El día que nací
yo, cerraron los comercios. Sucedió un 15 de agosto, en la recién
nacida Democracia Española, en pleno barrio de las Vistillas,
durante los festejos de la Virgen de la Paloma.
Mi padre había
ascendido en la empresa y se sentía orgulloso de que su tercer hijo
pudiera nacer en una clínica privada que llevaban unas monjitas.
Unas monjitas bastante recatadas que le echaban en cara a mi pobre
madre, que estaba poniendo perdida la camilla.
–¡Es qué no
veis que estoy pariendo! –gritaba furiosa.
A punto
estuvieron de llamar al padre Laureano para que le practicara un
exorcismo. Mi abuela, devota cristiana, intentaba apaciguarlas, pero
mi madre no paraba de gritar. El doctor Pellizer sugirió aplicar la
epidural.
–Vade retro,
Satanás –murmuraban las monjitas.
Con el sonido de
mis primeros berridos se frustró el tercer intento de mamá, por
tener una niña.
–No, hija, no,
si este venía para ser chico –aseveró mi abuela.
Allí estaba yo,
afirmando mi condición varonil con ese llanto grave y potente.
–Vade retro,
Satanás. Vade retro, Satanás.
En la calle,
Fernando Esteso cantaba a grito pelao “la Ramona pechugona”,
arreando al bombo como si la selección española hubiera ganado el
mundial de fútbol.
Mis alaridos eran
tan estridentes que a mi madre le daba miedo acercarse a darme el
pecho.
–¡Ala!
–exclamaba la abuela– ¡Menudo gañanuco!
–Vade retro,
Satanás.
Las monjitas se
decidieron a llamar al padre Laureano.
–La Ramona es
la más gorda de las mozas de mi pueblo… –cantaba el Esteso.
Las hermanas se
santiguaban mientras yo lloraba. Y mamá le gritaba a papá.
–¡Por lo que
más quieras, Luis, hazle callar!
–Los brazos de
la Ramona son más anchos que mi cuerpo…
–No, hija, no,
no te molestes, si tu marido se ha ido al trabajo –intervino la
abuela.
–¡Pero bueno,
mamá! ¿Es que este hombre no se puede quedar ni al nacimiento de su
hijo?
–La Ramona se
ha fugado con el hijo del cartero…
–¡Vade retro,
Satanás!
El padre Laureano
imploraba, arrojando agua bendita, pero ni yo dejaba de berrear, ni
el Esteso de cantar.
Fue mi abuela,
con su santa paciencia, la que me durmió entre sus brazos, “eaeaea”,
después de sacar de ahí al cura, entre salmos, disculpas y
empujones.
Y así pues pasó
mi festivo nacimiento, entre gritos y llantos, entre “Ramona, te
quiero” y “Fernando, te odio”.
Pasé mucho
tiempo creyendo que los comercios los cerraban porque era mi
cumpleaños, hasta que descubrí que antes de nacer yo, ya era fiesta
nacional.
Hoy cumplo 40 años. ¡Madre mía, qué mayor soy!
ResponderEliminarMi madre aún me echa en cara mi ocurrencia de nacer en pleno mes de agosto, con todos los calores, pero fue cosa suya el darme a luz en pleno barrio de las Vistillas, durante las fiestas de la Paloma.
Yo por mi parte, me conformo con que no me llamara Palomo.
Espero que os guste esta crónica de mi nacimiento.