El
anciano veía como su traje rojo se había ajado con los años, y su
ánimo también. Pensó en llamar a los Reyes, tiempo atrás fueron
muy buenos consejeros, pero después del desplante del año pasado ya
no querrían hablar con él. Desesperado, agarró la botella de
Coca-cola, y en un último acto de cobardía, se la bebió de un
trago, sin dejar de pensar que había más niños que juguetes, que
había más trabajadores que trabajo, que había más piratas que
botín.
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