Aquella
noche había un extraño olor en el ambiente del pub, algo pestoso
pero familiar. Tardé un tiempo en darme cuenta, estaba preocupado
por que aquel tufillo nos iba a amargar los cóckteles, pero Chema
llamó mi atención sobre el tipejo que había sentado en una mesa
frente a nosotros. Era un indigente zarrapastroso que desentonaba
totalmente con el lugar. El maldito me miraba sonriendo.
–¿Le conoces?
–preguntó Borja.
Sin contestarle,
me acerqué al melenudo como si estuviera hipnotizado. Él soltaba
una sonora risotada que se clavó en mi cabeza.
–¿José
Carlos? ¿Eres tú? –pregunté.
–Joder Breñas,
antes me llamabas Loco.
Los recuerdos
explotaron como una bomba en mi memoria.
–Caramba, Loco,
¿qué haces aquí?
–Siéntate,
Caperucita, que no voy a comerte –su sonrisa se volvió siniestra.
Borja se acercó
preocupado.
–¿Algún
problema, Rodrigo?
–No, no pasa
nada –contesté avergonzado–, es un amigo.
–Un viejo amigo
–añadió Loco con esa manera que tenía de mandar a la mierda a la
gente.
–Y tan viejo
–al final me senté–, con esas barbas y esas greñas pareces…,
yo qué sé.
–¿Y tú qué
pareces? –se burló– ¿Llevas peluquín o es implantado?
–No te metas
con mi pelo.
–¿No te metas
con mi pelo? ¿Es que no piensas soltar ni una puta palabrota?
–Vete a tomar
por culo.
–¡Ese es mi
Breñas!
Alzó el brazo en
un gesto soez para llamar al camarero.
–Por favor,
sírvame un Mayflower –intenté apaciguar la cosa–, y a mi amigo…
–A su amigo le
traes una birra de verdad, no esta mierda con lima que me has dado
antes –al camarero no le hizo gracia, pero aún así mantuvo el
tipo–. No, mejor me traes un whisky con hielo, y a mi amigo otro en
lugar de la mariconada que te ha pedido.
–Sigues siendo
el mismo cabrón de siempre –le reproché.
–Y por muchos
años –se terminó de beber su cerveza con lima–, al menos yo no
he perdido el buen gusto.
–En serio, José
Carlos, ¿qué haces aquí?
–Loco, Breñas,
Loco –dijo enfadado.
El camarero trajo
los whiskys con cara antipática. Loco se bebió el suyo de golpe y
pidió otro.
–Ando
buscándote desde hace un par de días –por un momento vi como los
años habían hecho mella en sus ojos–, me dijeron que parabas por
aquí con tus pijicoleguis.
–¿Qué
quieres? –no podía creer que le hablase así a mi amigo.
Entonces sacó un
paquete arrugado de la cazadora.
–Felicidades,
cabrón –dijo sonriendo.
Aquello me
desarmó.
–Pero…, si mi
cumpleaños fue hace dos días…
–Y el mío, ¿te
acuerdas?
Recordé entonces
aquellos tiempos cuando éramos uña y carne, el Loco, el Breñas y
el Bastardo. Cuando íbamos a comernos el mundo, así en crudo, sin
ñoñerías ni mariconadas.
–¡Eh, que te
amuermas! –me puso otro whisky en la cara.
Me acordé de
cuando nos imaginábamos a nuestras madres gritando como posesas, el
mismo día, a la misma hora, en el mismo hospital.
–¡Eh! –luego
me arreó una colleja.
–¡Joder, Loco!
¿Se puede saber qué haces? –le grité.
–Que estás en
la inopia, atontao –me espetó.
Recuperé la
calma.
–Vale, vale…
Felicidades a ti también.
–¡Coño,
gracias! –exclamó golpeando la mesa con su tercer whisky.
–Treinta y ocho
ya, cómo pasan los años –quise mantener una conversación
cordial.
–Treinta y ocho
yo, porque tú pareces tener cuarenta y siete, con esas pintas tan
pijas –se volvió a burlar.
–Pero qué
gilipollas eres.
–Y tu parienta
qué tal, ¿sigue castrándote sin piedad? –Loco siempre tan
tocacojones.
–Cuidado con lo
que dices, que Pilar es una gran mujer.
–Sí, claro,
debería pasarme a verla, a darle un par de besos –se burló una
vez más.
–No fastidies,
Loco, que ya sabes que no puede verte ni en pintura.
–Una mierda,
una gran mujer –gruñó–, lo que es es una pilipilingui.
–¡Oye, a ver
qué va a pasar! –eso me cabreó de verdad.
–No te enfades,
hombre, si lo digo por no llamar puta a tu mujer delante de tus
pijicoleguis.
No me había dado
cuenta de que Borja, Chema y los demás ya se habían ido. Cada vez
me costaba más mantener la compostura, a Loco siempre se le dio muy
bien hincharme las narices.
–Está bien,
tengamos la fiesta en paz. ¿Qué tal el viejo barrio?
–Pues cada vez
más sucio y cochambroso.
–Ya, claro –me
lamenté con condescendencia.
–Pero no te
confundas, tú, que allí todos tenemos trabajo –contestó con su
orgullo barriobajero.
–¿Aún sigues
trabajando en la fábrica de condones?
–Ya te digo,
aún soy el loco de las gomas.
–¿Pero no
seguirás pinchándolas?
–No, coño, no,
eso me lo tomo muy en serio, sobre todo después de lo del Bastardo.
–Pobre Bernardo
–me acordé de él y de las que armaba.
–¡Por Bernardo
el Bastardo! –brindamos con nuestro cuarto whisky.
–¿Os seguís
juntando la banda en el club?
–Todos los
viernes.
–Los
Pollapeludas –recordé con simpatía aquellas histriónicas
actuaciones y las broncas que se formaban.
–Ahora nos
llamamos Crazy Bastards Blues Machine.
Eso me hizo reír.
–¡Sí señor,
qué no muera el rock'n'roll! –volvimos a brindar.
–¿Y Bárbara?,
¿sigue estando tan bárbara? –pregunté.
–Bárbara está
tremenda –contestó golpeando de nuevo la mesa.
Ahora no podía
dejar de pensar en ella y en los sueños que se fueron a la porra
cuando me marché.
–Dale un beso
cuando la veas.
–Mejor aún
–aseguró dándome una palmada–, me la follaré de tu parte.
Estaba claro que
seguía siendo el mismo Loco de siempre al que todo se la sudaba.
–¿Y Raquel?
–¡Uy, Raquel!
–dijo entusiasmado– Esa se casó con Simón.
–¿Simón el de
la hormigonera? ¿Pero ese no era maricón?
–Y lo sigue
siendo, pero ya sabes como es Raquel.
Entonces nos
descojonamos de risa, armando una escandalera. La gente del pub nos
miraba mal.
–¡Hormigón,
mujeres y alcohol!
Loco quiso volver
a brindar, pero yo ya estaba mareado e intenté disculparme.
–No tío, que
ya no puedo más. Me alegro de verte, en serio, tenemos que repetirlo
otro día, pero si no vuelvo ya a casa Pilar me la va a montar gorda.
–¡Bah, qué se
joda tu mujer! ¿Es que no vas a abrir el regalo?
Me había
olvidado por completo del paquete grasiento. Me quedé alucinado al
descubrir que era la legendaria petaca del Bastardo.
–¿De dónde la
has sacado? –pregunté asustado.
–¿De dónde
crees que la he sacado?
No podía ser. No
podía imaginarme al Loco profanando su tumba para quitársela al
cadáver de Bernardo de las manos, pero aquella extraña calavera
dibujada en la petaca era inconfundible.
–Él lo habría
querido así –añadió con seriedad.
Eso me llegó al
alma.
–Joder, Loco,
no sé qué decir… La habrás lavado.
Él guiñó el
ojo con picardía y me ofreció otro whisky.
–¿Por el puto
Bastardo?
–¡Por el puto
Bastardo!
Brindamos una y
otra vez. Brindamos, bebimos, reímos y cantamos. Cantamos los viejos
éxitos: “Vamos muy bien, borrachos como cubas”, “Eres una
puta”, “Las manolas de Manola me hacen una gayola”…
Armamos una
bronca como las de antes, recibiendo y repartiendo hostias. Cuando
los pijos del local, los pocos que quedaban en pie, llamaron a la
policía, Loco me sacó a hombros de allí, bueno, más bien a
cuestas, porque yo ya no reconocía a nadie, y me dejó en la puerta
de casa.
Lo último que
recuerdo es haberle prometido que nos reuniríamos el mes que viene
en la Tasca de Jaro para conmemorar el aniversario del Bastardo.
No sé si podré
soportar los explosivos combinados del viejo Jaro, pero me conformo
con que Pilar no me pida el divorcio.
Esta copa va por un viejo amigo.
ResponderEliminar¡Felicidades, cabrón!
¡Muy bueno David! Va en consonancia con los días que estoy viviendo. Ha muerto un primo de mi marido y están saliendo en Facebook un montón de fotos de tiempos pasados , que por nuestra edad son muchos más de los recuerdos que tú puedas tener. UN BESO
ResponderEliminarMari-Sol
¡Pues otra copa más por los amigos que se fueron!
EliminarMuy buen relato David, seguro que a Chema también le ha encantado! Jeje.
ResponderEliminarSeguro que el Chema tiene muchos viejos amigos por los que brindar. Podríamos hacer una fiesta de borrachos melancólicos en el hostal. Jojo.
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