La
princesa Adriana está enfadada, pues su príncipe azul le ha salido
rana. Al primer beso que le dio, salió dando saltos por los
pasillos. ¡Sin ni siquiera decir adiós! Ya es la tercera vez que le
pasa.
La reina Andrea
no para de gruñir, pues al rey Andrés le huelen los pies. Ya no es
el príncipe esbelto que conoció tras su primer beso de amor.
–¡Hombres!
¡Para qué los queremos!
El rey vaga por
los pasillos, añorando los viejos tiempos, cuando saltaba libre por
el pantano, comiendo moscas y mosquitos. Cuando vio pasar al
príncipe, le gritó:
–¡Corre,
muchacho, corre!
El príncipe
Julián quiere aprovechar la ocasión para pedir la mano de la
princesa, pero tiene miedo, porque ha oído decir que es muy
besucona.
La pobre Adriana
practica sus besos con un muñeco de trapo. No quiere que le pase lo
mismo de siempre.
El rey, hastiado,
murmura entre dientes:
–Ay, muchacho,
no sabes donde te metes.
La reina,
enojada, le suelta una colleja que le descoloca la corona.
–¡Maldito sea
el día en que te besé!