Nunca pensé que
esto duraría tanto, pero así fue. El día que la parca me vino a
ver, la desafié a una partida de ajedrez. Sí, ya sé que suena
pedante, aún no comprendo por qué lo hice. No digo que no fuera por
miedo, que lo tenía, ni por ganas de vivir, que tenía muchas más,
y aún las sigo teniendo. Puede que fuera por esa forma de ser de los
de nuestra tierra, el caso es que ella aceptó.
Hubo un tiempo en
que pensé que podría ganarle, pero claro, nadie puede vencer a la
muerte. Yo jugaba con prudencia, no quería sacrificar ninguna ficha,
ella iba a lo que iba. Qué le vamos a hacer. Por el camino perdí
peones, alfiles, amigos y familiares. Era inevitable, la partida
tenía que avanzar. Yo nunca fui muy bueno en esto, lo reconozco,
pero aguanté como un campeón. Ella tuvo que dar lo mejor de sí
misma, se lo pasó verdaderamente bien. Durante mis estancias en el
hospital, llegamos a ser buenos amigos.
Al final, mi rey
cayó, la cosa no se podía alargar más.
Ha estado bien,
no lo lamento, solo siento haber dejado sola a mi reina. Bien sabe
Dios que si me han vencido es porque la protegía a ella. Al fin y al
cabo, todos nos volveremos a reunir en el tablero. Y qué porras, si
me tengo que ir, es mejor hacerlo con una buena amiga.