sobrina del párroco. Teresa era una buena chica que quiso ayudar a aquel hombre solitario, tal y como había aprendido de las enseñanzas de su tío y de la propia Biblia. Supongo que al pastor no le hizo gracia que su bella sobrina fuera con una oveja descarriada. Primero fue un rumor, luego un cotilleo, y al final terminó siendo un escándalo.
La chica apareció muerta en el molino de Sebas. Nadie se preguntó quién fue. Ni si quiera le dejaron explicarse. La policía no hizo ningún esfuerzo por detener a aquella muchedumbre que quería matar al extranjero. Al principio, él suplicó que le escucharan, pero al ver que era inútil, sacó toda la furia que llevaba en su interior.
Aquello fue un infierno. No tengo palabras para describirlo. Fuimos pocos los que quedamos para contarlo. Por las noches, aún me duelen las piernas que perdí aquel día. Nunca supimos quién mató a la chica, ni qué sucedió en verdad. En un abrir y cerrar de ojos, el fuego del infierno arrasó el pueblo. Al final pude ver como él se rasgó las vestiduras y volvió al monte del que salió.

Entonces supe que era el hijo de la Luna.