–Perdone,
señor, se ha dejado su bomba olvidada junto al mostrador de los
vuelos nacionales.
–¡Pero, niño!
¿Qué educación es esa? ¿Es que no te han enseñado a no coger lo
que no es tuyo?
–Perdone,
señor, pero si deja la bomba ahí, podría venir cualquier
terrorista desalmado y hacerla explotar.
–¿Y a ti quién
te ha dicho que es una bomba?
–Hombre, porque
hace “tic-tac”.
–Podría ser un
reloj.
–No señor,
porque he abierto la maleta y lo he visto. Tiene explosivo plástico
y un detonador que marca cinco minutos.
–¿Pero cómo
se te ocurre abrir la maleta? ¡Podría haber explotado!
–¿Lo ve como
es una bomba?
–No grites, que
nos van a oír.
–Se lo dije, es
una bomba, es una bomba…
–Mira, chaval,
no me gustan los listillos.
–¿Es usted un
terrorista? Porque no lo parece.
–Pero, bueno,
¿y cómo se supone que es un terrorista?
–Pues, no sé,
usted no es moro…
–¡Musulmán,
niño, se dice musulmán!
–Bueno, pues
eso…, usted no lleva chilaba, ni barba, ni un fusil kalashnikov…
–¿Pero quién
te ha enseñado esas tonterías?
–Lo he visto en
la tele, llevan barba y chilaba, disparan al aire, y dicen que hacen
la guerra santa.
–Bah, la tele.
La tele solo dice estupideces. Tú no sabes cómo es la cosa en
verdad.
–Mi padre dice
que son idiotas, que les cuentan milongas y les utilizan, que son
unos cobardes y no tienen hue…, que no tienen valor para dar la
cara.
–¡Tu padre es
tonto! ¡No sabe lo que dice! ¿Dónde está tu padre?
–No lo sé. Me
he perdido.
–Vaya por Dios…
Lo siento… ¡Bueno, que las cosas no son como te las han contado!
–Ya, ya lo sé.
Sé que lo hacen porque los marines bombardean su país, destruyen
sus escuelas, y les roban el petroleo.
–Bueno, tampoco
es así…
–¿Entonces es
usted un terrorista mor…, musulmán?
–Y dale, pero
que pesadito estás.
–¿Es usted
árabe? ¿De Egipto, de Irán, de Afganistán?
–¿Pero qué
dices?
–¿Tuvo una
infancia difícil? ¿Bombardearon su escuela?
–Mira, chico,
eso a ti no te importa. ¿Por qué no coges la maleta y la pones
donde estaba?
–¿Está loco?
¿No ve que moriría mucha gente? Lo que hay que hacer es dársela a
algún policía. ¡Mire, ahí viene uno! ¡Policía, policía!
–¿Pero qué
haces? ¡Baja la mano! ¡Cállate!
–Habrá que
llamar a los artificieros.
–Anda, chico,
déjalo. Dame la maleta y vete a buscar a tus padres.
–Pero habrá
que desconectar la bomba primero, que solo quedaran unos minutos.
¡Policía, policía!
–¿Pero quieres
callarte y dejar que cumpla con mi misión?
–Entonces es
verdad, usted es un terrorista asesino.
–No me mires
así, chaval, no eres quién para juzgarme. No sabes cómo son las
cosas.
–Sé que es
usted un terrorista asesino, que tiene una bomba, que nos quiere
matar a todos, y que intentaba huir.
–Mira, hijo, ya
no hay tiempo para discusiones, dame la maleta, busca a tus padres y
salir corriendo de aquí.
–Es usted malo.
–Yo te ayudaría
a buscarlos, pero esto va a explotar.
–Es usted malo.
–¿Hay algún
problema?
–¡Policía,
policía, este señor es malo!
–No, agente,
no, no hay ningún problema. Este niño, que se ha perdido, y ha
encontrado mi maleta.
–Niño, ¿te
está molestando este señor?
–No, este señor
no me está molestando. Este señor es malo, y no me quiere ayudar a
buscar a mis padres. ¡Tome, señor, aquí tiene su bomba!
–¿Bomba? ¿Ha
dicho bomba?
–No, no,
agente, no, baje el arma, esto no es lo que parece.
–¡Mire, ahí
están mis padres! ¡Papá, mamá, corred, que este señor tiene una
bomba!
–¡Corre,
chico, corre!
–¡Una bomba!
¡Una bomba!
–¡Fuego!
¡Fuego!
–¡Peligro!
¡Peligro!
–¡Socorro!
–¡Todo el
mundo fuera!
–¡Arrrggghhh!
–¡Arriba las
manos! ¡No se mueva!
–Tranquilo,
agente, no dispare.
–Suba las
manos.
–¿Para qué,
si esto va a explotar? Ande, no sea tonto, guarde el arma y márchese
con los demás.
–Está bien, me
voy, pero usted no se mueva de aquí.
–¿Y a dónde
quiere que vaya, si solo quedan unos segundos? ¡Corra, hombre,
corra!
–Me cago en to,
qué forma más tonta de morir, aquí solo, con mi propia bomba. ¡Me
cago en la madre que parió al niño!
Esto se me ocurrió después de uno de los muchos atentados que ha habido últimamente, pero nunca pude darle la forma adecuada. Hoy le he dado un repasito, para colgarlo (como había que colgar a algunos) como protesta ante tanta estúpida crueldad.
ResponderEliminarDiálogos geniales, sí señor.
ResponderEliminar¡Hay que dialogar más y asesinar menos!
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