sábado, 14 de agosto de 2010

Amores que matan

Dibujo de Universo Pamp (a ver si hace mas).

La primera vez que la vi fue hace mucho. Un estúpido neandertal me la cambió por un trozo de carne, condicionando así que la tratase como tal. No recuerdo bien como fue la cosa, la memoria de aquello se perdió en el tiempo. Supongo que la maté a golpes en alguno de mis arrebatos.
No fue un buen comienzo.

Tiempo después, un comerciante de Antioquía me la vendió por cinco camellos. Entonces era bellísima, nada que ver con aquella oronda mujer peluda. Esta vez la maté a latigazos.
Nunca supe tratar a los esclavos.

Un día vino el Faraón a supervisar la construcción de la pirámide. Le acompañaba su hija. Era ella, una auténtica flor del Nilo. Yo no tenía ninguna posibilidad, solo era un esclavo judío y a ella la iban a casar con un príncipe hicso. Aun así la secuestré, ella no puso resistencia, al parecer despreciaba más a los hicsos que a los hebreos y correspondió a mi amor.
Fue breve pero intenso.
Cuando los guardias del Faraón nos dieron caza, la sacrifiqué, o era mía o de nadie.
Fue muy romántico, pero la había vuelto a matar.

En tiempos del glorioso Cesar, al regreso de las Galias, me encontré con dos hijos más. Otra vez la maté. Se estaba volviendo una costumbre.

De todas las vidas, recuerdo mejor las que fui noble o poderoso.
No como aquella vez que, siendo un humilde campesino, la enterré en el campo. A nadie le importó que dejase de cultivar una parte del huerto.

Con la llegada de la Santa Iglesia pude atarla en corto, hasta que me levantó la mano. Ella era una infanta de Aragón y no podía permitir que, un simple caballero del Rey, la tratase así.
La paliza fue mortal.
Tuve que acusarla de brujería para salir indemne del crimen. Fue muy duro ver arder su precioso cuerpo.

Al subir al poder los talibanes, pude controlarla de verdad. Ni siquiera recuerdo por qué la mate aquella vez.

Estando en la corte de los Borgia, me sobrevino la sospecha de que me engañaba con el maestro de esgrima.
Le haría confesar durante la cena y la atravesaría con mi espada. Pero, al probar el vino dulce que, por cierto, me supo a gloria, caí muerto sobre la mesa.
¡Ella me había envenenado!

Ya no era la mujer sumisa que se dejaba tratar como un pedazo de carne y eso me gustaba.

Cuando me estropeó los frenos del coche, comprendí que aquello sería una carrera a ver quien mataba al otro antes.
Durante los siglos, le había golpeado, latigado , lapidado... y ella nunca necesitó ponerme la mano encima para acabar conmigo.
Había muerto tantas veces que sabía como matar y cuanto más me mataba más la amaba.

Alguna vez fui más rápido que ella, como cuando desenfundé la Walther ppk y le pegué cuatro tiros, antes de que me entregase al KGB, pero, por lo general, ella me daba mil vueltas en esto del asesinato.

Fue glorioso el día en que, las fuerzas aliadas nos acorralaron en el búnker y decidimos tomar la cápsula de cianuro los dos a la vez. Mis seguidores no querían, decían que matara al clon y escapase a Argentina, que debía vivir, que mi destino era dominar el mundo.
¿Para que quería el mundo si ya la tenía a ella?
No fue Dios quien nos unió, sino la muerte.

Hoy le he preparado una trampa.
He contratado a un asesino para que la mate, a sabiendas de que, él es su amante.
Será divertido ver a quien mata antes, a él o a mi.