La
nave tronó estrepitosamente cuando paró ante las Puertas de
Tannhäusen. Lo había conseguido. El proyecto del doctor D.S. Huxley
había sido un éxito, y su vehículo experimental de propulsión gravitacional de iones me había llevado a la otra punta de la
galaxia.
Tenía
los sentidos abotargados por el largo viaje. Mis ojos se recrearon
con el paisaje estelar, nunca visto por otro hombre, que había ante
mí. Mis piernas temblaban de la emoción. Entonces mi alma se
estremeció al ver una enorme luz cegadora que se acercaba
inexorablemente.
La
nave crujía, mientras la luz se colaba por todos los rincones,
invadiendo mi espacio vital. Los mandos ya no respondían. Empecé a
escuchar unas voces, por todas partes, cada vez más fuerte. Por más
que me esforzara, no entendía lo que decían. Sentí que mi cabeza
iba a explotar.
Mis
manos se aferraron al dibujo que el pequeño Tommy me dio antes de
partir. Aquella hoja de papel con un astronauta sentado en la Luna,
en la que ponía “Papá, vuelve a casa”, que mis temblorosas
manos estaban arrugando. La estructura de la nave se venía abajo, y
la de mi propio ADN.
Mi
cuerpo estaba ardiendo. Parecía flotar en la nada, en el todo, en la
intensa luz que me abrasaba. Por un momento creí oír “No te
preocupes”. Mi cerebro se llenó de mensajes, de ideas y de
imágenes. El Big Bang, el universo, la vida, la muerte, el infinito…
Todo cobraba sentido en mí, pero yo no podía dejar de pensar en
Tommy y en Lucy, temiendo que mi memoria humana se esfumara.
Cada
vez dolía más. Recordé cuando ella amamantaba al bebé, sentada en
la butaca, ajena al mundo, tarareando una canción, y sintiendo cómo
olvidaba sus nombres. Mientras se me estaban dando todas las
respuestas del cosmos, desesperado, grité:
–¡No!
¡Quiero volver a casa! ¡Quiero volver con mi hijo! ¡Quiero volver
con mi exmujer! ¡Quiero volverlo a intentar!
Pero
fue inútil. He evolucionado. Ahora soy, somos, otro ser, otra
entidad, y la verdad y el fin de toda esta transformación será
revelada a la humanidad cuando sea pertinente.
Esta
es la última transmisión del que fue el comandante Simon Isaaks,
único tripulante de la nave interestelar Sisyphus.
Solo
lamento que el mensaje tardará más de mil años en llegar a la
Tierra.