Violeta está confusa. Se ha
enamorado de Rosa. A su lado le entran sudores, siente mariposas.
Siente erecciones.
–Hija, pues no te entiendo.
–¡Que me la quiero follar,
mamá, me la quiero follar!
–Ay, hija, tampoco tienes que
ser tan explícita.
–¡Oye, a tu madre no le
hables así!
–Jesús, por favor, no le
grites a la niña.
–¿Que no le grite? ¿Pero tú
has visto con lo que nos viene ahora?
–Joe, papá, que me he
enamorado.
–Pero, hija, ¿de una mujer?
–¿Y qué le voy a hacer si
cuando la veo me pongo palote?
–¡Pero cómo te vas a poner
palote si no tienes pene!
–¡Jesús, por Dios!
–¿Acaso no recuerdas lo que
nos costó quitártelo?
–¡Por Dios, Jesús!
–¿Ya no te acuerdas de la
que tuvimos que armar en la tele para poder poder pagar tu operación?
–Joe, papá…
–Porque decías que eras una
mujer atrapada en un cuerpo de hombre.
–Ya…, bueno…, es que
entonces…
–¡Entonces tenías pene y
quisiste vulva!
–¡Y yo qué sé, si solo era
un crío y no sabía ni lo que quería!
–¿Y ahora sabes lo que
quieres?
–Ya…, bueno…, lo que pasa
es que ahora…
–¿Ahora qué? ¿Ahora te
vuelvo a llamar hijo? ¿Te vuelvo a llamar Víctor? ¡Porque te
recuerdo que ya eres legalmente Violeta!
–¡Joe, papá!
–¡Ni joé ni joá, que nos
gastamos el dinero para tu universidad!
–Bueno, tampoco te pases, que
lo querías para un chalet en la sierra.
–¿Cómo? ¿Qué no me ibais
a pagar los estudios?
–¡Pero qué estudios ni que
na, si nos lo gastamos todo en la maldita operación y en el puñetero
papeleo, para que ahora nos vengas con esta!
–¡Jesús!
–¿Y ahora qué? ¿Volvemos a
llamar a la clínica a ver si guardaron tu pitorro, para volvértelo
a poner?
–¡Papá!
–¿Que te quiten las tetas y
te pongan pelo en el pecho?
–¡Bueno, basta ya! Hijo,
digo…, hija, esto no puede ser. ¿No entiendes lo que intenta
decirte tu padre? Piensa en lo que diría la gente del colectivo, si
se enterara.
–Mamá…
–¿Y no puedes hablar con esa
chica…?
–Rosa, mamá, se llama Rosa.
–Bueno, pues eso. ¿No puedes
hablar con Rosa, y explicárselo todo?
–Es que me da vergüenza.
Ella no es de esas.
–¡Pues te jodes y te haces
lesbiana!
–¡Jesús, por favor! ¿No
ves que al niño, digo a la niña le da vergüenza?
–¿Vergüenza? ¿Todo este
tiempo exponiéndose en la fiesta del orgullo y ahora le da
vergüenza?
–Joe, papá…
–¡De joé na! ¿Y el año
que hiciste que tu madre, con lo facha que es, te acompañara en la
carroza?
–Papá…
–¡Oye, que yo con mi hija
voy a donde tenga que ir! ¡Además, que la culpa es tuya, por ir de
progre por la vida! Tanta
tolerancia, tanta igualdad, tanto “…mujer, si el niño
se siente mujer, algo habrá que hacer…”.
¡Pues mira la que habéis liado tus amigos comunistas y tú!
–Mamá…
–Pues mira, mujer, nunca
pensé que lo diría, pero, ¿Sabes lo que te digo? ¡Que con Franco
no pasaban estas cosas!
¿En qué momento dejamos de ser simplemente personas para pasar a ser hombres o mujeres, gays, lesbianas, eteros, bi, trans, blanc@s, negr@s, orientales, de Rumania o Albacete, o cualquiera de las etiquetas que se empeñan en ponernos?
ResponderEliminarCon este relato no pretendo herir las sensibilidades de nadie, sabe dos que yo desprecio a todos los bípedos por igual, lo que pasa es que estamos mandando al carajo (o a la caraja) la igualdad y la normalidad, para quedar un@s por encima de otr@s.
Por favor, no perdamos nuestro humor crítico, ni nuestra mala leche. Eso sí, siempre con respeto y educación.
¡Un abrazo!
Hacía tiempo que no venía por aquí. He pasado un buen rato. Gracias, Dabid
ResponderEliminarLa verdad es que yo tampoco paso mucho por el hostal. Me alegra verte por aquí, Pepa. Un abrazo.
EliminarHola!!! Te sigo y te invito a mi blog.
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