El otro día
encontré, en el fondo del cajón, mi vieja pampmiseta, ajada y descolorida. Ya
no era la de siempre, pero seguía ahí.
Todo empezó hace
mucho, con el blog de mi amigo Pamp, con sus geniales dibujos, y los
comentarios que le hacíamos. Llegó un momento en que dijo que lo teníamos que
hacer al revés, que yo escribiera relatos y él me los ilustrara. Así surgió mi
blog. Yo colgaba mis historias y cogía
sus ilustraciones. Él siempre me lo permitía. Buscaba con tenacidad cuál le iba
mejor a cada relato, pero éste era distinto, éste lo hizo a propósito para el
cuento que se iba a exponer en la biblioteca. Había triunfado. Habíamos
triunfado. Decidí hacerme una camiseta con el dibujo, para la ocasión, en
blanco sobre fondo negro, como tenía que ser. Lo suyo habría sido imprimir el
texto en la espalda, pero eso costaba dinero.
Fue un éxito. A Pamp
le encantó ver su creación en una camiseta. Todos lo fliparon con el relato. Se
me veía muy guapo en las fotos. A partir de ahí decidí que me la pondría en los
grandes momentos.
Era mi amuleto. Decía que yo era
guay. En la disco las chicas se me acercaban y decían que molaba, que qué
significaba.
-El perro no me deja ladrar
–contestaba, orgulloso.
-¿El qué? –preguntaban, intrigadas.
-Es un relato mío –contestaba, aún
más orgulloso.
-Ah, ¿Eres escritor?
-El diseño es mío –corría a añadir mi
colega.
En ese punto de la conversación tenía
que recordarle que él ya tenía novia. Al fin y al cabo, le conocí gracias a
ella.
Y así, noche tras noche, en fiestas,
saraos, conciertos y demás, yo triunfaba y lucía mi pampmiseta en todas las
fotos. Con los amigos, con las muchachas, con la cantante macizorra de moda…
Llegaron más relatos, más
exposiciones, y salieron más dibujos, pero esa era la pampmiseta original y
nunca hubo otra.
El tiempo pasó, y borré, sin querer,
mis fotos del ordenador. La pampmiseta fue perdiendo su color, volviéndose de
un gris cada vez más oscuro. Las chicas se fueron, los amigos, las fiestas y
las cantantes macizorras. Lo único que quedaba blanco, eran las marcas de los
sobacos. Aquella prenda de vestir se quedó olvidada en el fondo del cajón.
Pero la he vuelto a encontrar, ahora
que necesito su poder y su buena suerte, y me la pongo bajo la sudadera, para
que no se vea en qué estado está. Pero ya no es lo mismo. Lo más que he
conseguido es que alguna compañera de trabajo la vea, en un descuido.
-Qué dibujo más bonito. Lástima que
así en gris, apenas se vea.
Esto se acaba, señor@s, mi blog está ajado y descolorido. Ya nadie lo lee, ni yo escribo en él. Se acabaron los comentarios, los homenajes, agradecimientos y demás. Esto tiene que terminar. Reconozco que ha sido un placer, pero el hostal cierra sus puertas. Puede que empiece otra aventura literaria, puede que escriba algún relato más.
ResponderEliminarAdiós.
Buena suerte, David. Es una pena, siempre hacen falta hostales como el tuyo... Pero seguro que ha llegado el tiempo de empezar un nuevo proyecto.
ResponderEliminarBuena suerte!
Te deseo otra etapa como escritor y una camiseta nueva. Un abrazo.
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