¡Menudo cisco se
armó cuando el Sol se empeñó en salir!
–¿No ves que
es de noche y ahora es mi turno? –insistía la Luna.
Pero él, erre
que erre, hasta que se plantó allí, alumbrándolo todo.
–¡Ya la has
liado, ahora no se me ve!
La Luna estaba
furiosa. Las estrellas no brillaban. La Osa Mayor se quejaba y la
Menor no paraba de llorar.
La gente no sabía si era de día o de
noche, si tenía que trabajar o dormir, y los niños no querían ir
al cole.
–¡No, no y no,
yo no me marcho de aquí! –gritaba el Sol enfurruñado.
Los planetas se
alinearon en una reunión urgente.
–¡Esto es
intolerable! –exclamó Júpiter.
–¡No puede
ser! –gruñó Saturno.
Plutón quiso
opinar, pero no le dejaron porque ya no era un planeta.
–Pues vosotros
veréis –insistió–, pero si no colaboramos todos juntos, no lo
vamos a conseguir.
Al final le
hicieron caso, y los planetas empezaron a girar alrededor del Sol,
cada uno con su órbita. Los anillos de Saturno bailaban como un hula
hoop. Marte se puso colorado de dar tantas vueltas. Y la Luna cantó
una nana. Entre eso y la danza de los astros, el Sol terminó
durmiéndose.
Ahora las
estrellas brillaban en la noche. Y la Luna, que estaba cansada, solo
salió a medias.
Los lobos de la
estepa aullaban nerviosos, y el pequeño lobezno miraba al cielo con
tristeza.
–No te
preocupes –le consoló su padre–, mañana tendremos Luna llena.