Rosario llevaba horas esperando
cuando la sala de visitas se quedó vacía. Ya se estaba imaginando
lo peor al ver que un funcionario de la prisión la llamó.
–¿La señora Morales? Me temo
que su marido no va a poder venir.
–¿Dónde está? ¿Le ha
pasado algo? –preguntó inquieta.
–No, mujer, no le ha pasado
nada –intentó calmarla–, es que se lo han llevado a la celda de
castigo.
–¿Por qué? ¿Ya ha liado
alguna?
–No, no, por Dios, no. Solo ha
sido una pelea.
–¡Lo sabía! ¿Es que este
hombre no puede pasar sin armarla?
–Bueno, en fin, tranquilícese,
que son cosas entre presos –se explicó torpemente.
–¡Si es que no se puede con
él!
–Mujer, que no es para tanto.
Que yo sepa ha sido porque otro preso le quitó una foto de su hija y
empezó a soltar improperios.
–Sí, bueno –se
tranquilizó–, la niña siempre fue su debilidad.
–No se preocupe, que la celda
de castigo no es tan terrible como la pintan en las películas.
–Ya –se resignó.
–Váyase tranquila, ya verá
como sale en unos días.
La mujer se levantó, recogió
el bolso y el abrigo, y antes de salir por la puerta, se giró.
–Agente, ¿querría hacerme un
favor?
–Usted dirá.
Ella sacó una libreta y un boli
del bolso, y escribió algo.
–¿Le daría este mensaje a mi
marido?
–¡Uy, no, quite, quite! –el
hombre se estremeció- ¡Yo no quiero cuentas con su marido!
–Es que es algo muy
importante.
–Además, yo no puedo pasar al
bloque donde está.
–Por favor, agente, es de
vital importancia. Es que… –le enseñó la nota.
–Bueno, bueno, tratándose de
eso –cogió el papel–, haré todo lo que esté en mi mano para
que le llegue el mensaje.
Ella sonrió.
–Muchas gracias.
…
El funcionario acudió a su
compañero.
–Carcabilla, ¿cuánto te
queda para terminar el turno?
–Ya mismo termino –contestó
alegre–. ¿Por qué?
–¿Me harías un favor, por
favor?
–Tú dirás.
–¿Podrías ir a las celdas de
castigo a darle un mensaje a Cachoperro?
–¿A Cachoperro? –se exaltó–
¡Ni de coña! ¡Yo no quiero tener nada que ver con esa mala bestia!
–Vamos, no seas así. Es por
su mujer.
–¡Que no, que no! ¡Como si
es por el Papa!
–Vamos, hombre, es que resulta
que… –le enseñó la nota.
–Ah, bueno –se calmó y
cogió el papel–, si se trata de eso, veré qué puedo hacer.
…
Cuando Carcabilla llegó al
Bloque C, se acercó al compañero de la puerta, con timidez.
–Oye, Solís, ¿en qué celda
tenéis encerrado a Cachoperro?
–¿A Cachoperro? En la siete.
¿Por qué? ¿Quieres hacerle una visita? –bromeo.
–No, bueno, esto… ¿Podrías
tú, darle un mensaje?
–¿A Cachoperro? ¡Ni de coña!
¡Yo no quiero vérmelas con ese, que está de una leche que muerde!
–Jo, tío, que es importante,
que es de su mujer.
–¡Que no! ¡Como si es del
Papa! ¡Que le hemos tenido que dar una paliza para poder meterle
ahí, y aún está despotricando entre dientes!
–Que de verdad es importante.
Es que resulta que… –le enseñó el mensaje.
–¡Vaya, pues sí que lo es!
Está bien, está bien –cogió la nota–, se lo daré. Pero me
debes una.
…
Aquella mole de carne magullada
por los golpes, se esforzó por no exaltarse cuando el guardia golpeó
la puerta de la celda. Le pasó el papel por debajo.
–¡Cachoperro, me dicen que tu
niña ha aprobado la selectividad! ¡Enhorabuena!
–Gracias –contestó la ronca
voz del preso que le daba la espalda para que no le viera llorar.