Dibujo de Universo Pamp.
Dolores
se levantó esa mañana temprano, ignorando los achaques, y limpió
la casa de cabo a rabo, hasta dejarla como una patena. Podía
reflejarse en los azulejos del baño, pero no quería verse vieja y
arrugada, todavía no. Se puso lo primero que encontró y bajó al
mercado. Compró lo justo para preparar una mala comida y una gran
cena, discreta pero buena, para cuatro invitados. Pasó por la
pastelería de Gallardo y cogió una tarta de albaricoques, la que
tanto gustaba a Rufino.
De
vuelta en casa, descansó un rato su dolorida espalda y se puso a
cocinar. Preparó un caldo para comer y unas truchas encebolladas
para la cena. Les añadió patatas al estilo campero, como le
gustaban a Teófilo. Sabía que de ahí a la noche se quedarían
frías, pero tampoco importaba mucho.
Se
echó una siestecilla viendo la telenovela, y después se dio un buen
baño caliente, nada de duchas frías, le puso sales aromáticas de
la Toja. Estuvo un buen rato en el agua, a riesgo de arrugarse más,
disfrutando el momento de paz antes de la fiesta.
Dejó
los vestidos negros en el armario y se planchó la falda azul marino.
La combinó con su camisa estampada. Se maquilló la cara para estar
guapa, pero no se puso sombra de ojos en deferencia a su madre, ella
siempre pensó que eso era de fulanas. Sus pulmones hicieron un
esfuerzo especial por soportar la cantidad de laca necesaria que
echarse para que su pelo quedara curioso.
Cuando
sacó el mantel de los domingos y la cubertería buena, los gatos
salieron de la casa, porque sabían qué día era.
Colocó
la mesa en mitad del salón, con sus cinco sillas, sus cinco
cubiertos y sus cinco platos de trucha con patatas. En las cinco
copas sirvió vino tinto del bueno, de Valdepeñas, que trajo de la
bodega de Damián. Sabía que Hipólito no podía tomar alcohol, pero
qué porras, un día era un día.
Colocó
las fotos de sus cuatro hijos, cada una en su sitio, y la tarta de
albaricoques en el centro de la mesa, adornada con cuatro velas. Se
sentó y esperó con la copa en la mano.
Cuando
se apagó la primera vela, sabía que era Rufi, él siempre era el
primero en llegar a ver si su madre necesitaba algo. Tras su hermano,
Poli no tardó en aparecer, el pobre siempre necesitando la ayuda de
mamá. Inmediatamente, la tercera vela se apagó cuando Teo acudió
al olor de las patatas camperas. La cuarta vela tardó un rato en
apagarse, pero la forma violenta en que lo hizo anunciaba claramente
la llegada de Juanra. Su madre no se lo tuvo en cuenta, hacía tiempo
que le perdonó todo aquello.
Pletórica
de felicidad, alzó la copa y se dijo a sí misma:
–¡Feliz
día, mamá!
Reconozco que me ha salido triste, pero bueno, mañana es el día de la madre y se lo pensaba dedicar a todas, las madres, pero qué coño, ellas ya tienen a sus hij@s; esto se lo voy a dedicar a MI MADRE, que bastante sufrimiento tiene la pobre con sus cuatro hijos, que sólo le dan disgustos.
ResponderEliminarMuy bonito Dabid! Y me han dado ganas de llamar a mi madre, de hecho voy a hacerlo ahora... Un abrazo!
ResponderEliminarEso, eso, llama a tu madre, que es su día, pero no te la traigas al hostal, que hoy están tristes los fantasmas.
EliminarGracias por tu visita.
Muy triste, pero precioso. Felicita también a tu madre , por tener un hijo como tu. BESOS
ResponderEliminarMari-Sol
Gracias, Mari-Sol, por pasarte por mi hostal, en un día como este.
EliminarMe encanta ese final!!! Muy buen relato!
ResponderEliminarGracias, Mario, pasa al hostal y mira a ver si queda tarta de albaricoques.
ResponderEliminarMuy buen relato aunque triste.La vida es así. A veces no se puede cambiar .
ResponderEliminarSe vive de recuerdos
Saludos
Rufino
Una madre siempre es una madre, ya sean sus hijos buenos o malos, o estén muertos. Siempre es una madre.
EliminarGracias por visitar mi hostal, Rufino.