Esta mañana la
casa tenía un piso más. Y el ascensor sigue sin funcionar. Recuerdo
cuando nos vinimos a vivir aquí, mi Rodolfo y yo, recién casados,
llenos de ilusión. Él nunca quiso un bajo, con la gente pasando por
delante de tu ventana, y metiéndose los bichos del jardín. En un
primero estábamos bien, sin tener que usar el ascensor, ni cuando me
subió en brazos, el día que lo estrenamos, ni cuando nació Raúl.
Yo era una madre joven y no me importaba subir y bajar, cargada con
el cochecito. Fue cuando nació Ricardo que me di cuenta que la casa
había crecido y que tenía que bajar dos pisos, con el pequeño a
cuestas, el mayor corriendo, y yo gritándole. Era cuando la señora
Justina se asomaba por la puerta y me decía:
–Ay, Ramona,
nunca te cansarás de estas escaleras.
Pero claro, el
ascensor se estropeaba cada dos por tres, y a mí no me quedaba más
remedio que tirar para arriba. Al poco de nacer Rafita, Rodolfo tuvo
el accidente. Casi se me va. El coche quedó siniestro total, y él
se vio obligado a subir tres pisos cada día, primero con las muletas
y luego con el bastón. Nunca dejó que le ayudáramos. Cuando la
Justi le oía pasar, siempre se asomaba.
–Tenga cuidado,
don Rodolfo, no se vaya a caer –le decía.
Y a punto estuvo
de salir rodando cuando tuvo que ir a buscar a Raúl a la comisaría.
Estaba tan furioso que no se dio cuenta de que ahora vivíamos en un
cuarto. Nos costó subir hasta el quinto para poder enderezar al
muchacho. Fue antes de que su hermano se casara. Recuerdo que la
madre de ella se sorprendió de lo bien que nos conservábamos.
–Es que hacemos
mucho ejercicio –bromeé–, no paramos de subir y bajar escaleras.
La casa volvió a
crecer cuando Rodolfo murió. Los de la ambulancia protestaron al ver
que el ascensor no funcionaba. Al pobre Rafi le dio mucha pena tener
que dejarme ahí, tan arriba, para irse a estudiar a Oxford. Pero la
vida sigue, cumpleaños, bautizos, bodas y comuniones, y una tiene
que seguir subiendo y bajando. Tarde o temprano llega un momento en
que los hijos, las nueras y los nietos se cansan de tener que andar
siete pisos para verte, bueno, ocho pisos, si tenemos en cuenta que
esta mañana la casa ha vuelto a crecer.
A veces pienso
que el maldito ascensor nunca llegó a funcionar. A veces echo de
menos a la cotilla de Justina. Estas escaleras son cada día más
largas y estrechas. No sé que haré cuando tenga que subir al piso
diez.