–¡Vamos a
escribir un libro! –gritaron todos al unísono.
Nos reunimos bajo
el manzano blanco, con la pequeña Melinda. Laura llevó lápiz y
papel, yo la llevé a ella, y ella trajo a Germán para que nos
ayudara.
Miguel vino con
sus medionovias y Paula con su melancolía. Cabrales trajo unos sacos
para echar unas carreras. Carlos, viendo que había chicas en el
grupo, prefirió jugar a “burro”, el muy pillo se puso su
supermano.
José Luis llegó
en bicicleta y José Antonio montando un andrajoso caballo. Isabel
llegó con sus zapatitos de charol y Alberto trajo su camiseta, la de
el, la de ella, bueno, esa camiseta tan especial. El otro Alberto
apareció con un amigo que tenía muy malas pintas, pero aún así lo
aceptamos en la fiesta.
A Miguel Ángel
le perseguía un perro mal encarado, pero conseguimos calmar a la
bestia dándole unas manzanas. Está claro que las manzanas blancas
son las más sabrosas.
Empezaba
refrescar y Lali se abrigó con una telaraña dorada que llevaba en
el bolso. Era la hora de empezar y Mari-Carmen se puso sus enormes
gafotas. Mari-Cruz lamentó haber ido con sandalias, porque iba a
coger frío en los pies.
Pablo había
traído una vieja Biblia, por si nos podía inspirar. Paco le explicó
qué partes teníamos que tener en cuenta y cuales no. Manuel optó
por llevar su cuaderno de matemáticas, que le inspiraba mucho más.
Una vez reunidos
todos, comenzamos a escribir. A escribir todo tipo de relatos, de
cuentos y de ensayos. Nos permitimos, incluso, el lujo de comentar
las obras de los grandes autores, y de los pequeños también,
aunque, claro, todos los autores son grandes. No podíamos parar.
María Teresa
tocaba la trompeta para amenizar el ritual. Entonces apareció
Amelia, ataviada de súper-héroe, con una considerable indignación
porque no habíamos contado con ella.
–No, mujer, no,
no te enojes –le dijimos–, aparca tu batmoto junto a la bici y
únete a la fiesta.
Chema quiso
aprovechar la ocasión para publicitar su último libro. Le mandamos
a tomar viento fresco a la orilla de Portugal.