viernes, 16 de diciembre de 2011

Mientras el cuerpo aguante

Dibujo de Universo Pamp.

Marisa nunca pensó que sería capaz de fugarse con el primer camión que parara.
Ella no se consideraba una princesa, por lo que no contaba con un príncipe que la rescatase. Se conformaba con aquel bruto peludo que la poseyó como un troglodita en celo. Por lo menos alguien la deseaba.
Como era de esperar, la dejó tirada en una gasolinera. Siempre era mejor que los desprecios que le hacía su marido.
Allí conoció a Manuel. Se le veía tan galán. Aunque todo el mundo sabe que los caballeros no paran en las gasolineras.
Se la llevó a la ciudad, donde las luces de fiesta iluminan la noche.
Para ella era un consuelo emborracharse con champagne en lugar de la botella de chinchón que escondía en el fregadero.
Bailó toda la noche, bailó sin parar, rodeada de pulpos sobones. Por una vez era el centro de atención. Hasta el cantante de la orquesta le guiñó el ojo. Seguro que se lo hace a todas, pero a ella le hizo sentirse guapa.

El gallo cantó y todo se esfumó, la noche, la ciudad, el cantante y el camionero. Solo quedaba aquella casa, perdida en la frontera, y aquel viejo exigiendo su desayuno a gritos.

Marisa barría la cocina esperando encontrar algún resto de confeti. Cada vez sus sueños eran más reales, y por eso sabía que algún día se escaparía.