Dibujo de Universo Pamp.
El día que Aurelio del Pozo murió, nadie lo lamentó, pues solo era un labrador más del montón. Su mujer tuvo que hacerse cargo de los cultivos, pero también murió. A sus hijos no les quedó mas remedio que aprender a llevar la mula y el arado. Cuando por fin lo lograron, inevitablemente perecieron.
El capataz no le dio mayor importancia, bastaba con que cualquiera de los otros se ocupara de esos terrenos. Pero nadie quería, decían que esas tierras estaban malditas y no podían ser labradas.
Al cabo de los días, los demás labradores cayeron, uno a uno. Después fueron los ganaderos. Los pescadores murieron en el mar.
Los carpinteros, los panaderos, no quedó ningún trabajador vivo en la Tierra.
Los capataces se empezaron a preocupar, tendrían que utilizar a los vagabundos, pero estos desaparecieron hace mucho y nadie los había echado de menos.
Los señoritos se hicieron cargo de la situación, y ordenaron a los capataces que ocuparan los puestos de trabajo vacantes, condenándolos así, a su muerte.
El rey no se enteró del asunto hasta que encontró a su esposa intentando hacer el desayuno. Todos sus siervos y criados habían desaparecido. Se asustó, llamó al ejército para que solucionara el problema. Esos aguerridos hombres que se habían enfrentado a la muerte en mil batallas, por primera vez en su vida, la tuvieron miedo, y no sabiendo trabajar mas que con sus armas, cuando las cogieron, murieron.
El rey no se dio por vencido, y ordenó al duque que se encargara del trabajo. El duque se lo mandó al marqués, el marqués al conde, y éste al barón.
Uno tras otro, perdieron la vida, quedando solo el rey y la reina, que por fin consiguió freír un huevo, antes de morir.
Fue entonces cuando el monarca se dio cuenta de que de nada le servía ya tanta riqueza y poder.
lunes, 17 de diciembre de 2012
jueves, 6 de diciembre de 2012
Untitled 3
Dibujo de Universo Pamp.
–Hola, soy un libro.
–Hola, yo soy un lector.
–¿Quieres leerme?
–No, que no me gusta como vas encuadernado.
–Hola, soy un libro.
–Hola, yo soy un lector.
–¿Quieres leerme?
–No, que no me gusta como vas encuadernado.
La tumba de la princesa
Dibujo de Universo Pamp.
La princesa se indignó ante la visión de la enorme tumba que su marido le había construido, y se le presentó en mitad de la noche.
–¿Tu eres tonto? –le exclamó.
El emperador se quedó atónino ante la presencia de su amada esposa.
–Cariño, ¿eres tu?
–¿Acaso no te dije que me incinerases y esparcieras mis cenizas por el Ganges?
–Pero, corazón –se disculpó–, yo no podía hacerte eso, tu merecías mucho más.
–¿Y qué me dices de tus otras esposas?, ¿les construirás otro palacete cuando mueran?
–No, cielo, no, ellas serán enterradas alrededor de tu féretro, como cortejo fúnebre.
–¿Es que no tienes corazón? –cada vez se enfadaba más– ¿No te bastó con anteponerme al resto del harem, que ahora pretendes condenarlas a yacer bajo mi cadáver?
Él no sabía qué decir.
–Pero, amor...
–¿Amor? ¡Tú no sabes lo qué es el amor! –exclamó la princesa antes de esfumarse en la oscuridad.
El pobre emperador se quedó triste y pensativo, tras la visita de su difunta esposa. No sabía que hacer, y tras mucho cavilar, tomó una decisión. Se deshizo de sus excelsas vestiduras, abandonó sus palacios y sus riquezas, y se fue a recorrer el mundo en busca del verdadero amor.
Vivió y murió como un indigente, pero al final encontró el amor. El amor de la gente humilde que le dio cobijo y alimento, el amor de los misioneros que curaron sus heridas, el amor de los niños que jugaron con él.
Fue entonces cuando su alma subió al cielo, donde su amada princesa le esperaba con los brazos abiertos.
–¿Lo entiendes ahora? –le dijo sonriendo.
La princesa se indignó ante la visión de la enorme tumba que su marido le había construido, y se le presentó en mitad de la noche.
–¿Tu eres tonto? –le exclamó.
El emperador se quedó atónino ante la presencia de su amada esposa.
–Cariño, ¿eres tu?
–¿Acaso no te dije que me incinerases y esparcieras mis cenizas por el Ganges?
–Pero, corazón –se disculpó–, yo no podía hacerte eso, tu merecías mucho más.
–¿Y qué me dices de tus otras esposas?, ¿les construirás otro palacete cuando mueran?
–No, cielo, no, ellas serán enterradas alrededor de tu féretro, como cortejo fúnebre.
–¿Es que no tienes corazón? –cada vez se enfadaba más– ¿No te bastó con anteponerme al resto del harem, que ahora pretendes condenarlas a yacer bajo mi cadáver?
Él no sabía qué decir.
–Pero, amor...
–¿Amor? ¡Tú no sabes lo qué es el amor! –exclamó la princesa antes de esfumarse en la oscuridad.
El pobre emperador se quedó triste y pensativo, tras la visita de su difunta esposa. No sabía que hacer, y tras mucho cavilar, tomó una decisión. Se deshizo de sus excelsas vestiduras, abandonó sus palacios y sus riquezas, y se fue a recorrer el mundo en busca del verdadero amor.
Vivió y murió como un indigente, pero al final encontró el amor. El amor de la gente humilde que le dio cobijo y alimento, el amor de los misioneros que curaron sus heridas, el amor de los niños que jugaron con él.
Fue entonces cuando su alma subió al cielo, donde su amada princesa le esperaba con los brazos abiertos.
–¿Lo entiendes ahora? –le dijo sonriendo.
lunes, 19 de noviembre de 2012
Compañeros de piso
–Abre la puerta.
–No, que me vas a regañar.
–No seas así, mujer, abre.
–¿Me vas a gritar?
–No.
–¿Me lo juras?
–Te lo prometo.
–Vale.
–¡Madre mía, qué estropicio!
–¡Dijiste que no ibas a gritar!
–¡Sí, claro, pero es que esto es mucho! Yo sé que todos los años, cuando llega la fecha de tu muerte, te da el yu-yu y te pones a destrozar cosas, pero es que no entiendo a qué vino lo de anoche.
–Bueno, cosas mías. No preguntes.
–Que no pregunte…, anda, vamos a recoger todo esto.
–Lo siento, ayer te fastidié el ligue.
–Ya, bueno, de todos modos, ya la avisé de que en mi casa había un fantasma.
–Sí, pero con esta ya van tres veces.
–No me lo recuerdes.
–Perdón.
–Bueno, ya está, a ver cuanto tiempo dura esto recogido.
–Gracias, no entiendo como sigues viviendo aquí.
–No está la cosa como para despreciar un piso como este, con el alquiler tan bajo.
–En todo este tiempo, eres el único inquilino que me soporta, con mi carácter y mis cambios de humor.
–Ya, bueno, algún día tendrás que contarme lo que te pasó.
–Qué bueno eres, si yo estuviera viva y con cien años menos…
sábado, 27 de octubre de 2012
domingo, 9 de septiembre de 2012
Maldito coche
Dibujo de Universo Pamp.
–¡Hijo, hijo!
Mi madre estaba gritando más de lo habitual, debía ser una emergencia. Me desperté como pude y corrí a socorrerla.
–¡Levanta a tu hermano, tenemos que ir a urgencias!
Se había puesto peor de lo suyo y empezaba a sangrar.
No encontraba la forma de despertar al muy cretino y eran las doce de la mañana.
–Vamos a hacer una cosa, yo voy vistiéndome, mientras tú le sacas de la cama.
Al cabo de una hora, estábamos listos en el coche. Tuvimos que sacar los trastos del maletero, para meter la silla de ruedas.
–Mamá, necesito dinero para gasolina –dijo el cabrito.
–Anda –me dijo ella–, sube a mi cuarto y coge el monedero rojo, del segundo cajón de la mesilla de la derecha. ¡Y date prisa, que estoy manchando el asiento!
El coche tardó en arrancar, pero llegamos a la gasolinera sin problemas, hasta que ella empezó a quejarse.
–¡Ag, qué asco, qué peste, date prisa, que me mareo, y compra clinex, que se me están acabando!
Tras mucho callejear, llegamos al hospital. Ella protestó.
–Hijo, a este no, al de Alcorcón, que es allí donde me operaron.
–Pero mamá –dijo mi hermano–, yo no puedo salir a la carretera, no tengo seguro. ¿No te importa que nos quedemos en este?
–¡Sí, claro, dejad a vuestra madre aquí como un perro!
–¿Qué quieres, que me pille la policía y me pongan un multazo?
–¡Si tuvieras trabajo tendrías seguro!
–¿Acaso es culpa mía?
Después de un rato de discusión, fuimos hacia Alcorcón.
Íbamos agachados para que no nos pillara la policía, aún no sé por qué.
–Qué vergüenza –refunfuñaba ella–, escondidos como vulgares ladrones.
–Grrr –gruñía él.
Un policía miraba extrañado, desde la moto, pero no nos dijo nada.
–Mamá, ¿qué tal estás? –le pregunté.
–Parece que ya no sangra, pero me estoy mareando. ¡Qué mal huele este coche! ¿Seguro que vamos bien a Alcorcón?
Él volvió a gruñir.
Tardamos media hora para aparcar en el hospital y mi hermano se puso nervioso. Cuando entramos, vomitó. Las enfermeras fueron corriendo a atenderle. Mi madre se levantó de la silla, enfadada.
–¡Eh, que la enferma soy yo!
Empezaron a discutir a gritos, mientras un policía les pedía calma. Al final, los metieron a los dos.
Yo me quedé esperando, sin que nadie me diera noticias.
Pasaron un par de horas y salió mi hermano. Le habían dado un Primperan y estaba más tranquilo.
–¿Te han dicho algo? –pregunté.
–Que era de los nervios.
–No, idiota, de mamá.
–Ah, no sé –contestó como si nada–, no la he visto.
Me pidió dinero para sacarse una Coca cola de la máquina, y después para un sandwich. Más tarde fue una bolsa de Cheetos, luego un Bollycao. Cuando vació la máquina se empezó a preocupar.
–¿Qué pasa con mamá, que no sale? Está anocheciendo y mi coche no tiene faros.
No quise contestarle.
Al final salió mi madre, en la silla de ruedas. Estaba cansada y no quería discutir.
–¿Qué ha pasado, qué te han dicho? –pregunté.
–Na –dijo sin ganas–, me han curado y me han dicho que lo mío va bien, que habrá sido del riego.
Cuando salimos ya era muy tarde y no podíamos ir en el coche. Tuvimos que coger un taxi hasta casa, y una vez allí, resultó que no teníamos dinero. Me tocó subir a por el monedero blanco, del tercer cajón de la mesilla de la izquierda, mientras ella se quedaba abajo, de garantía.
El otro se fue corriendo al baño, que no aguantaba más.
Ni siquiera cenamos, nos metimos en la cama sin decir nada.
Mi madre se lamentaba frente a la foto de la abuela.
–¡Ay mama, vaya par de nietos te he dado!
–¡Hijo, hijo!
Mi madre estaba gritando más de lo habitual, debía ser una emergencia. Me desperté como pude y corrí a socorrerla.
–¡Levanta a tu hermano, tenemos que ir a urgencias!
Se había puesto peor de lo suyo y empezaba a sangrar.
No encontraba la forma de despertar al muy cretino y eran las doce de la mañana.
–Vamos a hacer una cosa, yo voy vistiéndome, mientras tú le sacas de la cama.
Al cabo de una hora, estábamos listos en el coche. Tuvimos que sacar los trastos del maletero, para meter la silla de ruedas.
–Mamá, necesito dinero para gasolina –dijo el cabrito.
–Anda –me dijo ella–, sube a mi cuarto y coge el monedero rojo, del segundo cajón de la mesilla de la derecha. ¡Y date prisa, que estoy manchando el asiento!
El coche tardó en arrancar, pero llegamos a la gasolinera sin problemas, hasta que ella empezó a quejarse.
–¡Ag, qué asco, qué peste, date prisa, que me mareo, y compra clinex, que se me están acabando!
Tras mucho callejear, llegamos al hospital. Ella protestó.
–Hijo, a este no, al de Alcorcón, que es allí donde me operaron.
–Pero mamá –dijo mi hermano–, yo no puedo salir a la carretera, no tengo seguro. ¿No te importa que nos quedemos en este?
–¡Sí, claro, dejad a vuestra madre aquí como un perro!
–¿Qué quieres, que me pille la policía y me pongan un multazo?
–¡Si tuvieras trabajo tendrías seguro!
–¿Acaso es culpa mía?
Después de un rato de discusión, fuimos hacia Alcorcón.
Íbamos agachados para que no nos pillara la policía, aún no sé por qué.
–Qué vergüenza –refunfuñaba ella–, escondidos como vulgares ladrones.
–Grrr –gruñía él.
Un policía miraba extrañado, desde la moto, pero no nos dijo nada.
–Mamá, ¿qué tal estás? –le pregunté.
–Parece que ya no sangra, pero me estoy mareando. ¡Qué mal huele este coche! ¿Seguro que vamos bien a Alcorcón?
Él volvió a gruñir.
Tardamos media hora para aparcar en el hospital y mi hermano se puso nervioso. Cuando entramos, vomitó. Las enfermeras fueron corriendo a atenderle. Mi madre se levantó de la silla, enfadada.
–¡Eh, que la enferma soy yo!
Empezaron a discutir a gritos, mientras un policía les pedía calma. Al final, los metieron a los dos.
Yo me quedé esperando, sin que nadie me diera noticias.
Pasaron un par de horas y salió mi hermano. Le habían dado un Primperan y estaba más tranquilo.
–¿Te han dicho algo? –pregunté.
–Que era de los nervios.
–No, idiota, de mamá.
–Ah, no sé –contestó como si nada–, no la he visto.
Me pidió dinero para sacarse una Coca cola de la máquina, y después para un sandwich. Más tarde fue una bolsa de Cheetos, luego un Bollycao. Cuando vació la máquina se empezó a preocupar.
–¿Qué pasa con mamá, que no sale? Está anocheciendo y mi coche no tiene faros.
No quise contestarle.
Al final salió mi madre, en la silla de ruedas. Estaba cansada y no quería discutir.
–¿Qué ha pasado, qué te han dicho? –pregunté.
–Na –dijo sin ganas–, me han curado y me han dicho que lo mío va bien, que habrá sido del riego.
Cuando salimos ya era muy tarde y no podíamos ir en el coche. Tuvimos que coger un taxi hasta casa, y una vez allí, resultó que no teníamos dinero. Me tocó subir a por el monedero blanco, del tercer cajón de la mesilla de la izquierda, mientras ella se quedaba abajo, de garantía.
El otro se fue corriendo al baño, que no aguantaba más.
Ni siquiera cenamos, nos metimos en la cama sin decir nada.
Mi madre se lamentaba frente a la foto de la abuela.
–¡Ay mama, vaya par de nietos te he dado!
miércoles, 15 de agosto de 2012
Comunicación oral
Dibujo de Universo Pamp.
–¿Eres consciente de lo que has hecho? ¿Te das cuenta de que es una guarrada?
Y me lo dijo así, como si yo pudiera entenderle. De buena gana le habría dicho "guau", pero no quise seguir la discusión, y preferí mirarle con cara de tonto.
Me consta que a otros perros les pegan con la zapatilla, cuando se mean en la alfombra, pero este idiota es de lo más raro. No hace mas que hablar y hablar, y no dice nada. Yo, sin embargo, con solo sacar la lengua o mover el rabo, él ya sabe lo que tiene que hacer.
Todas las noches me lleva al descampado, para que persiga a los gatos, pero allí no hay gatos, solo unas ratas enormes. Me dan miedo.
Él me mira decepcionado, entonces no me dice nada.
Me gusta cuando vemos la televisión, con esos tipos persiguiendo una pelota. Él grita como un loco, y yo ladro como si le aullara a la luna. A veces se pone cariñoso y me abraza. Lo malo es cuando se pasa de la raya y me besa en la boca.
–¡Eh, Quita de ahí! ¡A saber qué culo has olido!
–¿Eres consciente de lo que has hecho? ¿Te das cuenta de que es una guarrada?
Y me lo dijo así, como si yo pudiera entenderle. De buena gana le habría dicho "guau", pero no quise seguir la discusión, y preferí mirarle con cara de tonto.
Me consta que a otros perros les pegan con la zapatilla, cuando se mean en la alfombra, pero este idiota es de lo más raro. No hace mas que hablar y hablar, y no dice nada. Yo, sin embargo, con solo sacar la lengua o mover el rabo, él ya sabe lo que tiene que hacer.
Todas las noches me lleva al descampado, para que persiga a los gatos, pero allí no hay gatos, solo unas ratas enormes. Me dan miedo.
Él me mira decepcionado, entonces no me dice nada.
Me gusta cuando vemos la televisión, con esos tipos persiguiendo una pelota. Él grita como un loco, y yo ladro como si le aullara a la luna. A veces se pone cariñoso y me abraza. Lo malo es cuando se pasa de la raya y me besa en la boca.
–¡Eh, Quita de ahí! ¡A saber qué culo has olido!
domingo, 5 de agosto de 2012
Adiós
Dibujo de Universo Pamp.
El frío entró sin avisar.
A su edad, Dolores, ya no lo sentía. Pero aquella noche, se le metió por los dedos de los pies hasta lo más profundo de su alma.
La muerte estaba ahí.
Antes de que pudiera gritar, le puso la mano en el pecho. Su corazón se paró.
La pequeña Rocío entró a dar las buenas noches.
Cuando vio a su abuela levantarse de la cama, después de tanto tiempo, le embargó la felicidad.
La anciana se percató de su presencia, y sin dejar de sonreír, le dijo adiós con la mano.
La muerte hizo una reverencia.
Mientras se iban, la niña se despidió.
–Adiós, abuela, qué te diviertas.
El frío entró sin avisar.
A su edad, Dolores, ya no lo sentía. Pero aquella noche, se le metió por los dedos de los pies hasta lo más profundo de su alma.
La muerte estaba ahí.
Antes de que pudiera gritar, le puso la mano en el pecho. Su corazón se paró.
La pequeña Rocío entró a dar las buenas noches.
Cuando vio a su abuela levantarse de la cama, después de tanto tiempo, le embargó la felicidad.
La anciana se percató de su presencia, y sin dejar de sonreír, le dijo adiós con la mano.
La muerte hizo una reverencia.
Mientras se iban, la niña se despidió.
–Adiós, abuela, qué te diviertas.
domingo, 15 de julio de 2012
Telefonía inmóvil
Dibujo de Universo Pamp.
Erase una mujer a un teléfono pegada, y pegada al teléfono, su hermana al otro lado.
Cuando eran jóvenes no se hablaban, pero ahora de mayores no paraban.
Realizaban tres llamadas diarias: desayuno, comida y cena; y alguna más para aclarar cuestiones extraordinarias.
Le faltaba una pierna, pero le sobraban brazos, para limpiar, planchar y cocinar, para agarrarse a las muletas y por supuesto, para sujetar el teléfono.
Ningún tema era insignificante:
Lo fea que era la chaqueta que llevaba el médico.
–¡Con lo guapo que es!
–Pero, los análisis bien, ¿Verdad?
–Sí, sí, como siempre.
La mala leche que se gastaba la vecina.
–La del cuarto, no la del segundo, que es tema aparte.
–Ya, que se puede esperar, con ese marido.
–Y con esos niños que...
Y claro está, el supuesto lío del carnicero con la frutera.
–Que por cierto, es muy mona para la edad que tiene.
–Sí, pero está gorda.
–Bueno, tampoco vale mucho el carnicero.
Y por esas historias y otras muchas, sus teléfonos siempre comunicaban.
–¿Me has llamado tú?
–No, yo no he sido.
–Será el del gas, que le estoy esperando. Pero bueno, ya que estamos, te voy a contar...
Era que su hijo siempre se quejaba, y sin soltar el teléfono, ella le contestaba:
–¡Mira, tu primo ya ha encontrado trabajo! ¡A ver cuando consigues tú uno!
Erase una mujer a un teléfono pegada, y pegada al teléfono, su hermana al otro lado.
Cuando eran jóvenes no se hablaban, pero ahora de mayores no paraban.
Realizaban tres llamadas diarias: desayuno, comida y cena; y alguna más para aclarar cuestiones extraordinarias.
Le faltaba una pierna, pero le sobraban brazos, para limpiar, planchar y cocinar, para agarrarse a las muletas y por supuesto, para sujetar el teléfono.
Ningún tema era insignificante:
Lo fea que era la chaqueta que llevaba el médico.
–¡Con lo guapo que es!
–Pero, los análisis bien, ¿Verdad?
–Sí, sí, como siempre.
La mala leche que se gastaba la vecina.
–La del cuarto, no la del segundo, que es tema aparte.
–Ya, que se puede esperar, con ese marido.
–Y con esos niños que...
Y claro está, el supuesto lío del carnicero con la frutera.
–Que por cierto, es muy mona para la edad que tiene.
–Sí, pero está gorda.
–Bueno, tampoco vale mucho el carnicero.
Y por esas historias y otras muchas, sus teléfonos siempre comunicaban.
–¿Me has llamado tú?
–No, yo no he sido.
–Será el del gas, que le estoy esperando. Pero bueno, ya que estamos, te voy a contar...
Era que su hijo siempre se quejaba, y sin soltar el teléfono, ella le contestaba:
–¡Mira, tu primo ya ha encontrado trabajo! ¡A ver cuando consigues tú uno!
viernes, 6 de julio de 2012
La abuela Petra
Dibujo de Universo Pamp.
La abuela Petra siempre nos contaba sus batallitas de entonces. Cuando los republicanos mataban a los curas y las obligaban a decir "salud", con el puño cerrado, en vez de "adiós", con la mano abierta.
Iba para monja y se casó con su cuñado, se encontraba viudo y con una niña que criar. Él era de ideas comunistas, de las que la iglesia no permitía.
–No te preocupes, Pedra –se burlaba–, que cuando muera, san Pedro me dejará pasar al cielo, gracias a ti.
El abuelo volvió de la guerra con tuberculosis y apenas pudo disfrutar de sus hijas.
Y así, una historia triste tras otra.
Estaba tan acostumbrada a perder que el ganar la enojaba.
Ella pensaba que queríamos más a la abuela Carmen, porque cuando venía a casa nos daba dinero. Pero no era mucho. Sin embargo ella siempre estuvo allí, cuidando de nosotros. Ni siquiera se enfadaba cuando le hacíamos trampas, jugando al tute. Bueno, quizá un poco.
Con el tiempo fue perdiendo vista. Recuerdo que tenía que enhebrarle las agujas.
–Davicete –se burlaba mi tío–, te nombro lazarillo de la señora Petra.
Cuando nació mi hermano pequeño, la abuela era muy mayor y no le dejaban cogerlo.
–Men, yaya, men –le decía.
Y cuando llegaba sonriendo, cosas de niños, le soltaba una fresca.
–Pipollas.
–¡Ves! ¿Quien le ha enseñado eso? ¡Hasta el niño se ríe de mí!
Se quejaba de tener siete dolores.
–Si pudiera, os daría uno, pero solo un ratito, para que me creyerais –decía.
Cuando se la llevaban al hospital, me abrazó y me dijo:
–Dame un beso, que ya no nos vamos a ver más.
Pero nosotros fuimos a verla varias veces. En la última, estaba sonriendo, una asistenta social le dijo que haría lo posible para que le dieran una paga. Creía que iba a salir de ahí, curada y con dinero para sus nietos.
Por primera vez vi la esperanza reflejada en su cara.
La abuela Petra siempre nos contaba sus batallitas de entonces. Cuando los republicanos mataban a los curas y las obligaban a decir "salud", con el puño cerrado, en vez de "adiós", con la mano abierta.
Iba para monja y se casó con su cuñado, se encontraba viudo y con una niña que criar. Él era de ideas comunistas, de las que la iglesia no permitía.
–No te preocupes, Pedra –se burlaba–, que cuando muera, san Pedro me dejará pasar al cielo, gracias a ti.
El abuelo volvió de la guerra con tuberculosis y apenas pudo disfrutar de sus hijas.
Y así, una historia triste tras otra.
Estaba tan acostumbrada a perder que el ganar la enojaba.
Ella pensaba que queríamos más a la abuela Carmen, porque cuando venía a casa nos daba dinero. Pero no era mucho. Sin embargo ella siempre estuvo allí, cuidando de nosotros. Ni siquiera se enfadaba cuando le hacíamos trampas, jugando al tute. Bueno, quizá un poco.
Con el tiempo fue perdiendo vista. Recuerdo que tenía que enhebrarle las agujas.
–Davicete –se burlaba mi tío–, te nombro lazarillo de la señora Petra.
Cuando nació mi hermano pequeño, la abuela era muy mayor y no le dejaban cogerlo.
–Men, yaya, men –le decía.
Y cuando llegaba sonriendo, cosas de niños, le soltaba una fresca.
–Pipollas.
–¡Ves! ¿Quien le ha enseñado eso? ¡Hasta el niño se ríe de mí!
Se quejaba de tener siete dolores.
–Si pudiera, os daría uno, pero solo un ratito, para que me creyerais –decía.
Cuando se la llevaban al hospital, me abrazó y me dijo:
–Dame un beso, que ya no nos vamos a ver más.
Pero nosotros fuimos a verla varias veces. En la última, estaba sonriendo, una asistenta social le dijo que haría lo posible para que le dieran una paga. Creía que iba a salir de ahí, curada y con dinero para sus nietos.
Por primera vez vi la esperanza reflejada en su cara.
domingo, 24 de junio de 2012
El paso de los mil pasos
Dibujo de Universo Pamp.
–¡Vamos,
gurriato, que no llegamos!
Ya estaba la
abuela metiendo prisa, cuando todavía quedaba mucho para que saliera
la procesión. Creo que era la pasión de Cristo, pero ella lo
llamaba el paso de los mil pasos, porque todos los años, al dar los
mil pasos, alguien la pifiaba y terminaban todos en el suelo, con el
Cristo embarrado. Y no fallaba, no, ella los tenía contados con su
rosario. El mismo con el que calculaba cuanto tiempo tenía que estar
el refrito al fuego y cuanta sal le echaba al puchero.
Madre mía, que
comilonas nos proporcionó ese rosario.
El pueblo era
pequeño y no había mucho que hacer. Los otros niños aprovechaban
esos días para jugar al fútbol en el patio de la escuela, pero yo
no me perdía una procesión con la abuela Emiliana.
Nos poníamos en
primera fila, en los altos del soportal, controlando todo el
recorrido, y ella con el rosario en las manos contaba cada paso y
apostaba quién caería primero.
En esas fechas
solía llover y eso ayudaba mucho, pero aquel año hizo un sol
tremendo, tanto que la prima Rosana se puso rubia. Se sentía tan
guapa que dejó a su novio de toda la vida.
–Vamos, no te
despistes –dijo la abuela–, que llevamos ciento siete pasos.
Ella apostó por
el nazareno que andaba como un pingüino despistado. Era Rodrigo, el
pobre no daba pie con bola desde que mi prima le dejó. Cuando estuvo
en la capital, se hizo un tatuaje con su nombre en el antebrazo y
ahora no sabía que hacer con él.
–Vamos,
alacrán, que van ciento treinta y cinco pasos y aún no has dicho
nada –insistió la abuela.
Yo me jugué un
bollycao por el encapuchado del tambor, que daba saltos como un
canguro. Era Sebastián, estaba furioso desde que Ana le abandonó.
Todos los chicos del pueblo querían “jugar” con ella, como en la
canción del Barrio Sésamo, y al final se fugó con un guitarrista
de Bilbao. Ahora Sebas le tiraba los tejos a Rosana. Creo que era por
despecho.
–¿Pero quieres
concentrarte en la procesión? –la abuela ya llevaba contados
doscientos cuatro pasos.
Un costalero
tropezó y casi lo manda todo al garete. El Cristo y el romano del
látigo se menearon un rato, pero al final no pasó nada.
–Tranquilo,
zagal –dijo la abuela–, solo llevamos doscientos treinta y tres
pasos.
Aquel incidente
hizo que nos fijáramos en un extraño nazareno.
–Mira, gorrión,
ese de allí tiene tetas.
Por un momento
perdí la cuenta, para preguntarme qué hacía una mujer en mitad de
la procesión. Debía ser Ruth, llevaba diez años intentando volver
con Sebastián y ahora aprovecharía que lo había dejado con Ana.
–Venga, venga,
estate a lo que hay que estar –el rosario de la abuela ya contaba
trescientos setenta y cinco pasos.
El sol nos daba
en la cara y la procesión iba más lenta de lo normal. Tenía miedo
de que el calor agotara a los costaleros y se vinieran abajo antes
de tiempo, pero la abuela estaba tranquila y convencida de que sería
en el paso mil.
–Mira –dijo–,
seguro que el encapuchado de las tetas grandes la lía.
–¿Se puede
cambiar la apuesta? –pregunté.
–No, lebrel, no
–contestó– tu ya te has jugado el bonllicaos ese por el
tamborilero.
A los
cuatrocientos seis pasos apareció Hilaria, la hija de la panadera.
–Buenas tardes,
Emiliana, ¿como va la procesión?
–Shh –le hizo
callar la abuela.
–Bonjour mon
petit monsieur –me dijo sonriendo.
Hablaba así de
raro porque se iba a ir a Mozambique con unos misioneros franceses,
para ayudar a los niños pobres.
Le expliqué que
estábamos mirando a aquel nazareno que parecía una mujer.
–Yo diría que
es Ruth –observó.
–¿Como lo
sabes? –pregunté asombrado.
–Por el
pechamen, nene, por el pechamen –se rió la abuela.
Dionisio, el
borracho del pueblo, quiso hacer una gracia y levantó la mano como
si hiciera autoestop. Sebastián le soltó un redoble de tambor en la
cara.
–Mal hecho,
nazareno, mal hecho –Gruñó Hilaria, con piedad–, Dios te va a
castigar.
En el paso
quinientos, el cielo se oscureció, como si un eclipse ocultara el
sol. Por un momento la abuela se asustó. Los eclipses le daban mucho
miedo, eso y los inspectores de hacienda. Con el sonido de un trueno,
ella se calmó, solo eran unos nubarrones que salieron de la nada.
–¡Empieza el
juego! –la abuela se animó.
A las quinientas
diecinueve cuentas del rosario, empezó a llover a raudales y el paso
se aceleró. Los tambores y las trompetas sonaban a ritmo de jazz.
Al mojarse, la
túnica de Ruth se le ajustó al cuerpo.
–¡Que lagarta,
no lleva sujetador! –exclamó la abuela.
La chica avanzaba
puestos, en aquella maratón de encapuchados, para alcanzar al
tamborilero saltarín.
–¡Seiscientos
pasos! –gritaba la abuela.
Las pisadas de
los nazarenos salpicaban de barro a la gente. Parecía que el romano
del látigo azotaba a los costaleros, en lugar del Cristo, para que
corriesen más.
–¡Setecientos
pasos!
Ruth se quitó el
capirote y llamaba a gritos a su amado.
–¡Sebastián,
te quiero, vuélvete, tu eres mi favorito!
–¡Ochocientos
pasos! –la abuela agarraba con fuerza el rosario.
Rosana se asomó
al balcón, preocupada por Sebas. Se puso un pañuelo en la cabeza
para que la lluvia no volviese su pelo castaño.
–¡Novecientos
pasos!
Rodrigo vio a su
amada en el balcón, expectante como un semáforo en rojo. Cuando se
fijó que su mirada buscaba al tamborilero se abalanzó sobre él
para darle una paliza.
La procesión se
fue a la porra, cayó como un dominó. Los dos nazarenos se
enzarzaron en una pelea. La tetona intentaba separarlos. Y mi prima
se quedó con el pelo oscuro.
Hilaria fue a
ayudar al Cristo a levantar la cruz del barro.
Era el paso mil.
La abuela se
frotaba las manos.
–¡Ja, ja,
gurriato, ya te lo dije, me debes un bonllicaos de esos!.
domingo, 10 de junio de 2012
El día que dejé de respirar
Dibujo de Universo Pamp.
Dejé de respirar
a las dos y cuarto. Desperté de un sobresalto y vi la hora en el
reloj.
¡Madre mía, qué
angustia!
Tendría que
haber ido a urgencias, pero se estaba tan agustito en la cama. La
única pega es que me ahogaba, pero como no podía gritar, nadie se
enteró en casa.
Decidí ir al
ambulatorio por la mañana. Puse el despertador, por si me quedaba
dormido. No quería que me encontrasen en la cama, así sin respirar.
Después de dos
horas esperando, el médico me atendió. Le pregunté si estaba
muerto.
–No, no lo creo
–contestó–, si estuvieras muerto no toserías tanto.
Porque hay que
ver la tos que me dio.
–Entonces, ¿qué
me pasa? –intenté preguntar.
Ahora tampoco
podía hablar.
–No sé
–respondió–, supongo que será alergia.
–¿Alergia? ¿A
qué?
La garganta me
escocía.
–Yo qué sé,
al polen, a los perros, al polvo. Tendrás que hacerte las pruebas.
Me dieron hora
para cinco meses después.
¡Menudo ataque
me dio!
–Eso es
ansiedad –dijo el médico.
–¡Pues haga
algo, que me muero! –quise gritar.
–Si te doy
calmantes se te estrecharían los pulmones y sería peor.
–¡Pues vaya
mierda!
–Lo único que
te puedo recetar es este inhalador.
Cuando lo compré
en la farmacia, empecé a usarlo a lo bestia. El cacharro ese
producía taquicardias y la cosa fue a peor. Casi me muero.
–Hombre, esto
es solo para las emergencias –me indicó el doctor.
La cuestión es
que, por hache o por be, yo estaba muy alterado.
Cerré las
ventanas de casa a cal y canto. Eché al perro a patadas. Mi familia
se quejaba del calor, supongo que cuando no se respira, ni se siente
ni se padece.
Mi novia quiso
ayudar. Dijo que el sexo era lo mejor, que relajaba y aumentaba la
capacidad pulmonar. Pero cuanto más me excitaba, más fuerte me daba
el asma, y cuanto más le daba al inhalador, más nervioso me ponía.
Ella tuvo un
orgasmo, y yo tres ataques de ansiedad.
Esta noche
intentaremos equilibrar los resultados.
sábado, 19 de mayo de 2012
Pobre Chemita
Dibujo de Universo Pamp.
–¡Ten cuidado! Si te tragas el chicle, se te pegará en el estómago.
La severa voz del tío Enrique asustó al pequeño Chema.
¡Maldición!
Se había tragado el chicle. Y en qué momento, justo cuando estaba haciendo un globo.
Nunca le habían salido bien, pero en aquel momento estaba preparando el megaglobo.
La angustia se apoderó de Chemita. ¿Seguiría el globo creciendo en su estómago?
¡Qué horror!
Empezaba a ver su tripa cada vez más grande. No sabía qué hacer.
Papá y mamá, como de costumbre, no le creerían. Si no hacía algo inmediatamente, el globo explotaría y su estómago con él.
No podía respirar y se puso colorado.
–¿Qué te pasa, criatura? –Preguntó la tía Adela.
Desesperado, Chemita le explicó el problema.
–No te preocupes, cariño –le dijo–, tienes que beber mucha agua, ya verás como se desinfla.
Corrió a la cocina y bebió un vaso tras otro, hasta notar como se desinflaba la barriga.
–¡Ten cuidado! –dijo el tío Enrique– Si bebes mucho te saldrán ranas en el estómago.
–¡Ten cuidado! Si te tragas el chicle, se te pegará en el estómago.
La severa voz del tío Enrique asustó al pequeño Chema.
¡Maldición!
Se había tragado el chicle. Y en qué momento, justo cuando estaba haciendo un globo.
Nunca le habían salido bien, pero en aquel momento estaba preparando el megaglobo.
La angustia se apoderó de Chemita. ¿Seguiría el globo creciendo en su estómago?
¡Qué horror!
Empezaba a ver su tripa cada vez más grande. No sabía qué hacer.
Papá y mamá, como de costumbre, no le creerían. Si no hacía algo inmediatamente, el globo explotaría y su estómago con él.
No podía respirar y se puso colorado.
–¿Qué te pasa, criatura? –Preguntó la tía Adela.
Desesperado, Chemita le explicó el problema.
–No te preocupes, cariño –le dijo–, tienes que beber mucha agua, ya verás como se desinfla.
Corrió a la cocina y bebió un vaso tras otro, hasta notar como se desinflaba la barriga.
–¡Ten cuidado! –dijo el tío Enrique– Si bebes mucho te saldrán ranas en el estómago.
lunes, 16 de abril de 2012
La guerra nuestra de cada día
Dibujo de Universo Pamp.
A pesar de ganar todas las batallas, el general Cesteros perdió la guerra, y al no poder aceptarlo, se fue a la calle a buscarla.
De nada le sirvieron sus medallas, pasó de ser un héroe a un simple loco que daba tiros por ahí.
Pagaron sus años de servicio a la patria encerrándole en un manicomio, con todos esos despojos que habían perdido su guerra contra el mundo.
Intentaban curarlos con pastillas y golosinas, cuando solo necesitaban un poco de disciplina.
Le costó meterlos en vereda, pero al general nunca le gustaron las contiendas fáciles.
Ya nadie esperaba nada de ellos, por lo que no tardaron en tomar el manicomio. Una hora después, habían conquistado la calle, y al cabo del día, el barrio era de ellos.
La policía quiso entrar, pero no pudieron, la opinión pública se les echaría encima y no querían pasar otra vez por eso.
En una semana, habían ocupado la zona oeste de la ciudad. En cada calle que conquistaban había indigentes dispuestos a unirse a la lucha.
Tuvieron que llamar al ejército, pero los últimos recortes presupuestarios les habían dejado incapaces de enfrentarse al enemigo.
Las órdenes eran tajantes: Proteger el congreso. No podían dejar que esos harapientos se hicieran con el poder.
Cesteros era muy listo, y no podían anticiparse a sus ataques. Recurrieron al coronel de Jesús, su mejor alumno, si alguien sabía como pensaba el general, ese era él.
–Está claro que no va al congreso, su objetivo es el INEM. Hay más de cinco millones de parados, y si se unen a él serán invencibles.
Solo les quedaba una salida, tendrían que desacreditar públicamente al general, y para ello utilizarían su pasado en tiempos de la dictadura. Ya nadie confiaría en él.
El coronel apretó los dientes y se arrancó los galones.
La de veces que ese hombre le había salvado la vida, y ahora lo iban a crucificar.
A pesar de ganar todas las batallas, el general Cesteros perdió la guerra, y al no poder aceptarlo, se fue a la calle a buscarla.
De nada le sirvieron sus medallas, pasó de ser un héroe a un simple loco que daba tiros por ahí.
Pagaron sus años de servicio a la patria encerrándole en un manicomio, con todos esos despojos que habían perdido su guerra contra el mundo.
Intentaban curarlos con pastillas y golosinas, cuando solo necesitaban un poco de disciplina.
Le costó meterlos en vereda, pero al general nunca le gustaron las contiendas fáciles.
Ya nadie esperaba nada de ellos, por lo que no tardaron en tomar el manicomio. Una hora después, habían conquistado la calle, y al cabo del día, el barrio era de ellos.
La policía quiso entrar, pero no pudieron, la opinión pública se les echaría encima y no querían pasar otra vez por eso.
En una semana, habían ocupado la zona oeste de la ciudad. En cada calle que conquistaban había indigentes dispuestos a unirse a la lucha.
Tuvieron que llamar al ejército, pero los últimos recortes presupuestarios les habían dejado incapaces de enfrentarse al enemigo.
Las órdenes eran tajantes: Proteger el congreso. No podían dejar que esos harapientos se hicieran con el poder.
Cesteros era muy listo, y no podían anticiparse a sus ataques. Recurrieron al coronel de Jesús, su mejor alumno, si alguien sabía como pensaba el general, ese era él.
–Está claro que no va al congreso, su objetivo es el INEM. Hay más de cinco millones de parados, y si se unen a él serán invencibles.
Solo les quedaba una salida, tendrían que desacreditar públicamente al general, y para ello utilizarían su pasado en tiempos de la dictadura. Ya nadie confiaría en él.
El coronel apretó los dientes y se arrancó los galones.
La de veces que ese hombre le había salvado la vida, y ahora lo iban a crucificar.
martes, 27 de marzo de 2012
Mis ojos me espían
Dibujo de Universo Pamp.
Mis ojos me espían.
Por la noche, cuando duermo, me vigilan sin piedad. Y aunque no puedo verlos, sé que están ahí.
Por la mañana, en el espejo, intentan entrar en mi cabeza, intentan salir de ella.
No debí entrar en aquel callejón. No debí escuchar a aquella mujer.
No sé quien los usa ahora, pero son míos y es a mí a quien miran.
Mis ojos me espían.
Por la noche, cuando duermo, me vigilan sin piedad. Y aunque no puedo verlos, sé que están ahí.
Por la mañana, en el espejo, intentan entrar en mi cabeza, intentan salir de ella.
No debí entrar en aquel callejón. No debí escuchar a aquella mujer.
No sé quien los usa ahora, pero son míos y es a mí a quien miran.
sábado, 17 de marzo de 2012
No es tan fiero el fürer como lo pintan
Dibujo de Universo Pamp.
–¿Hitler malo? ¡Que va a ser malo Hitler! Malos los que le llevaron al poder. Malos los que le siguieron. Todos esos idiotas que se creyeron lo de la raza aria. ¡Si él no era ario! Ni siquiera era alemán. ¡Si nació en Austria!
–Hitler era un dictador.
–¿Dictador? ¡Franco fue un dictador! Hitler fue un presidente electo. Sacó a Alemania de la miseria tras la primera guerra mundial.
–Y la metió en otra guerra.
–¡Nos ha jodío! Le dejaron invadir Polonia. ¿Tú no lo habrías hecho?
–Hitler mató a mucha gente.
–Perdona, que yo sepa él no mató a nadie. Fueron sus soldados. ¡Que no hubieran obedecido!
–Pero mató a miles de judíos.
–¡Ya empezamos! Que no fue él, lo hicieron sus soldados. Además, si nadie quiere a los judíos. ¡Mira la que han armado en Palestina!
–Mira, tu dí lo que quieras, pero Hitler era un maldito fascista.
–Y ¿lo dices tú, que has a votado al PP?
–Mejor eso que ser madridista. ¡Que en tu equipo son todos inmigrantes!
–Y en el tuyo son todos vascos.
–¿Hitler malo? ¡Que va a ser malo Hitler! Malos los que le llevaron al poder. Malos los que le siguieron. Todos esos idiotas que se creyeron lo de la raza aria. ¡Si él no era ario! Ni siquiera era alemán. ¡Si nació en Austria!
–Hitler era un dictador.
–¿Dictador? ¡Franco fue un dictador! Hitler fue un presidente electo. Sacó a Alemania de la miseria tras la primera guerra mundial.
–Y la metió en otra guerra.
–¡Nos ha jodío! Le dejaron invadir Polonia. ¿Tú no lo habrías hecho?
–Hitler mató a mucha gente.
–Perdona, que yo sepa él no mató a nadie. Fueron sus soldados. ¡Que no hubieran obedecido!
–Pero mató a miles de judíos.
–¡Ya empezamos! Que no fue él, lo hicieron sus soldados. Además, si nadie quiere a los judíos. ¡Mira la que han armado en Palestina!
–Mira, tu dí lo que quieras, pero Hitler era un maldito fascista.
–Y ¿lo dices tú, que has a votado al PP?
–Mejor eso que ser madridista. ¡Que en tu equipo son todos inmigrantes!
–Y en el tuyo son todos vascos.
sábado, 25 de febrero de 2012
Tres razones para no contratarte
Dibujo de Universo Pamp.
–Está bien, ya te llamaremos.
–¿En serio?
–Mira, te voy a ser sincero, mejor no esperes.
–¿Puedo saber por qué?
–¿En serio quieres saberlo?
–En serio.
–Está bien, te lo diré. No das el tipo que buscamos para este trabajo.
–¿Y cual es?
–No importa, no lo das.
–¿Por qué?
–Porque no hablas inglés.
–¿Y tú que sabes? si no me has preguntado.
–¿Hablas inglés?
–¿Importa eso para este trabajo?
–¿Lo hablas?
–¿Lo hablas tú?
–Bueno, no importa, ya te he dicho que no das el tipo.
–¿Por qué?
–Porque estas gordo.
–¿Por eso?
–Porque me caes mal.
–¿Por eso no me vas a contratar?
–¡Porque te estás follando a mi mujer!
–¿A tu mujer?
–¡Sí, a Lola!
–¿Lola es tu mujer?
–¿Te la estás follando?
–¿Importa eso para este trabajo?
–Está bien, ya te llamaremos.
–¿En serio?
–Mira, te voy a ser sincero, mejor no esperes.
–¿Puedo saber por qué?
–¿En serio quieres saberlo?
–En serio.
–Está bien, te lo diré. No das el tipo que buscamos para este trabajo.
–¿Y cual es?
–No importa, no lo das.
–¿Por qué?
–Porque no hablas inglés.
–¿Y tú que sabes? si no me has preguntado.
–¿Hablas inglés?
–¿Importa eso para este trabajo?
–¿Lo hablas?
–¿Lo hablas tú?
–Bueno, no importa, ya te he dicho que no das el tipo.
–¿Por qué?
–Porque estas gordo.
–¿Por eso?
–Porque me caes mal.
–¿Por eso no me vas a contratar?
–¡Porque te estás follando a mi mujer!
–¿A tu mujer?
–¡Sí, a Lola!
–¿Lola es tu mujer?
–¿Te la estás follando?
–¿Importa eso para este trabajo?
martes, 31 de enero de 2012
Sonrisa rota
Dibujo de Universo Pamp.
Él se estaba preparando para hacerle su limpieza de boca anual.
Cuantas veces la había engañado y cuantas le había hecho daño. Sin embargo, ella se lo perdonaba todo. Siempre sonriendo, siempre feliz.
Era lo mínimo que podía hacer para compensarla.
Pero aquella vez, las mentiras y los engaños hicieron mella en su reír. Tendría que hacerle una endodoncia.
Se sentía culpable y no sabía como actuar.
Aprovecharía el momento, estando ella indefensa, con la boca abierta, para contarle la verdad.
Perforando la muela, no pudo esperar más y le dijo que lo suyo había terminado.
Se puso nervioso y se le fue la mano.
Fue la primera vez que la hizo llorar.
Él se estaba preparando para hacerle su limpieza de boca anual.
Cuantas veces la había engañado y cuantas le había hecho daño. Sin embargo, ella se lo perdonaba todo. Siempre sonriendo, siempre feliz.
Era lo mínimo que podía hacer para compensarla.
Pero aquella vez, las mentiras y los engaños hicieron mella en su reír. Tendría que hacerle una endodoncia.
Se sentía culpable y no sabía como actuar.
Aprovecharía el momento, estando ella indefensa, con la boca abierta, para contarle la verdad.
Perforando la muela, no pudo esperar más y le dijo que lo suyo había terminado.
Se puso nervioso y se le fue la mano.
Fue la primera vez que la hizo llorar.
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