domingo, 22 de noviembre de 2015

Escaleras

                                                     Dibujo de Universo Pamp.


Esta mañana la casa tenía un piso más. Y el ascensor sigue sin funcionar. Recuerdo cuando nos vinimos a vivir aquí, mi Rodolfo y yo, recién casados, llenos de ilusión. Él nunca quiso un bajo, con la gente pasando por delante de tu ventana, y metiéndose los bichos del jardín. En un primero estábamos bien, sin tener que usar el ascensor, ni cuando me subió en brazos, el día que lo estrenamos, ni cuando nació Raúl. Yo era una madre joven y no me importaba subir y bajar, cargada con el cochecito. Fue cuando nació Ricardo que me di cuenta que la casa había crecido y que tenía que bajar dos pisos, con el pequeño a cuestas, el mayor corriendo, y yo gritándole. Era cuando la señora Justina se asomaba por la puerta y me decía:

–Ay, Ramona, nunca te cansarás de estas escaleras.

Pero claro, el ascensor se estropeaba cada dos por tres, y a mí no me quedaba más remedio que tirar para arriba. Al poco de nacer Rafita, Rodolfo tuvo el accidente. Casi se me va. El coche quedó siniestro total, y él se vio obligado a subir tres pisos cada día, primero con las muletas y luego con el bastón. Nunca dejó que le ayudáramos. Cuando la Justi le oía pasar, siempre se asomaba.

–Tenga cuidado, don Rodolfo, no se vaya a caer –le decía.

Y a punto estuvo de salir rodando cuando tuvo que ir a buscar a Raúl a la comisaría. Estaba tan furioso que no se dio cuenta de que ahora vivíamos en un cuarto. Nos costó subir hasta el quinto para poder enderezar al muchacho. Fue antes de que su hermano se casara. Recuerdo que la madre de ella se sorprendió de lo bien que nos conservábamos.

–Es que hacemos mucho ejercicio –bromeé–, no paramos de subir y bajar escaleras.

La casa volvió a crecer cuando Rodolfo murió. Los de la ambulancia protestaron al ver que el ascensor no funcionaba. Al pobre Rafi le dio mucha pena tener que dejarme ahí, tan arriba, para irse a estudiar a Oxford. Pero la vida sigue, cumpleaños, bautizos, bodas y comuniones, y una tiene que seguir subiendo y bajando. Tarde o temprano llega un momento en que los hijos, las nueras y los nietos se cansan de tener que andar siete pisos para verte, bueno, ocho pisos, si tenemos en cuenta que esta mañana la casa ha vuelto a crecer.

A veces pienso que el maldito ascensor nunca llegó a funcionar. A veces echo de menos a la cotilla de Justina. Estas escaleras son cada día más largas y estrechas. No sé que haré cuando tenga que subir al piso diez.

5 comentarios:

  1. La verdad es que no sé qué comentar. ¿Sabéis que echando la vista atrás, pensando en las casas en las que he vivido, me he dado cuenta de que he vivido en un bajo, en un primero, en un segundo, en dos terceros, en dos cuartos, en un quinto, en un sexto, y actualmente en un séptimo?
    Esto se lo voy a dedicar a mi padre, que cuando era pequeño le veía subir y bajar las escaleras, cojeando; y a mi madre, que ahora que soy mayor la veo subir y bajar, con las muletas, en el ascensor.

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  2. La historia me parece una buena metáfora de la vida misma, no sé si sería esa tu intención: con los años uno tienen la sensación de tener que subir más escalones.

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  3. Gracias, Miguel Ángel, por pasarte por mi hostal.
    En efecto, esa era mi intención, y que me lo digas demuestra que lo he conseguido.
    Que sepas que tienes habitación reservada. Pásate cuando quieras.

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  4. Hola David, me ha gustado mucho el relato, a mí también me ha parecido una buena metáfora de la vida. Si lo pensamos, nos pasamos vida subiendo escalones, para llegar a donde creemos que está la felicidad, pero bien es sabido que muchas veces se hace cuesta arriba subir. Pero como Ramona, no hay que desfallecer nunca, así nos mantenemos en forma.
    Besitos
    Conchi

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    1. Dímelo a mí, Conchi, que ahora se me ha estropeado el ascensor y tengo que subir siete pisos.
      Besotes para ti.

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