Manoli tiene un monstruo en el armario.
–A ver, hijo, a mi edad se
tienen muchos.
Pero este es un monstruo muy
puñetero.
Cuando era pequeña, no le
tenía miedo. Nunca se lo tuvo. Incluso en alguna ocasión llegó a
jugar con él, pero cuando se llevó a su padre, supo que no podía
confiar en él. Cerró el armario a cal y canto, y se olvidó del
maldito monstruo. La vida se le había complicado mucho y ya no tenía
tiempo para esas cosas.
Los años habían pasado cuando
él volvió para llevarse a su madre.
–¡Maldita sea!
La pilló por sorpresa.
Después fue a por sus hijos.
Primero a por uno, luego a por otro, a por el otro, y al por el otro
más. Pero ella no se lo permitió.
–¡Estaría bueno! ¡No iba a
dejar que tocara a mis niños!
Al ver que no podía ser,
decidió ir directamente a por ella. En aquella ocasión llegó a
quitarle una pierna. Pero ella no se daba por vencida.
–¡Que no se piense ese
idiota que puede conmigo!
El monstruo insistió e
insistió, pero Manoli nunca dio su brazo a torcer.
–¡Que no, que no y que no!
Después de dejarla viuda, lo
intentó con su hermana.
–¡Ah, no, eso sí que no!
No pudo ser. El monstruo se
volvió al armario, con el rabo entre las piernas.
Han pasado los años y hoy,
Manoli cumple 74. Lo celebra con sus hijos y sus nietas. Todos los
que la quieren la felicitan y le desean larga vida.
–Pues no sé qué decir. El
jodío monstruo es muy persistente y sigue acechando desde lo
profundo del armario. Ahora se ha encaprichado de mis pulmones, y no
sé yo si lo conseguirá.
Vamos, mujer, no seas así. No
digas eso. Disfruta el día y apaga las velas. Y si el monstruo sigue
ahí, dale un trozo de tarta, a ver si así se le pasa la mala leche.
–¡Y una mierda! ¡A ése no
le doy ni agua!