Allá en los años
noventa, mi pelo creció a ritmo de grunge. No digo que quisiera ser
Kurt Cobain, pero sí quería molar como él, apestando a espíritu
adolescente. Pero mi melena nunca llegó a parecerse a la suya.
Reconozco que era un gustazo agitar la cabeza cuando Cobain berreaba
en flor, o sacudir lentamente la cabellera, cuando Polly pedía una
galleta. Las noches de juerga eran bestiales en el momento que me
soltaba la coleta.
Me llevé un buen
palo, una noche que me crucé con un borracho que se empeñó en que
con esos pelos parecía Bruce Dickinson. Yo crecí escuchando a Iron
Maiden, y el amigo Bruce era el puto amo, para mí, pero yo quería
ser Kurt. Los ochenta ya habían pasado, y lo que sonaba entonces era
Nirvana, era Pearl Jam, era Sonic Youth. Por mucho que cambiara de
garito, bar, local o discoteca, siempre me lo encontraba, llamándome
a gritos, Bruce. A punto estuve de pegarle, pero a esas horas yo ya
tenía una enorme borrachera, y el tío terminó cayéndome bien.
Lo último que
recuerdo de aquella noche es vernos a los dos, ebrios perdidos,
chapurreando a grito pelao, Run to the hills.
¡Hoy cumplo 23 años!
ResponderEliminarSí apañeros y apañeras, hoy hace 23 años que me extirparon un tumor cerebral. Sí, señores y señoras, en días como hoy me acuerdo de aquellos tiempos en que me recuperé, a ritmo de grunge.
Este relato verídico se lo dedico a todos esos grupos y cantantes que ayudaron en mi recuperación. Porque aunque en esa época lo que se llevaba era el grunge, en el fondo, yo siempre he sido heavy.