En
el centro de fisioterapia de Pérez y Ondina te dan un trato muy
especial, ya seas basurero, transportista o escritor.
–¿Ah,
sí? ¿Y eso donde está?
–Está
en Móstoles, en la calle Empecinado, nº 58.
–¿En
Móstoles?
–Sí,
en Móstoles, ¿tienes algo en contra de Móstoles?
–No,
no, en absoluto.
–Ah,
bueno, creía…
Ondina
va por las tardes, y te trata todo tipo de contracturas y lesiones
musculares.
–Ay,
chica, qué bien me has dejado, qué manitas tienes…
–Pues
deberías probar con Pérez, él tiene las manos más grandes y
abarca más espalda.
–Ah,
pues habrá que probar.
–No,
no, no se confunda, yo soy Pérez y Ondina, osea, Pérez-Ondina. Pero
me puede llamar Jorge.
–Caramba,
qué confusión. ¿Y es verdad lo de las manos?
Tanto
que a la pequeña Lola le alisó el pelo.
–Pero,
hombre de Dios, ¿qué ha hecho con los rizos de mi niña?
–Perdóneme,
se me ha ido la mano. Como la pobre tiene tan poquita espalda…
¿Pero a que ya no se queja de la bronquiolitis?
–No,
que va, ahora me duerme toda la noche del tirón, sin llantos ni
dolores.
–Lo
ve, buena mujer, si aquí lo tratamos todo, mucho y bien.
–Pues
sí, sí, va a ser que sí.
Y
tanto que sí. Si hasta llegó a tratar la tendinitis de la pierna de
un famoso futbolista.
–¿Cual?
¿Ese que coló aquel gol tan espectacular?
–No,
el otro, el que se pasó todo el partido corriendo detrás de él.
–Ah,
pues fue una buena carrera. Se ve que le trató la pierna a
conciencia.
Pues
claro que sí.
En una ocasión, le llamaron de una funeraria. Por lo
visto, el difunto tenía los músculos tan contraídos, por el rigor
mortis, que cuando lo metieron en el ataúd, se levantó en mitad del
velatorio. El bueno de Jorge le dio un buen masaje, hasta relajar
esos músculos tan tensos, y la ceremonia pudo seguir sin más
problemas.
–¡Ja,
qué bueno! Ahora si se podía decir que el hombre descansaba en paz.
–Amén
a eso, hermano, amén.