miércoles, 16 de diciembre de 2009

Agradecido

Dibujo del genial Pamp.

Llevaba tiempo con un terrible dolor de cabeza y la vista borrosa. La dilatación de pupila me hizo sospechar lo peor. Por desgracia, ya sabia lo que eso significaba y me fui corriendo al hospital.

Cuando el doctor llegó con los resultados de la resonancia, yo ya estaba seguro del diagnóstico.
- Los resultados son preocupantes- dijo con seriedad.
- No me diga que es un tumor, otra vez no.
- No, por Dios, no - contestó - pero no sabría que decirle.
- ¿Que, como? - yo estaba histérico.
Después de tomarse unos cuantos vasos de agua y mirar varias veces el reloj, empezó a explicar.
- Vera, no es exactamente un tumor, lo que usted tiene en el cerebro es un montón de historias atascadas.
- Si, bueno - contesté sin terminar de creerlo - yo siempre quise ser escritor, pero por h o por b...
- Ha de comprender que algo así no se soluciona con una operación ni con quimioterapia .
- ¿Y que puedo hacer? - pregunté desesperado.
- Lo único que se me ocurre es que escriba esas historias y se las saque de la cabeza.
- Ya, bueno, es que no sabría como hacerlo. - Dije avergonzado.
Me miró como el profesor que te va a echar la bronca.
- Pues ya puede ponerse las pilas, antes de que su cabeza estalle, porque ahí tiene historias para dar y tomar. Policíacas, de terror, cómicas, de ciencia-ficción e incluso, se puede ver en la resonancia un relato erótico bastante malo.
Estaba perplejo.
- Esto, vale, me pondré a ello ¿alguna recomendación?
- No, no, vida normal, lo único que le puedo decir es que lo de que el mayordomo es es el asesino está muy visto.
- ¿Y para el dolor de cabeza?
- ¡Escriba, escriba!

Y así empezó todo, compré manuales de escritura, asistí a talleres literarios y convenciones de escritores. Pero no conseguí nada. El dolor era insoportable y tenía que guiñar un ojo para no ver doble lo que escribía.
Conocí mucha gente dispuesta a ayudarme, incluso había una chica que me tiraba los tejos, pero yo estaba tan obsesionado con lo mio que no les hice caso.
Hubo una profesora que comprendió mi problema. Tenía una cicatriz en la cabeza como la mía, nunca supe si fue por un tumor o por unas historias enquistadas.
Me dijo que escribiera sin parar, bien o mal, daba igual. Que escribiera según saliera de mi cabeza, que ya habría tiempo de corregir.
- No hay otra forma de aprender.

Decidí empezar con relatos policíacos, nada mejor para comenzar que asesinar a mi jefe. Pero era muy difícil y me compré un libro titulado "Maneras de morir" de un tal Rosendo Quintana, para tomar ejemplo.
Me quedé alucinado, eran mis historias, ese tío me había robado las ideas y las había resuelto con gran maestría. Cuando mire la foto del autor me di cuenta ¡era mi oncólogo! ese cerdo las había visto en la resonancia y las estaba publicando.
Fui a investigar a la biblioteca y me encontré que había editado mis relatos de terror como "...A las lombrices", yo no podría contar lo de los niños vampiros como lo hizo él.
También publicó mis historias de ciencia-ficción. "Listos para la reconversión", así lo tituló. El relato que nunca llegué a escribir de los dos androides me llegó a emocionar.
Ese desgraciado comprendía mis historias mejor que yo.
Lo siguiente en usurparme fueron mis cuentos infantiles, bajo el título "Entonces duerme" y mis historias cómicas como "Loco por incordiar".
Estaba asombrado por lo bien que escribía e indignado porque se estaba haciendo rico a mi costa.
El único libro que no me plagió, fue uno de manualidades con pan de higo, pero no era muy bueno.

Intenté llevarle a juicio, pero contaba con una legión de abogados capaces de hundirme en la miseria. Así que fui a su consulta a exigirle una explicación personalmente. Pero el condenado no me tomaba en serio.
- Si lo he hecho por tu bien - dijo excusándose - como tu no te decidías, tuve que sacar adelante yo el asunto. Eran unas historias demasiado buenas como para dejarlas pasar.
- ¡Pero eran mías! - Grité desesperado.
- No te preocupes, que mal que bien siempre hay una historia que ofrecer.
- Por lo menos me pagará los derechos de autor. - Supliqué.
Me miró con cara de guasa.
- Ah, majete, no todo el que saca mete.

El muy cabrón había robado mis historias y se había forrado. Todavía publica algún best-seller a mi costa y yo aqui, sin comerme un rosco.
Lo mejor del asunto es que, el dolor de cabeza, la dilatación de pupila y todo eso desapareció.
Aquel endémico embustero había salvado la vida de este incauto pertinaz.
¿Y que le voy a decir?

Agradecido.